Capítulo 2

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Fue en el verano anterior, cuando se vio reflejado en los mugrientos espejos del lavabo en The Pink Coconut, que Horacio comprendió que la noche sería un auténtico desastre. 

Con su disfraz de colegial sexy, rodeado de un grupito de atractivas omegas veinteañeras, de cuerpos esbeltos y frescas mejillas, se vio espantosamente ridículo y se preguntó:

¿Cómo demonios me he puesto en esta situación? 

Cuando sus amigas se casaron, al omega no le quedó más remedio que rebajar el nivel de su vida social para no quedarse totalmente solo.

Pero esto ya era caer demasiado bajo.

Al principio se quedó horrorizado. Una por una, todas sus amigas pronunciaron las palabras más deprimentes para una persona soltera que quiere salir con su grupo.

«Tendré que preguntárselo a Chris».

O peor todavía...

«Bueno, si a Banks le parece bien». 

Y la peor respuesta de todas...

«Solo si Parker puede venir con nosotros».

Si Horacio no fuera hombre, las habría zarandeado hasta que se les quitara esa cara de compungidas. Pero antes que contemplar cómo se hundían en el infierno de la vida doméstica en pareja, prefirió dejarlas a su suerte. Ahora solo las veía en ocasiones especiales, y a medida que aumentaba la distancia entre ellos, las conversaciones se hacían cada vez más incómodas.

Un tanto deprimido por esta merma en su vida social y con más tiempo libre, se enfocó en el trabajo y buscó amistades libres de ataduras. Finalmente — y con mucho esfuerzo — logró encajar en un grupo de jovencitas marchosas que había conocido en una fiesta en Fitness Forever, el gimnasio del barrio. Le sorprendió descubrir que podía tolerar el olor de sus cuerpos perfectamente bronceados con spray, sus rostros frescos como una rosa tras una agotadora sesión de Step y hasta sus incontenibles risitas cada vez que uno de los musculosos entrenadores personales pasaba cerca de ellas.

Horacio sospechaba que si le aguantaban era porque sabían que era ejecutivo de cuentas en una agencia de publicidad, y esperaban que las invitaran a una prueba para un anuncio de champú. Lo cierto era que después de unos tragos, las encontraba bastante entretenidas, y por lo menos estar con ellas no resultaba tan degradante como quedarse en casa un sábado por la noche.

Lastimosamente las cosas fueron demasiado lejos. Cuando su discoteca favorita organizó una fiesta para colegiales, las chicas del gimnasio casi se mojaron las bragas de emoción. Horacio estaba horrorizado, pero finalmente accedió a ir. Cabía dentro de lo posible que encontrara a alguien interesante, aunque se tratara de un beta miope. 

La noche de la fiesta, las chicas se presentaron en el piso de Horacio, cerca del centro de la ciudad, envueltas en un vaho de perfume carísimo que resultaba insoportable para el fino olfato del omega.

Cuando las vio a todas juntas con sus tacones de aguja y riendo tontamente, Horacio comprendió su error. Tenía que haber inventado una excusa cualquiera, como que al vecino se le acababa de morir el gato.

En un momento invadió su apartamento una avalancha de ligas, medias, maquillaje, extensiones de cabello, pestañas postizas, alisadores, rizadores, sujetadores para realzar el busto, para lucir el escote, para escotes en uve... y todo lo que se quiera. Una de las omegas estaba sentada a horcajadas sobre la mesa de centro y la azotaba con su vara de directora. Era una mesa preciosa, estilo 1920 como decía Gustabo. Horacio la había comprado en Brighton en una escapada de fin de semana con su amigo, y se preguntó si sobreviviría a este tratamiento indigno.

NADIE HACE EL AMOR LOS MARTES - Volkacio/ DexacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora