Investigaciones y recuerdos.

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Caín bajó del auto y contempló el ambiente desolado del cuartel, antes llamado Peter Pan. La nostalgia, la pena y, por sobre todo, la rabia inundaron su mente. Recuerdos de cómo habían defendido aquel lugar volvieron a su mente; cuando los muertos invadieron ese pueblo, su hermano había tenido la idea desesperada de refugiarse en el jardín y plantar cara desde ahí… y lo más increíble de todo es que la idea había dado resultado.
Luego de horas de combate y carnicería los muertos fueron derrotados. Se había producido ese milagro; eran los primeros humanos en vencer a la muerte. Por eso le pusieron al lugar “Peter Pan”, pues ese era un significado muy profundo para su hermano y él, además del hecho de que se habían refugiado en un jardín infantil.
Sacudió su cabeza intentando alejar aquellas memorias de días pasados, y al contemplar el actual estado de la instalación su vista se llenó de una pequeña niebla, ¿acaso estaba llorando? No podía creerlo. Disimuló su pena lo mejor que pudo y comenzó a buscar a su compañero, aquel culpable de hacerlo volver a aquel lugar y obligarlo a enfrentarse al recuerdo hostil. Abel estaba en la calle mirando a todos lados, pero con una mirada más introspectiva que observadora. Caminaba de un lugar a otro, moviendo los dedos de una forma extraña, y con un aire pensativo.
— ¿Tienes algo? —Preguntó Caín.
—Aquí se refugiaron —Indicó Abel, señalando una esquina cercana al jardín.
— ¿Estás seguro?
—Sí, estoy seguro —Respondió Abel—. El diario lo encontré ahí, y la última anotación en él indica claramente que ellos se refugiaron en esta esquina; luego, uno de ellos amarró el libro en aquel árbol.
<Otra vez hablando como un maldito profeta>, pensó Caín.
No podía entender por qué ese diario era tan importante para su compañero, ¿por qué había pasado días abstraído leyendo aquel libro? ¿Acaso era tan importante? Estaba seguro que no había nada nuevo en aquel lugar; los muy tontos jugaban con los muertos, y estaba seguro que bastaba con que uno de ellos cometiese un error para que todos cayesen en las manos de los zombies. Esa era una de las razones por las que había decidido marcharse; la otra, su hermano, lentamente, se estaba derrumbando con la idea de ser el líder. No se había vuelto débil, sólo se había corrompido con la idea del liderazgo. Imponiendo leyes absurdas que limitaban las libertades de los demás, pero que engrandecían las suyas. Por eso se había largado, con la excusa de “vigilar” y hacer alianzas con el otro único campamento que conocían, el campamento de Alejandría. Apenas llegó y escuchó el nombre de su líder, “Abel”, él se había presentado por el nombre de “Caín”, sólo por un juego de dominios, y se había quedado con aquel nombre. Desde aquel día, habían establecido una relación aceptable entre ambas localidades, y formado una cierta cooperación entre ambos. Tiempo después, se llevó algunos de los hombres como soldados a Alejandría, como parte del proceso de refuerzo de ambas localidades.
No podía creerlo, de nuevo los recuerdos lo habían traicionado, estaba rememorando todos los sucesos del pasado, sin querer. Entonces, para distraer su mente, comenzó a dar un par de órdenes a los soldados.
— ¡Muy bien, chicos, los quiero a todos atentos mientras que el detective Conan hace sus investigaciones! —Dijo—. ¡No quiero ninguna baja en esta expedición!
Los hombres alistaron sus armas y se pusieron atentos a su entorno, cada uno desde su puesto vigilaba un punto cardinal y cubrían el terreno.
Abel se tomaba su tiempo encontrando las pistas: pasó un buen tiempo observando la calle y luego, al fin, comenzó a avanzar hacia el jardín. Las puertas lúgubres, abiertas de par en par, les daban la bienvenida a un lugar que parecía algo siniestro y tenebroso. Cuando entraron en el patio, pudieron ver algunos muertos tirados. El más curioso de todos era “el sujeto X”, encontrado en el patio; se había rodo un brazo y una pierna y, encima, los muertos se habían dado un festín con su carne; luego de eso… su cuerpo estaba en tan mal estado que ninguno de los hombres pudo reconocerlo.
—Me parece que este es el sujeto encargado de la luz del faro —Dijo Abel.
— ¿Gregor? ¿Estás seguro? —Preguntó Caín—. ¿Cómo puedes saberlo si los muertos le han deformado toda la cara… y el cuerpo?
—Estoy seguro en un setenta por ciento…
—Pero… ¿cómo? —Interrogó ansioso Caín.
—Por el reflector roto —Dijo Abel, acercándose al cadáver del sujeto, y apuntando a la escalinata donde estaba el puesto de vigilancia—. Fíjate en esto: su puesto está justo arriba y el foco está roto. Le han disparado al foco y al vigía; luego, supongo que cayó en el patio y los muertos hicieron lo único que saben hacer.
Abel llegó al lado del cuerpo, lo tomó de los cabellos y levantó su rostro para que quedase visible.
— ¡Ten cuidado! —Advirtió uno de los hombres—. Podría morder.
—Descuida —Se defendió Abel—. Ya han pasado “limpiando” todo el lugar.
Por supuesto, al decir “limpiar” se refería a “matar” o “ejecutar” a los zombies que habían quedado vagando por el edificio. El primer grupo se había encargado de ello, quienes habían descubierto aquella carnicería humana, entre ellos estaba Abel, quien había encontrado el diario en esa expedición.
Abel limpió, lo mejor que pudo, el rostro del cadáver y preguntó: — ¿Alguien lo reconoce?
Los soldados mantuvieron silencio… era difícil decirlo a ciencia cierta; su cara estaba destruida a mordiscos, había sangre por todo su semblante, y una mueca de odio deforme se reflejaba en él, signo de sus últimos días como zombie; además, un agujero de bala resaltaba en su frente.
—Sí, se parece a él —Dijo Caín—. Greg tenía los ojos verdes y claros y esa extraña cicatriz en la mejilla es única.
—Entiendo —Dijo Abel, mientras bajaba delicadamente la cabeza del muerto, devolviéndola a su lugar—. Eso prueba que fue un ataque y no un accidente lo que pasó aquí; no creo que los muertos por sí solos hubieran destruido el reflector.
Los hombres movieron la cabeza afirmativamente… todos ahora parecían de acuerdo con la teoría de Abel.
De pronto… Abel pareció intrigado por otro detalle. —Ahora que lo pienso —Dijo—: ¿alguno de ustedes bajó la escalera la primera vez que vinimos?
Los soldados se miraron unos a otros, como intentando deducir una respuesta; pero el silencio reinó en el ambiente. Finalmente, las caras de todos se movieron de lado a lado indicando una negativa.
—Me lo imaginé —Comentó Abel—. Es como supuse… “sabotaje”.
— ¿Qué? ¿Sabotaje? —Preguntó Caín.
—Sí, cuando vinimos la primera vez pasamos por alto el hecho de que nadie había bajado la escalera. Pero, los hombres del jardín siempre supieron que no debían bajar las escaleras mientras los muertos estaban activos. Así que supongo que alguien desde el exterior se coló dentro, esperó a que los zombies fueran soltados y bajó la escalera. Desatando el caos en la instalación.
—Lo que dices tiene sentido, Abel. Lo admito —Admitió Caín—. Las circunstancias dan a entender de un ataque; sin embargo, no hay pruebas tangibles de estos sucesos.
—Subamos al segundo piso, y veremos las posibilidades de esta nueva hipótesis —aventuró Abel, caminando hacia la escalera.
Los hombres lo siguieron, caminando atentos detrás de él, con las armas preparadas para cualquier eventualidad. El segundo piso era una carnicería; los muertos habían subido por las escaleras y habían sostenido una cruel lucha contra los hombres.
—No puedo creerlo —Dijo un soldado—. El piso tiene manchas de sangre por todos lados.
—Y las paredes están repletas de impactos de balas —Intervino otro—. Se nota que intentaron luchar desesperadamente.
—Exacto —Dijo Abel—. Se nota que todos lucharon, y estaban todos atentos a lo que pasaba… la teoría del accidente se empieza a derrumbar.
Caminaron por los pasillos, contemplando los cadáveres e imaginando la colosal y desesperada lucha que se había producido en ellos. Giraron a la izquierda por el corredor, llegando a la parte donde estaba el ventanal, y miraron a su alrededor. Luego, caminaron y giraron a la derecha. Justo delante de ellos, encontraron un hombre muerto.
—Este hombre me causa intriga —Anunció Abel—. Primero que nada, está justo afuera de la puerta del jefe; segundo, parece que fue asesinado con un cuchillo por la espalda. Si murió por causa de un vivo, eso explicaría que no se haya trasformado en un cadáver andante.
—Tiene razón —Dijo un soldado pensativo—. Tampoco puede verse en él signos de haber sido mordido, eso quiere decir que cuando los zombies pasaron por aquí él ya había sido ejecutado.
Los hombres se detuvieron al contemplar la puerta destrozada, arrancada a tirones, seguramente por una avalancha de muertos vivientes.
—No pienso entrar ahí —Dijo Caín con una voz autoritaria.
—Está bien… nosotros investigaremos —Asintió Abel.
Caín se quedó afuera, solo. Caminaba por el pasillo contemplando los cadáveres, observando como la desesperación de los soldados los había hecho resistir lo más posible. Se imaginaba la situación, casi podía escuchar los disparos de las defensas.
Luego de un rato, Abel y los demás salieron de la habitación, con una expresión seria en el rostro.
—No hay duda —Anunció Abel—. Lo hirieron gravemente en el estómago, antes de que los muertos se lo comiesen vivo. Posiblemente, en su agonía, gritó intentando encontrar ayuda; pero en vez de eso lo escucharon los muertos.
— ¿Y las pruebas? —Preguntó Caín, de una manera un tanto violenta.
—Tiene una herida de bala en el estómago; creo que eso puede ser una prueba.
Caín guardó un tenso silencio, como conteniéndose las ansias que sentía de explotar. Los demás hombres sintieron la tensión y apartaron la mirada. Se dirigieron rápidamente afuera, precipitadamente, siguiendo a Caín que, sin querer, caminaba enfurecido y veloz.
Una vez afuera, se apartó de los soldados y siguió en su actitud silenciosa. Todos los demás miraban a otro lado, esquivando las miradas furiosas de Caín, intentando no atraer su atención. Finalmente el silencio fue interrumpido abruptamente…
—Abel, ven aquí… —Dijo Caín, haciendo un gesto con la mano.
Abel avanzó hacia él, éste le puso una mano en el hombro y lo llevó fuera de la vista de los soldados. Caminaron por la calle, giraron entrando en un callejón y caminaron un buen tramo.
— ¿Sabes lo que acabas de hacer? —Preguntó Caín furioso, sosteniendo a Abel por el cuello—. ¿Haciéndome venir aquí y revivir la muerte de mi hermano? —Completamente salido de sus cabales le propinó un fuerte golpe en la mandíbula que lo mandó al suelo al instante.
— ¡Caín, cálmate! —Dijo Abel mientras se arrastraba por el suelo alejándose de su agresor.
— ¡Debería matarte ahora mismo! ¡No hay pruebas de las tonterías que dices, y me haces venir aquí por culpa de tus teorías estúpidas!
Abel siguió arrastrándose hacia atrás. Sin darse cuenta, había llegado a la esquina de la calle. Miró hacia ambos lados y, de pronto, comenzó a reír como un loco.
— ¿De qué te ríes ahora…? —Preguntó Caín, mirando en la dirección donde miraba Abel, y quedando en silencio…
La calle estaba cubierta de muertos, todos mutilados y cortados en pedazos. Era indudable que una batalla se había producido en aquel callejón. Y al final de la calle, en una pared, un mensaje escrito con sangre: “El Tigre asesina”.
—Creo que encontramos la puta prueba —Dijo Abel.

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