Gustabo tenía la sensación de que había recorrido miles de kilómetros de pasillo buscando al ruso. Había visto todas las posibles variedades del gris hospitalario, y esto empezaba a afectarle. Sin embargo, todavía lucía una enorme y radiante sonrisa por lo que había conseguido.
Se preguntó qué haría Horacio para compensarle por el brillante ingenio y los heroicos esfuerzos realizados; todo para que él fuera feliz. Tal vez aquel reloj que vió el otro día en la tienda sería una compensación adecuada para tremendo despliegue de amistad. Lo invitaría a comer y le dejaría caer algunas insinuaciones del tipo: «Horacio, mi niño, mira este reloj. Me lo debes».
Finalmente encontró a Viktor desplomado sobre una silla y llorando a lágrima viva. Se sentó a su lado y esperó pacientemente a que se acallaran los sollozos.
—Vete a la mierda —fueron las primeras palabras del alfa cuando vio a Gustabo sentado a su lado—. Déjame en paz.
—Solo quiero asegurarme de que estás bien.
—¿Y por qué mierda quieres asegurarte de que estoy bien? ¿Qué coño te importa?
—¿Por qué me importa, dices? —el rubio estaba demasiado cansado para conservar la calma por más tiempo—. Te diré por qué me importa. Llevo toda la noche pendiente de esta historia. No, es mentira. En estos últimos nueve meses he pasado mucho tiempo pendiente de ustedes, escuchando, hablando e intentando comprender este tremendo culebrón. Ahora estoy cansado y no necesito que me digas que me vaya a la mierda. ¡Vete tú a la mierda y sigue adelante con tu mierda de vida!
Horrorizado, vio que el ruso arrugaba la cara y se daba media vuelta antes de echarse a llorar con tremendos sollozos que le sacudían las espaldas.
Al otro lado del pasillo había un hombre y una mujer que eran demasiado mayores o demasiado maleducados para disimular su curiosidad. Se oyó un chirrido cuando la mujer movió la silla para presenciar mejor la escena.
Los sollozos de Volkov eran cada vez más escandalosos, y Gustabo se vio obligado a actuar.
—Se acabó la función —les dijo a los ancianos. Pero estos no se dejaban convencer tan fácilmente. Se limitaron a mirarle con expresión inocente.
Entonces el beta intentó torpemente pasarle a Volkov el brazo sobre los hombros este se lo quiso quitar de encima, pero Gustabo insistió.
—Vamos, hombre, lo superarás —le dijo en voz baja.
Ignoraba la razón, pero el caso era que se le ponía la voz de su madre cuando quería consolar a alguien. De hecho, había repetido exactamente las palabras que le dijo su madre cuando Gustabo le contó que estaba enamorado de su tutor en la escuela de arte. Irritado por la estrechez de miras de su madre, a continuación le dijo que sabía que era gay desde los quince años, cuando David Sanderson lo sedujo durante una excursión con el grupo escultista.
Ese día, su madre se quedó horrorizada.
—¿David Sanderson?
—Sí —contestó esa vez.
—Eres un mentiroso. ¿Cómo puedes decir estas cosas del pobre David?
—De verdad que lo hizo, mamá.
—¿Cómo te atreves a meter en esto al hijo del vicario? No sé lo que es peor, si fingir que eres gay o insultar a la iglesia.
La falta de comprensión de su madre le recordó a Gustabo que Viktor merecía un poco de compasión, aunque proviniera del hombre que había planeado su derrota sentimental.
De modo que se armó de paciencia y continuó dándole palmaditas en la espalda, esperando a que parara de sollozar. De vez en cuando un movimiento de pies o un carraspeo les recordaban que había una audiencia pendiente del comienzo del espectáculo.
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NADIE HACE EL AMOR LOS MARTES - Volkacio/ Dexacio
FanfictionHoracio y Viktor, que fueron novios en su adolescencia, se reencuentran una noche en una fiesta de exalumnos y acaban en la cama. A la mañana siguiente deciden que no volverán a verse nunca más, y aquí termina el asunto... Hasta que ocho meses más t...