Ambos caminaban tranquilamente, él tras el argentino que se mostraba concentrado en el camino. Eran alrededor de las diez a.m. y los rayos del sol no eran tan fuertes, además, habían árboles alrededor que los tapaban.
Luego de que la madre del mayor hablara con la suya, los dejaron ir libres hacia ese lugar que el rubio amaba tanto.
Se trataba de una cascada en medio del bosque. No era tan difícil llegar pero podrías perderte si no sabes el camino.
El agua era clara y muy nítida, el ambiente era muy acogedor. Algunos roedores gustaban de ir ahí y beber agua todo el tiempo, también algunas aves paraban a cazar los peces y camarones que habían en esta.
El rubio agarró la mano del menor, acercándose a él mientras observaba con brillo en sus azules ojos la cascada. Jadeaba levemente por la anterior caminata, que lo había cansado un poco.
-Bueno, quitate la ropa para que nademos -dijo.
- Bien, pero no sé nadar.
- Yo te enseño, así como la vez pasada.
Asintió, en lo que se quitaba algunas prendas superiores, quedando tan sólo con una camiseta blanca y pantalones. El rubio siguió la misma acción, sólo que este portada unos pantalones cortos hasta las rodillas de color negro, igual que la camiseta.
Entraron al agua segundos después, sintiéndose satisfechos al notar que el agua no estaba fría.
Camilo miró los pequeños peces que se alejaban unos centímetros cuando los intentaba tocar, eran de colores cálidos y no muy notables, algunos no se veían muy bien de lejos. Se escuchaba el agua caer hasta abajo levemente, creando un sonido relajante gracias al eco.
La mano de Camilo era tomada por el mayor, quien se acercaba a la parte más profunda, donde le gustaba llevarlo para enseñarle a nadar. Y es que desde que entabló una amistad con él, siempre era llevado a ese lugar una vez a la semana.
Observó la masculina y formada espalda del rubio. Su piel pálida era adornada por lunares, varios en el cuello y espalda, al igual que en su rostro. Sus delgados labios, lindas pestañas, nariz y esos ojos azules que cada que los veía entraba en un viaje astral.
Era notable la diferencia de altura en ambos, el rubio le sacaba alrededor de una cabeza y media al chico. Además, a pesar de que uno era tres años mayor, a ninguno de los dos parecía importarle ni un poco.
Incluso, algunas veces Camilo se sentía un poco intimidado por la belleza del contrario.
-Tenés suerte, la primera vez que me enseñaron a nadar simplemente me tiraron al agua y ya-comentó. -Casi muero.
El Madrigal rió levemente, imaginando un escenario en su cabeza sobre lo antes dicho, pero luego sintiéndose mal por reírse. Pero terminó aliviándose al ver que el mayor término riéndose a carcajadas, pareciendo haber recordado sobre ese momento.
Terminaron bromeando sobre más cosas, en lo que el rubio le enseñaba a nadar poco a poco.
No fue tan dificil como creyó que sería, el agua estaba cálida y se sentía seguro estando en los brazos de una persona que sí sabía nadar bastante bien, sobretodo porque era ____ con quien estaba.
Los días pasaban y no podía evitar enamorarse aún más de el hombre que yacía a su lado. No podía evitar sonreír cada que lo veía, su sóla presencia transmitía paz y tranquilidad. Y estando ahí junto a él, Camilo supo que era lo que realmente sentía, ya no tenía ninguna duda.
Realmente le gustaba ____, mucho.
-Creo que es tarde... Volvamos al pueblo.
El colocho asintió, tomando la mano del joven para poder salir del agua con más seguridad. ____ le ayudó a secarse con una toalla que había traído, mientras hablaban acerca de temas variados sin ningún tipo de contexto.
Quedaron de verse pronto en este mismo lugar en cuanto pudieran, justo ahora estaban bastante atareados. El madrigal debía ayudar a decorar para la fiesta de su pequeño hermano y el contrario tenía algunos pendientes personales en casa.
Ambos deseaban tener más tiempo sólo para estar a solas. Pero debían esperar por ahora.
Antes de emprender su camino a casa, Camilo sintió que un beso fue depositado en su mejilla, cosa que de inmediato le hizo sonrojar hasta las orejas. Sentía su rostro arder y su corazón latir con fuerza, las mariposas le provocaban dolor en el estómago.
Y así, ambos fueron de nuevo al pueblo agarrados de la mano.
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