IX

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  Charles me estaba por dejar sin aire, sentí mi estómago estremecerse y me pregunté cuanta distancia habría de aquí al cielo.

  Me sujetó con más fuerza las muñecas. Quise soltar un quejido y tapó mi boca.

  No, yo no estaba por ingresar a su lista de víctimas. Él solo estaba intentando dejarme una buena marca en el cuello.

  Él había llegado hacia mí en la biblioteca y al hablar de la universidad surgió el nombre de Andrew, de mi parte. Él me recordó que no lo podía invitar más al hotel, porque el Sr. Mimado del castillo ya lo había hablado con el dueño, según el, aunque no me quiso dar razón especifica, era chisme viejo. Como sea, él mencionó lo de la marca del cuello y yo lo reté a hacerlo mejor. Solo bromeaba, porque sabia  que le gustaba llevarme la contraria e inocentemente supuse que no se atrevería, lo que terminaría con él imponente y sarcástico y yo victoriosa, pero no.

  Charles me acorraló ante un estante y empezó a besar mi cuello. Quise quitarlo, incómoda, pero le permití tres segundos más cuando mis piernas fallaron y sujetó mi cintura.

  Logré zafarme, en un leve empujón.

  Él sonrió con orgullo:

—Te dije que te quedaría mejor.

  Mi pecho estaba algo agitado.

  Este chicho era raro.

(...)

  Quise acercarme a él, pero la presencia de sus amigos me asustó. ¿Y si les estorbaba?

  Apreté mis puños dándome contención y me preparé para caminar hacia otro lado.

  Charles me miró y sonrió con algo pareció a la curiosidad mezclada con ternura. Me quedé quieta.

  Su amigo, el chico que estaba con él aquella primera noche antes de subir al techo, notó nuestro cruce de miradas y codeo a Charles, sonriendo y comentandole algo.

  Salí con disimulada prisa del hotel.

  Tenía reunión con el detective, en una panadería a unas cuadras.

—Tú madre es muy joven —comentó el detective mientras removia el azúcar en su latte.

  Yo había pedido una rebana de pizza y jugo de naranja, en un esfuerzo de alejar la cafeína de mi sistema.

—Me tuvo joven —solté.

  Realmente, noté rara la escena; él parecía jovial, alegre, casi pintoresco, en cambio yo parecía ansiosa y algo malhumorada. Él no traía pinta de detective privado ni yo de becada agradecida.

  Hizo sonar la tacita antes de beber de ella, yo me aturdi.

—Parece feliz aquí, no parece extrañar a alguien.

  Cállate.

—Es una mujer fuerte, me alegra que sepa dar cara a un país nuevo con tanta vitalidad —hablé, queriendo convercerme.

  Acomodó un poco su traje, traía una gabardina que lucia cómoda y clásica.

—Opino lo mismo —Sacó sin prisa el sobre de su saco—. Aquí está más información de su entorno. Su dirección te la daré en tres días si me terminas de pagar.

  Eso estaría bien, obtendría el dinero en dos días.

  ¿De qué me servía ese sobre?, ¿Para qué quería saber yo con quiénes hablaba mamá?, yo solo la quería a ella, saber de ella.

—¿No me darás su número?

—Necesito mi dinero, necesito ser yo quién te contacte a ella. No insulte mi labor.

Pusilánime | Caballeros Grises N° 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora