Capítulo 9

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Horacio depositó un dolar en el sombrero del tipo que mendigaba a la entrada del pub. Se dijo a sí mismo que era para tener suerte, a falta de un pozo de los deseos. 

En cuanto entró en el local abarrotado de muebles desparejados y vio las paredes empapeladas con un papel feísimo, que se caía a pedazos, respiró con alivio; allí no se encontraría con ningún conocido. La espantosa moqueta gris estaba gastada, y de los asientos salían churros de espuma de un sucio color mostaza. La única nota alegre en aquel local tan deprimente provenía de un par de máquinas tragaperras que tintineaban en un rincón. El local estaba vacío, a excepción de tres individuos que debían de llevar allí desde la hora de comer, o incluso desde el día anterior. Ellos nclinaban la espalda sobre la barra, y más que hablar, se comunicaban entre sí con una serie de sonidos entrecortados.

Aparte de ellos había una señora de cierta edad bebiendo una cerveza en un rincón. Llevaba un sucio impermeable azul y se cubría la cabeza con un pañuelo de plástico. Se dirigió a Horacio en cuanto lo vio entrar con cautela en el bar:

—Allí lo tienes, cariño. Ya ha hecho un amigo —dijo la mujer.

Horacio extrañado, dirigió la mirada hacia donde le señalaba la mujer y vio a Volkov, que con su bonito traje de chaqueta azul marino y  corbata a juego, parecía tan fuera de lugar como él. Un enorme perro pastor alemán dormía la siesta echado sobre sus pies.

—¿Esto es lo que se lleva ahora para mantener los pies calientes? — El omega no pudo evitar picarle un poco en lo que se acercaba.

—Hombre, el muy cabrón no se quiere mover y no me atrevo a darle un puntapié. Podría morderme, o podría morderme su dueña, que sería peor —dijo el ruso mirando inquieto a la mujer, que desde su posición le dirigió una sonrisa desdentada.

—Bueno, no hay que temer tanto el ladrido del perro como la mordida de su dueña —bromeó Horacio.

—Muy gracioso — murmuró el alfa — He pedido un agua mineral en lugar de un cubalibre, porque he supuesto que ahora no bebías. Aunque si quieres te pido otra cosa.

Horacio se quedó parado. Hacía años que no tomaba un cubalibre. Había olvidado incluso que hubo un tiempo en que tomaba este horrible combinado. Al parecer Viktor lo recordaba todavía.

—Un agua está bien —dijo, bebiendo un sorbo. — ¿Cómo te va? — Intentó hacer conversación. Todavía no estaba preparado para entrar en terrenos pantanosos.

—Oh, bien. Ya sabes, a pesar de todo. ¿Y tú? —respondió.

—Bueno, supongo que bien. ¿Y tú?

—Ya me lo has preguntado. — Volkov le dirigió una mirada cargada de preguntas. De repente cerró los ojos y cuando los volvió a abrir sacudió la cabeza como si no pudiera creer lo que iba a decir. — ...¿Puede ser mío?

Horacio no esperaba una pregunta a bocajarro. Había imaginado una conversación con muchos preámbulos en la que los dos darían vueltas alrededor de la cuestión principal, mientras él encontraba la manera de poner punto final a la situación. Pero como no tuvo tiempo de buscar las palabras adecuadas, respondió con franqueza: — Sí.

Volkov se desplomó en el asiento. Ya estaba. No había vuelta atrás. Les habían quitado el suelo de debajo de los pies, y ahora se encontraban sobre un terreno tan frágil, tan poco sólido y desconocido que ni siquiera sabían qué decir ni cómo continuar. Finalmente el pastor alemán se removió, alzó la cabeza y los miró. Debió de pensar que necesitaban estar a solas, porque se levantó y regresó lentamente con su dueña.

Fue el alfa quien tuvo el valor de dar el primer paso en ese mundo ignoto.

—Cuando dices que sí, ¿es un sí categórico?... ¿Y el tipo que te acompaña a la clase?

NADIE HACE EL AMOR LOS MARTES - Volkacio/ DexacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora