No estaba seguro de la hora que era. Miró el televisor, pero los cangrejos habían desaparecido; probablemente los habría destripado de mala gana un alaskeño.
Horacio se sentía como si le hubieran vaciado las entrañas. No era un llanto normal; era un torrente, una avalancha que arrasaba con todo, un tifón acompañado de aullidos que amenazaban con ensordecerlo. Cada vez que pensaba que ya había pasado lo peor y empezaba a recuperarse, sufría un nuevo ataque de llanto que lo dejaba rendido y exhausto.
No se había movido del pasillo, donde lo dejó Dex. Seguía allí hecho un ovillo en el suelo, incapaz de reunir las fuerzas necesarias para moverse. Tenía las manos y los antebrazos mojados de lágrimas; los pañuelos que recogió del suelo ya hacía tiempo que estaban empapados.
Finalmente comprendió que necesitaba ayuda. No podía salir de este estado sin la ayuda de alguien de fuera. Haciendo un supremo esfuerzo, se puso a cuatro patas y avanzó lentamente hacia el teléfono, sobre una mesita al otro lado del vestíbulo. Al llegar tuvo que sentarse de nuevo en el suelo como si acabara de correr una maratón. Hizo unas cuantas inspiraciones profundas para calmar la respiración y marcó el número del móvil de Gustabo.
Pero para su desgracia, tenía conectado el buzón de voz. Acurrucado en el suelo, escuchó el mensaje de Gustabo mientras reunía fuerzas para hablar.
—Hola, chicos. Supongo que estoy haciendo algo muy importante o he desviado mis llamadas porque no quiero hablar con ustedes en este momento. Pero déjenme un mensaje y les llamaré cuando haya recogido mi premio al genio de la creatividad publicitaria.
—Gustabo, Gustabo. Coge el teléfono. Por favor, coge el teléfono —suplicó Horacio, entre sollozos.
Entonces recordó que estaba hablando con un contestador automático y que su amigo no podría oírle.
—Gus, llámame enseguida. Dex lo sabe todo y se ha marchado para siempre. ¿Qué voy a hacer ahora? Deja lo que estés haciendo y llámame, joder. Te necesito.
Colgó el teléfono. Hizo una mueca de dolor cuando el bebé le dio una fuerte patada. Horacio se miró la barrida; el bebé parecía estar comprobando si había alguna brecha por donde pudiera salir cuanto antes.
«Esto va en serio», pensó. Una elevación le recorría como una duna toda la barriga. «Voy a tener un bebé yo solo». De nuevo se puso a llorar, pero esta vez ya no era una tormenta, sino una molesta llovizna de esas que no paran nunca.
Y siguió lloriqueando cuando empezó a imaginarse su vida como padre soltero. De repente sonó el teléfono. Horacio respondió antes del segundo timbrazo.
—¿Qué voy a hacer? Dex se ha marchado, esta vez para siempre —dijo de sopetón, antes de que Gustabo pudiera saludar—. Cuando vino, todo estaba bien. Pero luego, estúpido, estúpido de mí, pensé que habría sacado sus propias conclusiones y que sabía que era posible que no fuera el padre. Pero resulta que no, que no había sacado conclusiones. Y empezó a gritarme que se lo explicara, así que tuve que contárselo todo. Entonces dejó de gritarme pero ya no me hablaba. No decía nada. Solo miraba al infinito con una tristeza infinita. Nunca le había visto tan triste. Luego por fin me dijo que yo no le merecía, que no podía superar que le hubiera mentido. Y tiene toda la razón, claro. He sido un idiota. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo le puedo contar al bebé lo que he hecho? No sé cómo le diré que es culpa mía que no tenga un padre, que lo he estropeado todo, que le he destrozado la vida antes de que naciera.
—Ahora mismo voy. —anunció Viktor.
Cuando Horacio dejó caer el auricular al suelo, Volkov ya había colgado. Se oyó el desagradable crujido del teléfono contra la madera seguido de un zumbido sordo, señal de que ya no había nadie al otro lado de la línea. Oír la voz del ruso resultó tan sorprendente que Horacio se quedó sin palabras. Con movimientos de autómata, recogió el teléfono del suelo y marcó el número que permite devolver la última llamada. Saltó el contestador automático.
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NADIE HACE EL AMOR LOS MARTES - Volkacio/ Dexacio
FanfictionHoracio y Viktor, que fueron novios en su adolescencia, se reencuentran una noche en una fiesta de exalumnos y acaban en la cama. A la mañana siguiente deciden que no volverán a verse nunca más, y aquí termina el asunto... Hasta que ocho meses más t...