Capítulo 3

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La bruma mañanera acariciaba la superficie del océano. Chaeyoung estiró las piernas y echó un vistazo a los árboles que había un poco más adelante, junto a la orilla. Muy pronto sus hojas brillarían como llamas contra el azul del cielo. Adoraba el otoño.

Respiró hondo y saltó desde el paseo de madera para comenzar su cotidiana carrera en medio de la fría atmósfera de la mañana. A medida que se aproximaba al agua fue acortando deliberadamente el paso para quedarse en la parte seca de la arena, donde debía esforzarse más para correr. Ocho o diez años atrás, ni se le habría ocurrido que podrían llegar a gustarle aquellas rutinas ya familiares. Nunca había podido controlar su tiempo ni su vida, de modo que el hecho de diseñar y mantener sus propios horarios le proporcionaba una agradable sensación de poder. En aquella lejana época le había sido muy difícil obligar a obedecer a aquel mismo cuerpo que ahora respondía con tanta facilidad a sus exigencias.

Casi podía oír a Yoo Jeongyeon aconsejándole que no se castigase a sí misma por lo que había tenido que padecer mucho antes de poder apañárselas sola. Chaeyoung la recordaba con cariño, pues había sido la primera persona adulta que fue capaz de llegar hasta ella en muchos años. A los veintiuno Chaeyoung se sentía destrozada, desilusionada, descuidada por sus mayores y llena de odio. Jeongyeon, que por entonces tenía casi cincuenta años, trabajaba como voluntaria en el Centro Juvenil de Busan. En sólo seis meses, Chaeyoung aprendió a respetar primero, y después a querer, a su mentora. Habían seguido en contacto todos aquellos años, pero últimamente no conseguía localizarla, lo cual la tenía apenada y preocupada.

Cabeceó para librarse de tan tristes pensamientos y respiró hondo. «¡El maravilloso aroma del otoño, mi época favorita del año!» También era buena estación para su negocio, aunque sin la agitación de las muchedumbres veraniegas. La playa estaba casi vacía. Así era como le gustaba a Chaeyoung. Corrió durante diez minutos más antes de distinguir que alguien se aproximaba. La misma brisa que se llevó las brumas de la madrugada hacia el mar agitó el abrigo color caramelo de la mujer.

Al acercarse más en su carrera Chaeyoung pudo ver que la mujer no estaba sola, sino que la flanqueaban dos enormes perros. Redujo el paso para no alarmar a los dos animales de raza Gran Danés, al tiempo que caía en la cuenta de que aquellos debían de ser Perry y Mason, los perros de Mina. No era que aquella raza fuese poco habitual en Seúl, pero, que ella supiera, nadie de la vecindad tenía perros así. Unos pasos más y pudo distinguir la larga cabellera de Mina, alzada al viento como una vela de seda.

Chaeyoung acabó andando en lugar de correr, y por fin se detuvo junto a ella y comenzó a estirar una pierna cada vez, llevándola hacia atrás lo más posible.

—Me alegro de volver a verte, Mina.

Mina parecía necesitar un pequeño descanso, pues no dejaba de esforzarse por controlar a los excitados animales al tiempo que intentaba apartarse el pelo de la cara.

—¡Chaeyoung! ¡Veo que has madrugado!

—Es una costumbre, siempre corro a primera hora de la mañana. Nunca te había visto por la playa.

—Perry y Mason se empeñaron hoy en explorar nuevas zonas, y pensé que sería mejor hacerlo antes de que esto se llenase de gente.

—Bien pensado. Así que estos son tus chicos... son muy lindos.

—Esa no es la palabra que yo utilizaría para describirlos, pero ahora se están portando bastante bien. Algunas veces se ponen fuera de sí y no hay quién los controle —rió Mina mirándolos con afecto.

Chaeyoung no pudo evitar sonreír. «¡Qué risa la suya! ¡Nunca había oído nada tan bello!» Miró a los enormes perros con respeto.

—Son una maravilla... ¿Puedo acariciarlos?

Sea Stone Café // Winrina // Michaeng //Donde viven las historias. Descúbrelo ahora