Capítulo 14

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El inicio de la mañana del lunes se sintió particularmente largo. Las llamadas perdidas de papá aún flotaban en la pantalla de inicio de mi teléfono, pero no tenía ganas de lidiar con él todavía. Me instalé frente al espejo y permanecí ahí al menos quince minutos, acomodándome una y otra vez la diadema del cabello antes de salir finalmente de mi habitación.

Bajé las escaleras y me dirigí a la cocina a prepararme algo rápido para desayunar. No sentía nada de hambre, pero había comprobado en varias ocasiones anteriores que salir de mi casa sin comer antes, era una idea terrible. Mi estómago era demasiado dramático como para permitirme sobrevivir la mañana sin haber ingerido algún alimento y no terminar con nauseas en la enfermería de la escuela.

Al entrar a la cocina, mi atención se dirigió inmediatamente a las llaves del auto de mamá que aún estaban sobre el mesón, junto a una carpeta gris que llevaba impreso el logo del periódico donde trabajaba.

—¿Mamá? —pregunté con extrañeza.

Miré mi teléfono para confirmar la hora. Normalmente los lunes mi madre salía de la casa a las siete en punto, pero ya llevaba unos veinte minutos de retraso. Aún seguía un poco molesta por lo ocurrido hace un par de días, así que no me había extrañado el hecho de que no subiera hasta mi habitación para despedirse como solía hacerlo en las mañanas. Pero ahora me asaltaba la curiosidad.

Me acerqué a su habitación y me detuve junto a la puerta al escucharla hablar por teléfono.

—Sí, claro. Entiendo. Muchas gracias por llamar —dijo con amabilidad y colgó.

Me devolví rápidamente a la cocina y agarré la primera caja de cereales que encontré en la alacena. La escuché abrir y cerrar un par de veces la puerta y luego sentí el golpeteo de sus tacones acercarse a la cocina.

—¿Desde cuándo te gustan los Cheerios? —preguntó incrédula observándome sostener la caja de cereales.

—Mamá, ¿qué pas...

—Taissa —interrumpió mamá con voz seca—. El Sr. Reagan llamó y me contó sobre la protesta del viernes.

—Mamá yo puedo...

—E ingenuamente intenté defenderte diciéndole que seguramente había cometido un error. Pero luego me sugirió revisar las fotos que habían colgado en internet.

Mierda.

—Te prometo que fue por una causa justa —dije intentando explicarle, pero ella no parecía querer escucharme—. Tú siempre me enseñaste que...

—Eso no importa ahora —Volvió a interrumpir—. No sé en qué clase de juegos estén acostumbrados a participar esos chicos, pero a ti te conozco bien y estoy segura de que sabes lo que te conviene.

Hizo una pausa y luego el tono de su voz cambió repentinamente. Ahora todo parecía estar en calma dentro de ella.

—Tanto el Sr Reagan como yo sabemos que esto fue un pequeño error adolescente de tu parte, pero que no volverá a suceder.

Mamá agarró las llaves de su auto y se acercó a mí para abrazarme.

—Por cierto, adelantaron tu entrevista con la universidad para esta semana. Estoy segura de que los impresionarás en tanto no te distraigas con tonterías —dijo finalmente y se marchó sin darme oportunidad de contestarle.

Estaba acostumbrada a que mi madre sobre reaccionara ante cualquier cosa, pero debía admitirlo; con lo agitados que habían sido los últimos días había olvidado por completo mi entrevista y eso no era nada propio de mi parte. Quizás mamá tenía razón. Necesitaba volver a enfocarme en la escuela o terminaría saboteando por completo mi ingreso a la universidad.

Todo lo que debes hacer es quedarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora