Se giró antes de que yo retirase la vista de su cuello, esperé que no se hubiese dado cuenta de que estaba mirando con descaro el tatuaje.
Era un simple nueve en negro, podría esconder la historia más increíble detrás o simplemente ser su número de la suerte.
—¿Vienes? No te voy a empujar. Ya sé que no hay vallas y que si lo hiciera nadie te escucharía gritar desde aquí pero, no sé, si fuese un asesino intentaría ser un poco más original.
—Con un "¿vienes?" a secas me bastaba —reí, acercándome hasta él—. Creía que hoy estabas en plan chico formal, pero ya veo que no.
—¿Para ti ser formal es ser serio? Yo creo que sin bromas ni cosas sin sentido en las conversaciones todo sería demasiado aburrido.
—No sé.
Pasó de lo que le dije, aunque tampoco le dije gran cosa.
—Cada vez me parece más alucinante —musitó, mirando al horizonte.
—Desde luego y el cielo... está precioso, aunque me pone la piel de gallina.
—¿Por?
—Por el color, supongo, y la luna.
—¿Qué le pasa a la luna?
—Nada, es solo que me parece muy inquietante.
Me miraba serio, aún más que cuando me giré al tocarme el hombro.
—Alexa... —sus palabras me producieron un escalofrío —, ¿de qué color está la luna ahora mismo?
—Pues —empecé a decir—. Roja. Al igual que parte del cielo, ¿qué más da?
Empecé a notar que se ponía nervioso.
¿Pero qué le pasaba?
—¿Te encuentras bien? —le pregunté.
—Sí, sí, es solo que es mejor que te vayas a casa.
—¿Me estás echando? —dije riéndome para ver si él también lo hacía, pero no lo hizo.
—Te acompaño.
—No hace falta.
—De acuerdo —respondió sin titubeos.
Aquella noche pasé un poco de las sombras, bueno, ya sé que es mentira pero lo que es cierto es que me fue imposible no pensar en Scott.
¿Por qué tanto cambio repentino de actitud?
¿Qué se suponía que pasaba?
No lo sé, pero lo que sí sabía es que algo estaba ocurriendo.
Por si fueran poco las malas noches que había estado teniendo, al lunes siguiente tuve un examen que no me salió precisamente muy bien. Pero bueno, ya estaba hecho.
Aprovechamos la media hora de recreo para salir al patio y tumbarnos en una zona apartada junto al polideportivo ya que habían salido unos cuantos rayos de sol y se estaba estupendamente.
—Podría acostumbrarme a esto —dijo Gaby.
—Yo por mí me quedaba tomando el sol hasta que me pusiera rubio —respondió James.
—Desde luego.
Era noviembre y ya estábamos con las sudaderas y los jerseys más gordos de nuestros armarios, pero con el par de rayos de sol que teníamos proyectados sobre nuestras caras fuimos capaces hasta de remangarnos las mangas hasta los codos.
—Anda mira, allí está Scott, el otro día estuvimos hablando durante el entrenamiento, se le ve buen chaval.
Seguí donde me señalaba James y me levanté sin pensarlo.
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Entre mis sombras
Roman pour Adolescents[Sigue leyendo, tal vez encuentres algo que consiga atraparte entre las páginas.]