5. froufrou

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Vale, no es que haya planeado que ocurra la siguiente parte.

—¿Aris?

Casi me dejo caer la pesa de 15 kilos en el pie al escuchar la voz de mi hermana. De nuevo con su costumbre de acercarse sigilosamente a mí, pero la perdono instantáneamente porque esta es la primera vez que me habla desde la casi noche de helado y chispas.

—¿Sí? —Salgo.

Sus ojitos observan el desastre sudoroso que soy. Parece marchitarse mientras reúne las palabras.

—Mi... orientación es esta noche.

No tengo ni idea de lo que está hablando.

—¿Tu qué?

Helena está de pie como una muñeca de porcelana de metro y medio de altura que cobra vida en un bonito vestido de color azul marino con sus coletas impecables. Un marcado contraste con mi camiseta gris empapada y shorts de cien pesos con los cordones perdidos. Incluso en este garaje climatizado de diez coches con máquinas de última generación no puedo imaginarme a mis padres utilizándolo correctamente, he logrado un sudor decente. Esto de seguro es mejor que correr a dos cuadras de mi apartamento a un gimnasio de mala muerte que está detrás de una panadería.

—Mi orientación escolar. —Ella levanta su mentón majestuosamente—. Yo... necesito llevar a un tutor conmigo.

Sé que es mi hermanita y todo eso, pero ¿está tan mal que me tome un momento para admirar esa perfecta cara de perra que Helena tiene en este momento?

Wow. Estoy tomando notas.

—Bueno, claro, sí, —le respondo—. Yo voy.

—Tienes que hacerlo. —Sus manos están entrelazadas delante de ella. Ella no se ha movido de esa pose—. ¿Estás borracho?

Parpadeo. La columna vertebral de este pequeño, lo juro.

—¿Alguna vez has intentado hacer ejercicio borracho? —Contrarresto—. Literalmente, no es posible. Tu cabeza explotaría sobre tus bonitos hombros.

Ella entrecierra los ojos dudosamente.

—No, no lo haría.

—Sí, lo haría. Tiene algo que ver con el contenido de alcohol. Reacción, de toda esta química, y... tu cabeza simplemente se va, como... ¡puf! —Hago un gesto y muevo mis dedos alrededor de mi cabeza.

Ella se estremece con terror. —¿Hablas en serio?

—No, estoy bromeando. ¿A qué hora es la orientación?

Sus bonitos ojos se tornan feos muy rápido. Helena no aprecia que bromeen con ella, aparentemente.

—Empieza a las 6:15, en punto, —contesta tercamente.

—Odio tratar con campesinos, —digo, levantándome de la banca y estirándome mientras me burlo de una persona rica imaginaria—. ¿Qué es esto de la orientación? ¿Algo de padres y maestros? ¿Tengo que llevar algo, o llenar algún formulario tonto...? O-oop, es doloroso como la mierda, —Gimo mientras tiro de mi brazo.

—Ha estado en el calendario en la cocina durante meses. —Ella suspira con irritación—. Sólo es estar allí. Y no hagas ruido. Y no me avergüences. —Luego se gira para irse.

Resoplo. —Muy bien, Reina Helena, la que trata con los campesinos.

Ella da vuelta por la puerta. —¿Cómo me llamaste?

—Reina Helena. Suena bien, ¿verdad? —Hago una reverencia—. Siempre es un placer ser tu leal sirviente. —A la mitad de mi reverencia, tengo un calambre en mi pantorrilla—. Chingada madre, estoy fuera de forma.

raising hell | aristemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora