CAPÍTULO 1

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19:27

Sólo era un gurruño viviente que permanecía inmóvil sobre las sábanas más blancas que jamás había visto. Me quedaban ya sólo dos días en aquel hotel y según mi madre había desaprovechado toda la tarde al no haberme movido más de 50 centímetros de la cama en la que estaba echada, pero no me importaba "desaprovecharla" si así se podía llamar a no ir a dar una vuelta o a tomar un poco el aire cuando me había despertado aquella mañana con el dolor de cuello y espalda más grande que por el momento recordaba haber tenido.

Me levanté por despegarme un poco de las sábanas y a pesar de la lentitud con la que lo hice no pude evitar que me diese una punzada en la cabeza, pero la ignoré, me desperecé y me até el pelo en una cola alta que se deslizaba por mi espalda dejando también caer mi flequillo por la cara, el flequillo ondulado que tanta pereza me daba alisar.

Di unos cuantos pasos por lo que había sido mi habitación en 8 días. Realmente era una gozada caminar descalza sobre el parqué con una camiseta de manga corta en otoño, lo que en mi ciudad, Estocolmo, sería en esos momentos como el iglú más frío que podrían tener en comparación los residentes de la isla a la que mi madre me había traído aprovechando sus vacaciones.

No pude evitar pensar en Gaby y aún menos en la friolera de Amy quien si hubiese estado allí conmigo se habría sentido como la Hawaiana, Caribeña o cualquier otra nativa de islas cálidas más feliz sin los dos jerséis (más chaqueta) obligatorios en Estocolmo.

20:23

Era hora de ventilar un poco el cuarto y hacer algún ruido para que mi madre supiera que al menos seguía viva por lo que abrí la ventana que había a espaldas de la cama dejando que la brisa entrase a la habitación y me acariciase los mechones rubios cenizas que se deslizaban, aunque atados, sin mucho orden.

Tras ponerme las gafas que estaban encima de la cama, las cuales no solía utilizar muy a menudo (por lo que no veía mucho, debido a mi miopía) miré abajo, abajo puesto que estaba situada en la habitación 207 del hotel, en la segunda planta y miré hacia la playa que se encontraba a no muchos metros de mí, la luna casi llena envuelta por la oscuridad bañaba con su luz al mar y proyectaba una de las imágenes más hermosas que había visto en mucho tiempo.

Bajé la mirada tomándome mi tiempo, sabía lo que entre su luz y el agua de la orilla me encontraría...

Y allí seguía;

Cual poeta buscando su musa para escribirle,

O cual músico en busca de la sinfonía que el mar le podía ceder.

Quién sabe.

Pero iban ya 8 noches en las que aquel chico permanecía durante cerca de tres cuartos de horas de espaldas, mirando hacia el mar, como esperando la carta en botella que debía de llegar a sus manos pero que por lo que parecía no llegaba.

Sólo lo había visto de lejos y de espaldas por lo que lo único que podía alcanzar a ver era la forma de su pelo, posiblemente castaño, que le cubría la cabeza hasta llegar a la nuca y su alta estatura.

Unos 15 minutos después cuando aún seguía sentada en el poyete que la ventana tenía mi madre entró en la habitación y yo, intentando coger rápidamente el libro que estaba sobre la cama me caí hasta chocar contra el suelo. Me reí mientras mi madre me miraba con una sonrisa en la cara.

-Alexa, ¿quieres que vayamos a algún sitio a cenar o has tenido ya suficiente emoción?

-No, es decir sí.

Me miró arrugando el ceño por lo que me aclaré.

-Es que no tengo muchas ganas.

-Pero llevamos dos noches sin cenar fuera, venga, que sé que quieres probar los helados de tres pisos que hay en el chiringuito de abajo.

Supongo que con chiringuito se referiría al restaurante que había en la playa, esa palabra, al menos en Estocolmo no era muy utilizada ya que si ibas aunque fuese en verano a la playa se te podría considerar un suicida. Y aún menos los helados de tres pisos, pero aunque tenía que aceptar que la idea era demasiado llamativa el malestar que tenía lo superaba con creces.

-¿Te importa que vayamos mañana? Lo cierto es que me encuentro un poco -bastante - mal.

-Bueno, está bien pero mañana sin falta.

Asentí y ella me dio uno de sus 10 besos diarios en la frente.

-Ah, por cierto -añadió antes de cerrar la puerta -, aún estás a tiempo de bajar y decirle algo al chico ese.

-¿Cómo? -intenté disimular, aunque el rojo que acostumbraba teñirme mi pálida tez se volvió más intenso y sin duda eso no ayudó.

Se rió.

-No, nada, sólo eso.

Y cerró la puerta.

Cuando me di la vuelta para mirar por la ventana como era de esperar ya no estaba, me entró un poco de frío y cerrando la ventana tras mí me tumbé de nuevo sobre la cama.

Entre mis sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora