Capítulo 11.

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—Ycvm.

Oscuridad.


Todo mi ser temblaba. Sentía que en cualquier momento caería de rodillas, mientras él aún sostenía mi nuca. Sentía que perdería sin haber empezado.

—Sejmet… —logro escuchar la voz de Ben a través del audífono ocultó. Y es cuando puedo caer de vuelta en la realidad.

Llevo mi mano hasta la suya que aprisionaba la parte trasera de mi cuello, logrando agarrar uno de sus dedos y echarlo con fuerza hacia atrás doblándolo, de inmediato me suelta y siento como el aire se adueña de mis pulmones una vez más.

Tan solo dos metros de distancia hay entre nosotros. V, él solo podía estar de pie con la mirada clavada en mí. Había una lucha interna en él, una que teníamos ambos.

—Solo quiero hablar —pido suavemente.

Él frunce el entrecejo y se dispone a observar el lugar.

—Bien… Hablemos de lo que pasó ese día —comenta mordaz, llevando sus manos detrás de su espalda con aparente confianza.

—Te grité que solo me había defendido, tú más que nadie sabías el problema que tenía tu hermano —hablo con voz calmada, intentando que la situación no perdiera el control antes se tiempo.

—Mientes —vocifera.

Saca su arma sin dudar en apuntarme.

—Tu entraste esa noche a su habitación, tú fuiste ahí sabiendo lo me decís… —sus ojos me ven sin expresión alguna, mientras sus palabras salen llenas de veneno —¿Por qué fuiste? —inquiere subiendo el arma hasta llegar a señalar mi frente.

Hay cosas que no deberías de saber.

—Solo fui un trabajo para ti, sabes que no me hubiera importado si arruinabas el maldito clan, a toda la dinastía Nakamura si se te daba la gana, pero que me usarás, manipularas y todavía dijeras que me amabas —su voz sale fría, carente de emoción —. Fue caer bajo para la persona que me hiciste creer que eras.

—Lastimarte y enamorarme de tí nunca fueron mis planes, Vik…

—¡Me traicionaste! ¡Mataste a la única persona que medianamente me quiso! ¡Sabías los demonios que yo cargaba encima y no te importo! —ruge abrasivo cada palabra acercándose una vez más en mi dirección —. ¡Y aún así, juraste que escaparíamos y haríamos una vida! ¡Maldición! —replica con hostilidad, al tiempo en el que toma mi cara con su mano libre y, posiciona la pistola en mi sien.

El remordimiento se apoderaba de cada nervio y célula en mi cuerpo. Me sentía marea con una culpa intensa palpitante en mi pecho. Quería arreglarlo todo o nunca haber hecho lo que hice, pero no podía cambiar los hechos.

—Por… Por favor —susurro con la voz en un hilo. Sentía que me desmayaría.

—Eso mismo te dije yo —recuerda con amargura, siendo tangible el dolor en su voz. Su mirada seguía fría, sin vida.

Yo le hice eso.

Muevo con nervios mis pies, sin darme cuenta que estaba cerca del risco. La caída era de unos quince metros directo a las frías aguas que, por ser de noche se veían temiblemente oscuras.

—¿Quieres terminar esto? —pregunta en un fingido tono compasivo —. Puedes caer o dejar que la bala atraviese tu cráneo, tu decides —sentencia severo.

LA SAYÓN | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora