XVI

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  Jamás había visto a Madeline así.

  Y sí; soy consiente de que no la conozco desde hace mucho y esta podría ser su verdadera forma de ser.

  Pero, no. Está no era ella. Ella estaba cambiando, sin importar qué era antes, estaba dejando de serlo.

  Hay algo en cómo miran las personas.

  Ella miraba con inocencia y ahora miraba con rabia, incapaz de mantener su vista en algo alegre por mucho tiempo, como si lo encontrara falso y esto detestable.

  Hace unos días la encontré en el suelo del techo, vistiendo un vestido rosa y un rostro rojo en llanto. Ese día ella fue un antes y un después. Al principio me asusté pensando que se trató de algo físico, pero no. Peor o igual de triste que un ataque físico es un ataque ideológico, en dónde pierdes quién eres y te preguntas el porqué, por qué tu vida es así, por qué esto o aquello. Te encuentras ante un nuevo panorama que se había estado formado como un posible mal escenario, pero que estabas seguro jamás te pasaría a tí.

  Madeline ya no era esa perspectiva linda de “Cuídate la salud”. Ahora era esa opinión desinteresada de “Yo no sé ni me interesa”

  Sonreía pero no se alegraba. Reía pero no le duraba.

  Ella vivía pensando, castigándose.

  Un día, rompí con mi duda:

—Made, puedes ser sincera conmigo. ¿Lo sabes, no?

  Ella dejó de ver los libros de la estantería, me vio y bajó la vista, pensándolo al jugar con sus delicados dedos.

  Traía falda y un suéter holgado, los colores que vestía eran opacos como su entorno.

—Puedes decirme qué es aquello que hiciste mal. Tal vez tiene solución.

—He hecho muchas cosas malas, Charles.

—Dime alguna, dividamos el cargo de conciencia.

—No quiero que esto termine escrito en tu libreta.

—No inscribiría de ti en mi libreta aunque me lo pidieras, Made.

—Tampoco quiero que me vayas a denunciar.

  Un silencio tanteó la sala.

—¿Entonces si hablamos de delitos?

—Sí, un par, al menos.

¿Quién era esta chica?

  No quiso mirarme más y me dio la espalda, rebuscando en su estantería como si ya no supiera que había o no ahí.

  Me acerqué más, la había estado viendo desde la isla de la cocina, ella estaba detrás del sofá, ante la estantería.

—Puedes decirme.

  Giró a medias, enfrentándome. Sí bien desde que la conocía tenía mirada de niña extraviada, ahora la tenía de niña asuatada.

—¿A cambio de qué?

—Contarme resultará sanador para ti; cuando hablamos de algo que nos calcome le quitamos peso. No obstante, si esa no es suficiente razón, moveré mis contactos para que tengas total acceso a la comida del hotel.

  —¿Total... acceso? —murmuró entre sorprendida e incrédula—, ¿Puedes conseguir eso?

—Por supuesto, Made.

—Bien... Te diré uno de estos males, pero creo que este, con el tiempo, no me traerá sanciones legales. Por lo menos si no vuelvo al país antes de los 18, es decir, en unos meses.

Pusilánime | Caballeros Grises N° 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora