Capítulo 16

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Para cuando desperté en la mañana del sábado, ya me sentía un poco más tranquila. Mi cerebro ya no sentía la necesidad de desbordarse llorando y ahora podía pensar con un poco más de claridad sobre todos los sucesos de las últimas cuarenta y ocho horas.

—¡Ya me voy Taissa, vuelvo en la tarde para cenar! —gritó mamá desde la planta baja.

Su vieja amiga de la universidad estaba de visita en la ciudad por temas del trabajo. La tía Martha viajaba al menos dos veces al año y siempre se tomaba un día para salir con mamá y hacer lo que ellas llamaban "ponerse al día con sus vidas".

—¡Adiós Mamá, te quiero! —exclamé desde mi puerta.

Me acerqué a la ventana de mi habitación para saludar a Martha con la mano y ella hizo lo mismo con el gran entusiasmo que la caracterizaba. Me quedé observando como mamá se subía al auto de su amiga y esperé hasta que se alejaran lo suficiente como para que ya no pudiera divisarlas.

Bajé a la cocina y me preparé un bowl con frutas y avena para desayunar. Tomé mi teléfono, revisé las notificaciones de Selfgram y deslicé el dedo por la pantalla pretendiendo que le ponía algo de atención a las fotos que ocupaban el primer lugar en la sección de explorar. Me salté las frases motivacionales y los chai latte de fin de semana, hasta detenerme en un video de un grupo de gatos que se enfrentaban a una montaña de rollos de papel de baño. Le di replay un par de veces al video antes de revisar mi bandeja de mensajes. Volví al video de los gatos, pensando si tenía suficiente papel de baño en casa como para jugar a las olimpiadas con Greta. Revisé nuevamente la bandeja de mensajes buscando inconscientemente el perfil de Olympia. Hice clic en su nombre con la intención de averiguar si tenía actividad reciente, pero no había ninguna foto nueva o alguna historia que pudiera darme algún indicio de que estaba bien, considerando que ayer había faltado a clases. Quizás su ausencia no tenía relación conmigo, es decir, quizás tenía algún compromiso familiar programado o alguna cita con el médico, pero el no tener información sobre ella solo me generaba preocupación y de paso aumentaba mi sentimiento de culpa.

El recipiente de metal que se encontraba en la esquina del mesón llamó mi atención por un momento y con ello vino a mi cabeza lo que podría ser la peor de las ideas. Subí de nuevo a la planta de arriba para lavarme los dientes, cogí mi bolso y volví a la cocina para tomar las llaves del auto de mamá. No tenía un plan. Literalmente no tenía idea de lo que estaba haciendo. Lo único seguro es que ahora me encontraba arriba del auto en dirección a la calle de la escuela. Avancé un par de cuadras más y doblé en la esquina. Me estacioné junto a una casa que tenía un gran letrero de venta en su antejardín y mantuve las manos en el manubrio por lo que pareció una eternidad. Finalmente bajé del auto y caminé unos metros más allá hasta llegar a la entrada de la casa de Olympia. Me quedé de pie en el asfalto un momento observando la ventana de su habitación esperando que de alguna forma ella supiera que yo estaba ahí.

—Esto es una estupidez —me dije a mi misma en voz alta. ¿Qué se supone que le diría si aparecía frente a mí? Era evidente que Olympia no quería verme y probablemente parecía una psicópata parada ahí afuera.

Me giré para caminar de nuevo hacia mi auto, pero me detuvo la voz de una niña pequeña.

—¿Estás buscando a Olympia? —preguntó la vocecita detrás de mí.

Volteé a mirarla y me pareció demasiado evidente: la cabellera rubia que caía en ondas sobre sus pequeños hombros y sus ojos color avellana la transformaban en un mini clon de Olympia. Estaba de pie frente a la dueña de la habitación con el letrero pintado a crayones.

—No. Sí...¡No! —respondí algo nerviosa—. Ya debo irme.

—¿Eres su novia? —soltó de forma sorpresiva cuando intenté retomar el paso. Sentí que una corriente fría me recorrió la espalda.

Todo lo que debes hacer es quedarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora