Cuando abrí los ojos y volví a verlo en mi mente apareció automáticamente una lista de cosas que hacer:
1-Podía correr, con suerte no me alcanzaría si de verdad los años de atletismo de cinco años atrás habían dado su fruto.
2-Podía levantarme rápido y de algún modo golpearlo con algo, pero sólo tenía dos cosas a mano y eran mi móvil y la tumbona por lo que no resultaba especialmente factible.
Pero sin embargo allí me quedé, inmóvil como una estatua intentando acordarme de lo que hay que hacer cuando estamos frente a un león; mantén el contacto visual, no dejes de mirarlo a los ojos pues podría pensar que eres una presa y sin duda correr más que tú.
Por alguna razón me hacía sentir nerviosa aunque intentaba retirarlo de mi mente para así engañarla.
Venga, vale, llevaba cerca de un minuto (el cual se me había hecho eterno) mirándome con la ceja alzada, le iba a dar un aire y al final la culpa la iba a tener yo.
—¿Y bien? —dijo finalmente.
¿Cómo que y bien?
—¿Eh?
Miró la chaqueta que tenía echada por encima, su chaqueta.
—Tengo frío y seguro que tú también, será mejor que regreses a casa.
—¿Qué hora es?
—Algo más de las dos de la mañana.
Oh, mierda.
Cogió su chaqueta y se dio la vuelta.
—¡Eh, espera! —le grité, y la verdad que no sabía muy bien porqué. Se dio la vuelta y me miró esperando a que continuase.
Y no sabía qué decir.
—¿Por qué has venido hasta aquí? —dije finalmente.
—¿Hasta dónde?
—Pues... hasta donde estoy yo quería decir.
—Solo salía del trabajo y te vi. Esta zona es tranquila pero tampoco como para que duermas a la intemperie.
Asentí mientras se dio la vuelta y se marchó.
Vale, la verdad es que había sido un poco extraño.
Miré a mi alrededor una última vez más antes de mirar el móvil.
La playa continuaba desierta y tampoco había señales del chico de la sudadera negra.
Mierda, tenía tres llamadas perdidas de mi madre de hacía 3 horas por lo que empecé a correr lo más rápido que pude hasta llegar a nuestro apartamento.
Cuando encontré la habitación número 207 abrí la puerta con sigilo por si acaso mi madre estaba dormida y, bingo, allí la encontré tumbada en el sofá con la televisión puesta.
La tapé, apagué la tele y le dejé una nota para avisarle de que ya estaba en casa.
Entre en la habitación con los ojos cerrados, prefería hacerlo a ciegas antes que ver algo que no me gustaba. Me puse la camiseta que había dejado en la almohada y me tumbé bajo las sábanas.
Cuando abrí los ojos todo estaba en completa normalidad por lo que intenté dormirme.
¿Cuánto había pasado?
Tal vez 1 hora o incluso algo menos, después me desperté pero no por mí, aún no había abierto los ojos cuando escuché diferentes sonidos a mi alrededor, golpes tal vez, pero no hablo de alrededor refiriéndome a las afueras de mi habitación, no, sino que muy cerca mía.
Cuando por fin me atreví a abrir los ojos vi, y lo que es peor, sentí, a un montón de sombras observándome.
Pero esta vez no eran dos o tres sino que todas las paredes estaban ocupadas por ella.
Y entonces fue cuando volví a recordar lo que sentí la primera noche que todo empezó mientras estaba llorando sobre la cama la muerte de Brad.
Miedo.
Pánico.
Ganas de huir y no mirar atrás.
Y lo peor no era estar allí sola, no saber lo que eran, que se multiplicaran por cinco, no, sino no saber controlar la situación, no saber que pasaría de un momento a otro.
Porque siempre he sido una chica ordenada y clara pero cuando no dependía de mi o no sabía lo que hacer entonces de verdad era cuando las cosas se daban la vuelta.
Por lo que allí continué, bajo las sábanas consciente de lo que estaba pasando, observándolas u observándome ellas a mí y escuchando ruidos que nunca antes había escuchado.
Miré un momento a la pared frontal que tenía contraria a la ventana y me dí cuenta de que había una sombra roja, por el color de la luna, proyectada en ella.
Intenté concentrarme en ella, en la luz que se veía y en calmar mi respiración, hasta que algo no común apareció sobre ella.
Una sombra.
Esta vez humana, pelo corto, espalda ancha; un chico.
Las pulsaciones se me aceleraron más que nunca pues permanecía quieto y erguido a las afueras de mi ventana.
¿Pero cómo podía estar en la ventana de un segundo piso?
Lo último que recuerdo que escuché fue el latido de mi corazón bombeando a toda prisa, pidiendo más tiempo para tomarse su trabajo con calma o con ganas de apagarse, no lo sé.
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Entre mis sombras
Teen Fiction[Sigue leyendo, tal vez encuentres algo que consiga atraparte entre las páginas.]