Capítulo 29.

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S de Secuestro.


V.

—Hola, querido suegro —todo queda en un tenso silencio y algunos voltean a ver al dueño del circo, quién no ha soltado a la novia del pequeño Zhào —. Lindo espectáculo, bastante adorable. Hace años que no se veía algo así, pero que lástima que no lo pueda permitir —comento con una sonrisa ladina mientras mis hombres se desplazan rodeándolo y posicionándose de manera estratégica hasta ser evidente que superaban el número de sus kobun.

Sin embargo, el Oyabun no dejaría que nadie lo avergonzará, es el más grande error que alguien podría cometer, pero que solo yo podría hacer sin importarme las consecuencias.

—¡Ahora!

La orden de Zhào Rei es clara, pero nada ocurre al pasar los segundos y lo que sostengo detrás de mi espalda empieza a ser un poco pesado. Dejo caer mi regalo al suelo y con ver el rojo cubrir el rostro de Zhào es más que fascinante.

—Supongo que buscas a tu chico, ahí está y lo siento, es todo lo que queda de él —aclaro al señalar la cabeza decapitada del hombre, soldado de su clan.

—Mocoso, de verdad no entiendes lo que acabas de hacer —vocifera con la vena apunto de explotar de su frente — ¡Soy el jefe de la Yakuza! La más alta autoridad en Tokio y ahora tu vida está en mis manos —concluye con arrogancia, pero no obtiene ni un gesto de mi parte.

—Hay algo que los viejos nunca entienden al parecer. A mí no me importan los títulos o rangos en una cadena, todo lo que sube, baja y todo lo que tiene poder, puede perderlo —digo con calma dando unos pasos al frente, le hago una seña a uno de mis hombres y este libera a Syaoran —. Las eras cambian y llegará el día en que la tuya deje de existir.

—Y hay algo que tú aún no comprendes, lo antiguo podrá pasar de moda, pero el respeto y la lealtad no se puede comprar —asegura y saca con rapidez la daga del brazo de la rubia que mantenía a su lado, haciendo que ella chille de dolor. Limpia la daga y en un rápido movimiento lo hojilla afilada se entierra en uno de mis hombres, logrando que caiga muerto.

Apenas y lo observó, tan solo le guiño un ojo y me acerco al vejete frente a mi, provocando que los soldados también se muevan con intenciones de proteger a su jefe en una clara advertencia.

—Hay una verdad irrefutable en la vida y es que todos venimos a morir, pero los que nacemos o somos criados por dinastías sangrientas, sabemos que el final del camino está más cerca que el de cualquiera. No importa el día o la hora. No hay más que la muerte para las personas como nosotros… —suspiro y tomo el arma de mi arnés —Así que, puedes empezar cuando quieras. Sería un chiste temer a la muerte y además, dudo mucho que alguien te extrañe, anciano —elevo mis cejas retándolo. 

El Oyabun da un paso al frente, pero el sonido abrupto de la hélice de un helicóptero nos saca a todos del enfrentamiento.

—Su extracción —dice un hombre a su derecha, quién permaneció en todo momento a su lado.

—Tal vez la próxima, pequeño Nakamura. Los grandes tenemos obligaciones que cumplir —indica Zhào, mientras el helicóptero consigue aterrizar a varios metros de nosotros.

Y ahí va, como el cobarde que sabía que era. Mi padre no era mejor que él, era muy probable que estuvieran cortados con la misma tijera, pero me rehusó a ser igual a ellos.

LA SAYÓN | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora