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Isabela se levantó con una gran sonrisa en el rostro, bailando en su habitación de alegría, con miles de flores de distintos colores a su alrededor. A un lado de su cama y sobre una repisa se veía el primer cactus que había hecho con su don.

Caminó por medio de pequeños saltos, llegando hasta su puerta y abriendo ésta. La familia Madrigal ya estaba despierta y andaba por la gran casa, cada quien haciendo sus deberes y preocupándose por sus propios asuntos.

Bajó las escaleras con tranquilidad, donde al girar se encontró con Dolores, que caminaba con unas arepas en manos. Probablemente las llevaría afuera y daría a las personas del pueblo como siempre le habían encargado.

-Dolores, ¿y Camilo? -preguntó. No se veía a ese chico merodeando o haciendo sus bromas por ahí.

"En casa de la familia Gómez" dijo amablemente. Isabela frunció su ceño en duda, sintiendo algo de envidia por el joven que podía salir y dormir en casa ajena, cosa que a ella le habían restringido. -Oh... -susurró.

Dejando ese tema de lado bajó hacia la primera planta, topándose con una Mirabel que bromeaba con Casita, recibiendo un par de golpes amistosos en cuanto se pasaba de chistosa. La mayor se acercó, saludando con alegría a su hermana que volteó e hizo lo mismo.

Hace ya unos días que Mariano le había propuesto matrimonio a Dolores, por lo cual ya no tenía que preocuparse por fingir una sonrisa a su lado y en lugar de eso se podía tomar la libertad de sentirse feliz por la nueva pareja. Habían sucedido unos problemas en la familia Gómez, o eso es lo que Dolores le dijo.

Al principio se sorprendió, parecían una familia tan tranquila y que prefería estar fuera de todo tipo de problemas. Pero aceptó que podía suceder algo así de igual manera, después de todo, su propia familia también era tachada de perfecta mucho antes, cosa que no era así, pues los problemas abundaban.

Isabela rezaba para que nada malo sucediera, pues le encantaba muchísimo ver a los dos chicos enamorados por ahí dándose abrazos. Y ahora que todos aceptaban su romance, sólo esperaba que nadie lo arruinara.

Habló con su hermana durante un corto rato, discutiendo sobre temas variados en los que ambas se veían interesadas. Luego llegó Antonio sobre su jaguar, quien muy tranquilo le avisó a la adolescente que alguien venía a buscarla, para después volver por donde vino.

Isabela siguió a su hermana, pasando por los pasillos y llegando a la entrada principal. Estando ya allí, observó a una azabache que con timidez absoluta le saludó, moviendo su mano de un lado a otro levemente, con una pequeña sonrisa en el rostro.

Portaba un vestido de seda muy lindo de color azul oscuro, adornado por un bordeado color dorado con forma de rosas. Su largo cabello azabache tapaba sus hombros, su aspecto era muy pálido y su cuerpo muy delgado. Se veía como si estuviera enferma. Pero era muy linda.

La mayor se acercó y le saludo con respeto, tratando de ser más amable y no lo fría que era la mayoría del tiempo. -Isabela Madrigal, ¿usted?

-Anna Rodríguez...

Un susurro salió de sus delgados labios, agachó su cabeza mientras tomaba la mano de la Madrigal con sutileza, como si la mayor fuera un cristal que se rompería con su tacto. Cosa que llamó la atención de Isabela inmediatamente. -¡Anna! Hace días que no te veía.. -comentó. -Uhm, ¿Isa, no tiene cosas que ir a hacer...?

Oh, esos son celos. La mayor se sorprendió al ver el repentino actuar de su hermana, sus labios semiabiertos formaron una "o" mientras guardaba silencio y trataba de procesar lo que había visto con sus propios ojos. ¿Mirabel celosa? Imposible.

Sonrió entonces con malicia, pasando un montón de ideas por su cabeza con las cuales podía hacer que Mirabel actuara nuevamente de esa forma que tan anonadada le había dejado. Así, mostrando una inocente sonrisa en su rostro espetó lo siguiente.

-Tranquila, no tengo pendientes hoy. ¿Puedo ir con ustedes... Anna?

La de lentes parecía no caber de la molestia, frunciendo su ceño y por medio de señas indicándole a Isabela que deseaba un momento a solas. Cosa que la mayor ignoró sin problemas frente a la azabache. -Mientras más es mejor... ¿No? -exclamó Anna.

Mirabel suspiró, aceptando el hecho de que de una manera u otra Anna no podría rechazar a nadie, muchísimo menos a otro miembro de la familia que era mayor que ella, sobre todo si le recibía con tanta amabilidad. -Ow, muchas gracias.

...

Caminaban por el extenso bosque, buscando frutas para devorar y algunos animales para acariciar con cariño. Mirabel se había encargado de hacer sentir a la joven en comodidad, hablándole de manera dulce y tranquila para no asustarle o algo parecido. Isabela sonreía satisfecha al ver a la pareja actuar muy cariñosa. Ambas chicas se agarraban de la mano y la Madrigal menor tenía la cara completamente roja por el contacto que estaban teniendo.

Anna se separó de la colocha para pararse sobre las puntas de sus pies y intentar alcanzar una manzana, por su altura no le fue muy difícil y terminó bajando una para cada una. Después con ambas manos sacudió el polvo de su vestido de seda.

En cuanto dieron unos pasos y ella volvió a distraerse, la hermana mayor se acercó a la colocha y dando leves palmadas en su hombro para llamar la atención, terminó por entregarle una hermosa rosa roja en cuanto la menor se volteó y dirigió su atención a ella.

Con sus labios y algunas señas con la cabeza terminó por hacerle entender a Mirabel, quien tenía su ceño fruncido. «Dale la rosa». Su rostro se tornó carmesí de inmediato, cerró sus ojos con fuerza mientras negaba apenada. -Hazlo.

Posando sus manos sobre los hombros de la de lentes, le hizo dar media vuelta y luego la empujó con suavidad. La chica caminó hacia adelante con la rosa en manos, casi temblado del miedo y los nervios que sentía. Su estómago se revolvía con intensidad.

-A-Anna.. -titubeó. -Para ti. La azabache giró y abrió con sorpresa sus orbes en cuanto vio la rosa que la Madrigal le entregaba con los ojos cerrados. Sonrió y la aceptó con el rostro rojo, teniéndola en manos, la admiró.

-Gracias -susurró. Acercándose a la persona frente a ella.

Y ambas hermanas pudieron suspirar con alivio luego de que un pequeño beso fue depositado en la mejilla de la menor. Una mirabel que parecía poder hacer competencia con un tomate, una Isabela que aún no procesaba lo ocurrido y Anna que se moría de ternura por la reacción de la colocha.





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𝖙𝖗𝖚𝖊 𝖑𝖔𝖛𝖊 | ᵐ! ʳᵉᵃᵈᵉʳ ˣ ᶜᵃᵐⁱˡᵒ ᵐᵃᵈʳⁱᵍᵃˡDonde viven las historias. Descúbrelo ahora