Capítulo 26

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—¡Es fantástica! —exclamó Dex, por enésima vez.

Tenía en los brazos un pequeño bulto envuelto en una manta blanca y lo miraba arrobado. Horacio estaba recostado sobre la almohada, en un estado de total agotamiento y absoluta felicidad. El día había acabado de forma muy diferente a como él había temido que acabara. Lo mejor de todo fue la expresión de Dex cuando se acercó a la báscula para ver de cerca al bebé después de que lo limpiaran, y se volvió hacia Horacio con la sonrisa más amplia que él habría visto jamás y levantó los pulgares en señal de triunfo.

—¡Es pelinegra! ¡Y tiene tus ojos! —gritó.

Luego le acercó la niña a Horacio para que la cogiera en brazos.

—Gracias por estar aquí —susurró el omega.

—Bueno, fue muy improvisado. Tontolaba y yo estábamos fuera de la ciudad.

—¿Cuándo?

—Anoche.

—¿Ayer noche? ¿Por qué estaban allí?

—Oh, cariño. Cuando me fui de casa no sabía qué hacer con mi vida. Tenía la cabeza hecha un lío, de modo que fui al pub y, por supuesto, allí estaba Tontolaba. Era su hora de comer. Bueno, el caso es que entonces me llama Rick preguntando a qué hora pensamos salir el viernes para llegar a su despedida de soltero. Yo no consigo decir nada concreto, de modo que Tontolaba coge el teléfono y le dice a Rick que salimos enseguida. En aquel momento nos pareció una buena idea. De modo que desde el pub vamos directamente a la estación y cogemos el primer tren, sin equipaje ni nada. Nos metemos en el primer pub que encontramos, y lo siguiente que recuerdo es que Tontolaba recibe una llamada en el móvil y empieza a hablar con Gustabo.

—¿Gustabo?! ¡¿Gustabo llamó a Tontolaba?! ¿A qué hora fue?

—Ni idea. Sobre las once, supongo.

—Pero estaba conmigo...

—Bueno, pues consiguió tener una auténtica charla con Tontolaba. Quería que él me convenciera de que debía volver. Y de no ser por las circunstancias, la verdad es que era divertido oír a Tontolaba hablar como Gustabo. Utilizaba palabras largas y todo.

—¿Qué te dijeron? ¿Qué fue lo que te convenció para volver? —preguntó Horacio con cautela.

Dex se quedó pensativo antes de responder.

—Me hicieron ver que debería haber pensado que el niño podía ser mío, y no en la posibilidad de que no lo fuera. Y qué pasaría si el niño se convierte en una figura del fútbol y yo tengo que confesarle que ni siquiera asistí a su nacimiento.

—De modo que fue el fútbol lo que te hizo volver.. —dijo Horacio, un tanto decepcionado.

—No, joder, Horacio, no. Eso fue lo que me puso en movimiento. Pero si te soy sincero, ni siquiera cuando estaba en el tren camino de Los Santos me sentía totalmente seguro de lo que quería. Gustabo me esperaba a la entrada del hospital, y entre él y esa enfermera me hicieron la única pregunta que de verdad importa.

—¿La de si lo quieres de verdad?

—No, Horacio, la de si de verdad lo amas.

—¿Y entonces?

—Y dije que sí, claro.

—¿En serio? ¿Dijiste que sí?

—Claro que sí, joder. Nunca te lo había dicho, pero ya sabes que a veces me olvido de lo que es importante. — dijo cogiendolo de la mano y mirándole a los ojos—. Te amo. Siempre te he amado.

—Yo también te amo —respondió.

—No tienes que decirlo solo porque yo te lo diga.

—En serio que te amo, y me casaré contigo. Si es lo que querías decir, claro.

—Es lo que quería decir. Pero con una condición.

—¿Qué condición es esa? —cuestionó Horacio, temiéndose lo peor.

—Que no nos convirtamos nunca en una de esas parejas aburridas. Ya sabes, esas que se sientan en los pubs sin dirigirse la palabra y que probablemente nunca hacen el amor.

—Te lo prometo —sonrió. Estaba convencido de que la vida con Dex nunca sería aburrida—. Y te digo una cosa: incluso haremos el amor en martes.


Fin.

NADIE HACE EL AMOR LOS MARTES - Volkacio/ DexacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora