Capítulo 4.

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Peligro.


En algún lugar en Tokio.

—Salió a la perfección, Jefe —informa uno de mis peones. Y no evito mostrar la sonrisa de satisfacción que nace en mi rostro.

El peón se expone sorprendido por mi semblante, pero en un segundo, vuelve a poseer uno de pura seriedad.

Dicen que algo pequeño puede causar un caos en cuestión de minutos.

Te acabo de arrojar un grano de arroz, dudo que recuerdes cómo manejarlo, amada mía.

—¿Es cierto? —llega interrogando un molesto, Raiden.

Le hago una seña al kobun y este sale de inmediato.

—Me alegra que sea noticia tan rápido —me incorporo del escritorio, quito el saco de la silla y lo dejo tendido en mi brazo, esperando las quejas de mi mano derecha.

—¿Vas a empezar una guerra por una mujer? —pregunta incrédulo.

—La guerra empezó hace mucho —asevero. Tomo mi teléfono del escritorio y salgo dándole la espalda, escuchando sus pasos detrás de mi.

—Sabes que si tu padre...

—¿Crees que él no lo sabe? —volteo quedando al frente de él —. Eres más estúpido de lo que creí entonces —digo mordaz, logrando mi objetivo al verlo tensarse.

Sonrío. Se siente bien causar efectos en los demás.

Shatei —menciono de una forma maliciosa. Lo veo pasar saliva —. No me hagas enojar —me acerco a él y acomodo la corbata de su saco, ajustándola un poco más a su garganta, notando como su respiración se hace pesada. Me mira serio, pero no flaquea está vez —. Sería una lástima deshacerme de ti —suelto la corbata, viendo como su respiración se regula. —Vamos tarde —sentencio, finalizando nuestra plática.

Que dolor de cabeza resultaste, Raiden.

Tendré que traer antes de lo esperado al imbécil de Ciro.

...

En la mansión Zhào.

Saben ese preciso momento. En el que, sienten como si su cuerpo estuviera apunto de quebrarse, cuando sienten que no puede dar más que, los pulmones no pueden trabajar, el respirar es casi nulo y necesitan que esto acabe lo más rápido posible.

Así me sienta con cada golpeé que era dirigido hacia a mí. Syaoran no estaba teniendo ni un poco de compasión conmigo, tal y como se lo había pedido.

Me encontraba oxidada. Años sin levantar los puños, años sin sentir el sudor en todo el cuerpo por intentar luchar contra alguien más grande que yo.

En otro momento, está pelea hubiera durado horas hasta que alguno cayera, pero aceptaba que no tenía el mismo nivel que mi hermano. Había perdido entrenamientos y avances que, él en todos estos años uso y mejoró.

Me había ganado, por tercera vez desde que éramos niños. Mi hermanos logro ganarme una tercera vez y sabía que esto me lo echaría en cara toda la existencia.

Me levanto de la lona viendo la sonrisa socarrona que, tan solo aumentaba en su rostro con verme.

—Quién diría que se sentiría tan bien vencerte —dice casi saboreando su ego —. Solo veinte minutos, necesitas mejorar cuanto antes —aconseja, mencionando una vez más mi derrota.

—Necesitaste casi cinco años para llegar a mi nivel, hermanito —comento sin aire, pero sin bajar la mirada de superioridad.

Niega divertido e ignora abiertamente mi comentario.

LA SAYÓN | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora