Capítulo 4

358 48 5
                                    

Unos ocho meses atrás.


Volkov había tenido un mal día. Tardó dos largas horas en salir de su casa por la mañana, y otras tres en llegar a Los Santos. Durante el aburrido trayecto, su móvil no paró de sonar con llamadas de clientes que pedían sangre, sudor y lágrimas, además de milagros.

El alfa quería gritarles que ser asesor fiscal no implicaba tener una varita mágica; no había embrujos para librarse totalmente de los impuestos. Entendía que sus clientes tenían a alguien presionándoles para conseguir más beneficios, pero en lugar de apretarle el cuello a él deberían esforzarse en ganar más dinero. Era tan sencillo como eso.

Finalmente puso el móvil en silencio. La mala cobertura era una buena excusa para no estar accesible a las llamadas. Escuchar la radio en un día laborable era un lujo; no podía desaprovechar la ocasión de olvidar sus preocupaciones para centrarse en las posibilidades de intercambio de futbolistas que ofrecía la temporada.

Cuando estaba concentrado en las opciones de compra de jugadores, vio parpadear el nombre de Natasha en el móvil. Descubrió consternado que no tenía ganas de contestar porque temía decepcionarla de nuevo. Esta misma mañana la había visto llorosa; la nueva tanda de tratamiento de fertilidad la angustiaba tanto que cualquier comentario la hacía llorar. Toda la energía de Natasha estaba centrada en lograr que el tratamiento funcionara, y cada vez que él decía algo para calmarla o distraerla, ella le respondía con una mirada de absoluto desdén.

No parecía entender que Viktor pudiera hablar de otra cosa que no fuera la manera de quedarse embarazada, y desde luego despreció su sugerencia de salir con él y ver juntos el partido del sábado.

Hubo un tiempo en que a Volkov le habría llenado de gozo ver el nombre de su omega destellando en el móvil. Pero aquella era otra Natasha, una Natasha que lo fascinaba: elegante, segura de sí misma, sofisticada y que no estaba interesada en él todavía.

Aquella Natasha que le hacía sentirse el rey del mundo cuando apoyaba sobre su brazo su mano de uñas pintadas y bien cuidadas. Era la omega que había puesto en orden su caótica vida y le había inculcado lentamente cómo llegar a ser alguien. La mujer que poco a poco le llevó a hacer carrera en una empresa en lugar de saltar de un empleo a otro, a invertir en una casa propia en lugar de compartir piso con amigos, a cenar en restaurantes en lugar de tomar cualquier cosa en el pub, a comprar vinos caros, a leer periódicos serios... las cosas que hacen las personas adultas.

Pero la Natasha de ahora... La calma y la sofisticación habían desaparecido sin dejar rastro, y en su lugar se instalaron el miedo, la duda y un terrible sentimiento de fracaso que la corroía. La Natasha de antes no habría tolerado el fracaso, pero la de ahora había absorbido como una esponja la idea de que era incapaz de concebir, de que su cuerpo era defectuoso, y se empapaba continuamente de sentimientos negativos. Se había convertido en una omega malhumorada, quisquillosa y obsesiva.

Cuando decidieron iniciar el tratamiento de fertilidad, Natasha recuperó el control de la situación y durante un tiempo volvió a ser la de antes. Se entregó al programa como si se tratara de un trabajo a tiempo completo. Se le notaba en la cara que le aliviaba poder hacer algo, y estaba convencida de que todo iría bien. Nadie investigó tanto el tema, nadie se preparó físicamente como ella, ninguna mujer llevaba cada paso del proceso con más cuidado.

Pero cuando su cuerpo se negó una y otra vez a darle lo que más ansiaba, la expresión de alivio de Natasha dio paso a un aire de confusión que con el tiempo se transformó en una nube de pena y de dolor que la seguía a todas partes.

Volkov se preparó para otra conversación repleta de bombas escondidas.

— Привет — Saludó en su idioma natal intentando que su tono sonara animado y casual. Así por lo menos la conversación empezaría bien.

NADIE HACE EL AMOR LOS MARTES - Volkacio/ DexacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora