CAPITULO 29

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Esto de jugar a ser fuerte ya no es divertido nunca lo fue, nadie nota tu dolor, ni tú tristeza pero todos notan tus errores para ir tras ellos y estregártelos en la cara, como si para ellos fuera un trofeo, es decir el se equivoco y yo no, por lo tanto soy superior a el.

—Dani —el murmuró mi nombre como si eso le hiciera sentir algún tipo de remordimiento o lastima por mi.
Me sentí estúpido e inestable, por dejar que alguien me tratara así. Las palabras hieren aún más cuando te importa quién las dice. Estaba enojado y triste a la vez.

—De verdad lo siento no quería llegar a esto —el tono de su voz se había vuelto suave, el lucía genuinamente arrepentido.

Me levanté y me dirigí a la puerta para salir de ahí, antes de cerrar la puerta me volteé y le dije;

—Hablamos luego —me despedí, el no replicó para nada porque sabía perfectamente que lo que quería era estar solo, el me conocía tan bien, cuando había un problema siempre huía no porque fuera un cobarde si no para no empeorar más las cosas.
Justo al salir me tope con su tía quien venía llegando, traté de parecer tranquilo como si nada hubiera pasado para no alarmarla, pero fue en vano ella lo noto en seguida.

—Nos vemos —le dije amablemente.

—Espera Dani estás bien? —me preguntó intentando detenerme.

—Si claro, solo que llevo prisa —le respondí apurado.

—No lo estas —aseguro. Solo me le quede mirando pensando en que responder y hablo de nuevo—. ¿Quieres que vallamos a algún lugar?, a hablar yo encantada de escucharte —se ofreció, lo dude por un instante pero al final cedi, por alguna razón ella me inspiraba confianza.

Caminamos en silencio por un buen rato, yo caminaba sin rumbo alguno solo me guiaba de ella, llegamos aún parque que aparentaba ser viejo con juegos oxidados y monte por todos lados, era solitario y deshabitado, pero bueno en ese momento eso era lo que menos me interesaba. Ella se sentó en una banca y yo hice lo mismo.

El ambiente trasmitía soledad paz tranquilad.

—La familia también te rompe el corazón, te baja el autoestima y hace que tú patética vida se vuelva aún más triste, no es cierto —bufo al aire con remordimiento, mientras se encendía un cigarrillo, tomaba una calada del mismo y después expulsaba el aire, eso la hacía ver tan relajada que sentí curiosidad de saber que sentía fumar, quería sentirme como ella, pensé en pedirle un cigarrillo pero no lo hice.

—¿Eso también aplica para Usted? —le pregunté curioso por la ironía en qué lo había dicho.

—Así es —asintió—. Pero no me llames de Usted dime Eris, que de lo contrario me haces sentir vieja —bromeo un poco.

—De acuerdo Eris —asentí.

—Cuando un padre crítica a su hijo, el no deja de amarlo, el deja de amarse así mismo, creemos que por ser nuestros padres tienen derecho a hacernos sentir mal con nosotros mismos, pero no debería de ser así, el hecho de que nos hayan dado la vida no significa que tienen derecho a manipularla para cumplir con sus expectativas.

—Ojala ellos pudieran entender eso —murmuré por lo bajo.

—¿Ya se los dijiste? —me preguntó.

—Justo ayer, y desde entonces he salido de casa para evitarlos —suspiré.

—Tarde o temprano los vas a enfrentar.

—Lo se pero, quiero ignorar eso.

—Te entiendo, sabes en mi familia yo siempre fui la rara la rebelde la que no encajaba con el estereotipo de niña bien educada y afeminada, por lo que mis padres se la tomaron contra mi, y eso hizo querer llamar más su atención.

DIECIOCHO MOMENTOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora