III

26 3 0
                                    

  El edificio tenía un estilo Gatsby en los corredores menos concurridos, un marrón caramelo y un rojo tan oscuro como el vino resaltaban. A esta hora no era lúgubre, solo elegante, casi romántico. Había grandes ventanas que brindaban luz natural.

  Mi ondeado cabello rozaba mi camisa al ritmo de mi caminar mientras mis pensamientos me tenian cansada. Sí, admito que de nuevo quería arrancarme la piel porque me pesaba, pero también admito que quizá solo esté siendo dramática.

  Después de todo, todos tenemos nuestros problemas y pasado bizarro, yo solo soy una estr...

  Auch, mi escaso trasero chocó contra el alfombrado piso del corredor. Por andar de distraída terminé tropezando con el chico de la libreta.

  Me miró, disimuló una mueca de disgusto, me tendió su mano, la acepté, se sacudió y siguió su camino mientras yo me reincorporaba.

  Mierda, que manera tan mal educada de ser educado.

  Ahora yo me sentía idiota.

  Fruncí un mohín y caminé tras él, solo porque el pasillo nos obligaba a compartir el espacio.

  Tenía la libreta, abarrotada, en su mano derecha:

—¿Sigues escribiendo? —Solté y me golpeé mentalmente.

  Echó su vista hacia mí ante mi voz:

—¿Eh?

—En la libreta —Aclaré, ya tenía que seguir con todo—, ¿Sigues escribiendo en ella?

  Se detuvo confundido, enfrentándome a cejo levemente fruncido:

—¿Qué otra cosa se suele hacer en una libreta?

  Estúpido.

—Me refiero a si sigues escribiendo lo mismo que hace unos días —repuse con cierta rudeza disimulada.

—¿Hace unos días?

—Cuando nos conocimos.

  Mentalmente me pregunté si tal vez alguna gota de champú había llegado a colarse en mi boca en la mañana, quizá me estaba afectando. ¿Por qué sonaba como si él me importara cuando recién lo conocía?

  Sonrió y, en un pequeño movimiento, su casi ondulado cabello oscuro se removió.

—De hecho sí; tengo días escribiendo algo en particular. El día en que te acércaste logré adelantar bastante —comentó con cierto misticismo.

—¿Sobre qué escribes? —Mi tono y mi odiosismo se fueron alejando.

—Es un secreto, niña —Sonrió un poco más.

  Me extrañé:

—Niña —repetí.

—De eso tienes cara; de niña extraviada.

  Me pasmé. ¿Cómo me tomaba eso?
Una sonrisa ladeada que escondía mi nerviosismo se me escapó.

—Aún no sé tu nombre, darte un apodo es lo más lógico, ¿No? —Explicó sobrio, como si no entendiera mi reacción.

  Avanzó y emparejamos nuestros pasos.

  Tras unos segundos cuestioné:

—¿Quieres saber mi nombre?

—No, no me interesa.

  Ah.

  Miré a otro lado con desinterés.
Llegamos al final del pasillo, conectado con el vestíbulo. Nos enfrentamos, esperando algún "Adiós" educado de parte del otro.

Pusilánime | Caballeros Grises N° 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora