...La Tormenta (Parte 1).

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Diario: 4 de febrero....


De tarde...



-necesitamos tapar toda la calle -dijo-, hay que hacer una barricada.


Era Miguel el hermano mayor de Jonathan. Yo subí las escaleras que dan a la puerta de la calle, me apoyé sobre la reja de madera y asomé la cabeza a la calle. Todos los hombres y mujeres de la calle estaban haciendo una gran barrera que cruzaba la calle; habían atravesado unos autos, poniéndolos en fila bloqueando la mitad de la calle; tres hombres estaban moviendo un auto, dos lo empujaban y uno maniobraba con el volante; otros, estaban poniendo trozos de madera, a modo de bloqueo, en los espacios que quedaban en medio de los autos.


En ese momento recordé imágenes de la mañana, toda la brutalidad de la que había sido testigo en la playa volvía a mi memoria. Moví la cabeza de lado a lado rápidamente para activar la mente, el cuerpo y para echar lejos todos esos pensamientos siniestros. Apoyé las manos sobre la reja y la salté de lado a lado con energía. Caminé velozmente mientras me daba pequeñas bofetadas en el rostro con ambas manos para despertar, y me uní a los dos hombres que estaban empujando el auto.


No sabía el nombre de los dos hombres, eran vecinos que yo había visto en la calle pero que no había tenido la oportunidad de conocer. La calle tenía una pequeña inclinación, casi invisible, que estaba a nuestro favor y que nos ayudaba a empujar el auto, haciendo que pareciera más liviano de lo que en verdad era; sin embargo, luego de empujarlo por media cuadra la inclinación del terreno cambió, y de pronto estuvo en nuestra contra; aunque seguía siendo tan pequeña que era apenas visible, nos suponía un gran esfuerzo mover el auto.


-gíralo a la izquierda -ordenó el sujeto que empujaba a mi derecha-, llévalo al hueco de enfrente.


La barricada desde cerca se veía más imponente, se extendía por todo el lado derecho de la calle y casi tapaba toda la vía. Todas las personas ayudaban, en lo que podían, a cubrir y proteger cada orificio por donde pudiera caer un zombie: debajo de los autos, lanzaban piedras y trozos de madera, para impedir que uno de ellos cruzara arrastrándose; a los lados de los autos, unas construcciones hechas con madera y neumáticos viejos llenaba los espacios; por arriba, alambre púas que habían sacado de la reja de una de las casas. Eso me dio un poco de esperanza, si la barricada era fuerte... teníamos oportunidad.


Al fin, llegamos a la barricada con el auto. Un choque nos detuvo de pronto... haciéndonos chocar de cara contra el auto que empujábamos. Levanté la cabeza y noté que el tipo que se encargaba del volante se rascaba la cabeza.


-¿qué estás haciendo? -preguntó el sujeto a mi izquierda con una voz enojada-, debemos pasarlo y ponerlo en el hueco de lado; para que ocupe todo el espacio posible.


El tonto que manejaba el auto nos había hecho chocar, estúpidamente, contra la construcción de neumáticos y madera.


En ese momento uno de los vecinos pasó en su auto, a toda velocidad, por el hueco que aún no se tapaba de la barricada. Todos nos quedamos medio embobados, mirándonos los unos a los otros y pensando lo mismo: "había guardado combustible y no le había dicho a nadie".


-¡jódete! ¡Puto judas!


Le alcanzó a gritar el sujeto a mi izquierda, antes de que el auto girase en la esquina perdiéndose de vista. A mí no me importaba mucho, después de todo hizo lo que nosotros no pudimos hacer: guardó sus recursos por si se presentaba una emergencia; pero... ¿por qué no llevó a nadie con él? Podría haber llevado a las mujeres, los niños y niñas con él... ese idiota pudo haber salvado vidas y no lo hizo.


<Podría haber llevado a mi madre> pensé...


Una congoja se derramó por mi garganta al volver a recordar lo que había hecho, respiré agitadamente y ahogué un llanto antes de que se presentara.

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