Capítulo 22

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7:12 de la mañana.

No me lo puedo creer —masculló Horacio entre dientes.

Estaba sentado en una butaca del salón y se agarraba con tanta fuerza a los reposabrazos de madera que tenía los nudillos blancos. No parecía en absoluto contento.

—Shh. No hables tan alto, por favor —murmuró Gustabo. Se había tumbado en el suelo y apoyaba la cabeza sobre la maleta que el omega había preparado para llevar al hospital.

—¿No te parece que ya tengo que soportar bastante como para que se te ocurra tener un resacón? —Horacio apartó la maleta de una patada, haciendo que la cabeza del rubio golpeara contra el suelo.

—¡Au! —el beta se incorporó y se frotó la zona dolorida—. ¿Por qué me haces esto? ¿Cómo crees que podría soportar toda una noche contigo gritando y gimiendo sin un poco de ayuda medicinal? No es culpa mía que lo único que hubiera en tu casa fuera un brandy de mala calidad. ¡Ya verás cuando vea a esas asquerosas que contestan al teléfono en el departamento de obstetricia! Les diré lo que pienso de esas zorras. ¿Qué hay que hacer para convencerlas de que la situación es crítica y necesitamos ir al hospital?

—No es ninguna situación crítica. Cada día hay personas que se ponen de parto.— Horacio consultó nerviosamente su reloj.

—Conmigo no. Les dije incluso que si no me ayudaban me estaban empujando al suicidio, pero se rieron y me dijeron que me dejara de tonterías.

—Tómate un paracetamol, y de paso tráeme uno a mí también —murmuró el otro jadeando adolorido. Notaba que se acercaba una nueva contracción.

—¿Paracetamol? Lo del suicidio no lo decía en serio, Horacio. El mundo y tú me necesitan —reconoció el rubio.

—Lo digo para tu resaca, idiota —gruñó Horacio—. Y por la tortura que estoy sufriendo. Date prisa. El taxi llegará de un momento a otro.

 El taxi llegará de un momento a otro

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7:30 de la mañana.

—¡Gustabo, sal de ahí ahora mismo! —gritó Horacio—. El taxi ya está aquí.

El rubio salió del cuarto de baño.

—Después de usted, sexy hombre encantador.

—Maleta. Tú. Llevas —consiguió decir el omega, antes de inspirar hondo para iniciar su doloroso descenso por las escaleras.

—Entonces, ¿crees que estarás mucho tiempo en el hospital? —preguntó el rubio como si no pasara nada bajando tras él.

—Espero que no —resopló—. ¿Por qué?

—Esta maleta pesa muchísimo. ¿Qué demonios has metido dentro?

—Ropa para mí y el bebé y diversos artículos de higiene: pañales, toallitas, compresas, almohadillas de lactancia... Ya entiendes, cosas así.

NADIE HACE EL AMOR LOS MARTES - Volkacio/ DexacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora