El inicio del camino (parte 1)

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13 de febrero
Viernes

   La noche fue terrible, entre once y doce de la noche comenzó a azotar el frío, de pronto el abrigo ya no era suficiente; a pesar de todo me negué a encender una fogata, ante la amenaza de ser detectado por los muertos. Las ramas y troncos de los árboles crujían y producían sonidos lúgubres en medio de la noche, encima de todo… mi ansiedad y mi miedo no fueron de mucha ayuda al intentar dormir. Luego, entre tres y cuatro de la mañana, los mosquitos empezaron a atacar y picar, sobre todo molestando con sus molestos sonidos cerca de la oreja. Finalmente, solo pude dormir un par de horas en la noche.
   En la mañana, cuando el sol empezaba a asomarse por las montañas del este, pude dormir un par de horas, que me sirvieron para reponer algo del sueño perdido.
   Entre ocho y nueve de la mañana, me levanté y comencé el día. Caminé colina abajo rumbo al arrollo. Al llegar, aproveché de mojarme la cara en las claras aguas —para despertar del todo—, también me lavé y llené la pequeña olla de agua. Después, improvisando una pequeña fogata con unas ramas y hojas secas de algunos árboles, puse a hervir el líquido. Cuando hubo hervido, comencé a preparar unos fideos y pacientemente esperé a tener mi desayuno.
   Me quedé comiendo al lado del riachuelo, pues era algo tranquilizador escuchar la pequeña corriente correr libremente por entre las rocas. El sonido relajante del arroyo y el viento, sumado al silencio que venía desde la montaña me llenaba por dentro y, por un momento, deseé haber pasado la noche ahí en vez de la colina; aunque seguramente también hubiera dormido mal.
   Al terminar mi desayuno, me sentí reanimado y con energía. Emprendí la marcha, volviendo al sendero y tomando el camino que subía por la loma. El camino estaba tranquilo y no se veía ningún tipo de movimiento a mí alrededor, se escuchaba sólo el movimiento de las hojas producido por el viento y, de forma intermitente, alguno que otro canto de pájaros. Me había propuesto subir y darle la vuelta a la colina durante el día; mi ánimo matutino, me daba buenas expectativas. Cuando levanté la cabeza me percaté de que, entre los árboles, podía verse una columna de humo que se extendía por el cielo.
   Luego de pensarlo, mientras seguía caminando colina arriba, recordé que el día de ayer había caído uno de los helicópteros del lado sur del bosque. Una creciente intriga comenzó a crecer en mí, y una curiosidad por saber qué había sido de los pilotos se posó en mi mente. Me percaté de que, casualmente, el sitio donde el aparato había caído parecía no estar muy lejos del sendero.
   Entonces decidí: si el helicóptero estaba cerca del camino, lo investigaría; si estaba demasiado lejos, tendría que dejar mi curiosidad de lado.
   Eran aproximadamente las once u once y media de la mañana cuando un ruido, como el de unos disparos, perturbó el tranquilo ambiente del bosque. Comencé a caminar con cautela, cuidando que mis pasos no hicieran ruido y poniendo atención al entorno en todo momento. Sabía que si alguien estaba disparando, era muy probable de que algún muerto estuviera rondando el lugar.
   Luego de avanzar por una media hora, llegué a un lugar donde el sendero se desviaba hacia la izquierda, por el borde de la loma, dejando ver el fondo de la cañada. Después, pude notar que la columna de humo salía desde abajo.
Salí del sendero, me acerqué cuidadosamente y, mientras iba bajando por entre los matorrales, pude notar que delante de mí yacía el helicóptero, destrozado por la caída: las aspas, habían desaparecido; la cabina, estaba destruida; la cola, se sostenía a duras penas por un par de latas; y del motor, unas llamas se asomaban; alrededor del lugar, el bosque había sido destruido por la violencia del impacto, y unos cadáveres de militares muertos se veían en el piso.
  Me acerqué al lugar, y al mirar más detenidamente pude ver que, entre los cadáveres de los soldados, se veían varios cuerpos de civiles; de seguro eran zombies, y los disparos que escuché fueron usados para matarlos. Los cuerpos de los soldados se habían destrozado en la caída, comencé a revisar los bolsillos de un recluta que tenía las piernas y los brazos rotos.
  En ese momento… un quejido llamó mi atención. Me volteé y pude ver que uno de los soldados seguía vivo: estaba sentado en la tierra, apoyado contra el aparato destruido, tenía una pierna rota, con una fractura expuesta, que se le había girado en un ángulo antinatural, su cara parecía pálida y enfermiza.
  Ambos nos miramos mutuamente… Él tenía una pistola en una mano y una radio en la otra, me apuntó con el arma y quiso amenazarme de alguna manera, pero de sus labios sólo salieron unos balbuceos inteligibles.
  —No te conviene matarme —Le dije—, pues… si me matas… ¿cómo saldrás de aquí?
  Él apretó el gatillo, pero la pistola sólo hizo “click click”.
  —No pensé que lo harías… —Le comenté, mientras me acercaba y comenzaba a registrar un nuevo cuerpo. Esta vez encontré en los bolsillos del muerto una hermosa cantimplora de metal.
  — ¡maldito, deja de hacer eso! —Dijo él, al tiempo que me arrojaba la pistola, como si fuera una piedra.
  La pistola chocó en mi espalda, revotó y se perdió en medio del pasto. Ensimismado en mi búsqueda, ni siquiera le presté atención a la agresión del sujeto. Seguí en mis asuntos registrando los cuerpos, pero mientras tanto quise conversar con él.
  — ¿Quién eres tú? —Le pregunté.
  —Me… llamo Tom —Respondió el soldado.
  — ¿Pilotabas ese helicóptero?
  —No, yo era el copiloto; el encargado de vigilar los controles, mientras el piloto conduce.
  — ¿Por qué se cayó?
  —No lo sé a ciencia cierta, hubo alguna falla en los controles, el rotor… comenzó a fallar y no respondía como debía. Para cuando nos dimos cuenta… ya habíamos perdido el control y el helicóptero estaba cayendo en el bosque.
  Caminé y me dirigí a otro cuerpo. Esta vez no tuve que acercarme demasiado para notar que traía amarrado a la cintura un enorme machete. Tomé el machete, me lo acomodé en la cintura y comencé a registrar el cuerpo en busca de algo útil.
  — ¿Por qué bombardearon la ciudad?
  —Porque estaba llena de muertos —Respondió el en tono irónico.
  —Sí, es verdad —Le dije—, pero la ciudad había pasado vastante tiempo llena de muertos… ¿por qué bombardearla ahora? Eso es lo que preguntaba.
  — Los zombies… se estaban expandiendo. Al no encontrar su comida dentro de la ciudad, salían en grandes manadas a los alrededores; estaban invadiendo pequeños poblados en las cercanías. Por eso, los altos mandos del ejército, decidieron que era mejor volar toda la ciudad haciendo el mayor escándalo posible; así, los muertos volverían a la ciudad atraídos por el ruido y se quemarían con el napalm.
  —Entiendo… —Le dije, mientras registraba el cadáver a su lado— cuando lo dices así todo suena totalmente lógico.
  Él comenzó a llorar en ese momento. —Yo no tuve la culpa de esas cosas, yo solo seguía órdenes de mis superiores. Ellos… dirigían toda la operación.
  —Ustedes vinieron a la ciudad varias veces antes de hacerla explotar… ¿verdad?
  — Sí. Debíamos hacer operaciones de reconocimiento, para poder planear bien como se iba a realizar todo el asunto del bombardeo. Necesitábamos datos, para saber cuántos explosivos se necesitarían, si era mejor hacerlo de noche o de día… o incluso si el plan era factible.
»yo sé, lo que estoy diciendo suena cruel… pero, el sacrificio de la ciudad salvó a varios pueblos a la redonda, incluso se salvó nuestra base, que ya estaba comenzando a ser asediada por los muertos.
  — ¿Y cómo sabes que se salvó tu base… si no has vuelto? —le comenté— Yo entiendo lo que me dices… Tom. Entiendo que los edificios son algo secundario en comparación con las personas; pero, entre todas las cosas que me dices, hay algo que no me termina de calzar… ¿por qué no rescataron a las personas?
  Él gimió e hizo unos ademanes de estar confundido con la pregunta, como si guardase algo en su interior y no quisiera soltarlo por nada del mundo.
  — ¡¿Por qué no ayudaron a las personas?! —volví a preguntar, esta vez sin disimular mi rabia—. Había un sujeto en un departamento, muriéndose de hambre, había puesto un gran cartel colgando en la ventana, pidiendo ayuda… ¡¿por qué no lo ayudaron?!
  En ese momento, aumentó la intensidad de sus lloriqueos y gimoteos, como si supiese que su respuesta no me iba gustar.
  — ¡¿Lo vieron, verdad?! —Le interrogué con más fuerza.
  — ¡Sí, lo vimos! —Admitió al fin.
  —Entonces… ¡¿por qué no lo ayudaron?! —Le grité, sacando la pistola y apuntándole para apurar su respuesta.
  —Fue… —Dijo sollozando— fue porque los mandamases pensaron que rescatar a los sobrevivientes solo generaría lastre; hay que alimentarlos, entrenarlos, enseñarles a usar las armas y el equipo. Todos esos recursos y tiempo, son recursos y tiempo que la humanidad no tiene; si los malgastamos… perderemos la guerra contra los no-muertos.
  Entonces… sentí una gran furia. Quise golpearlo o asesinarlo.
  —Yo no tuve la culpa —Siguió excusándose—, fueron órdenes nada más. Yo debía obedecer.
  Entonces, llené la mochila con las cosas que me servían y comencé a caminar, alejándome de él y del lugar del accidente.
  — ¿A dónde vas? ¡Ayúdame! ¡No me dejes aquí! —me rogó en un tono suplicante. Luego, comenzó a mover las perillas en el radio, mientras hablaba desesperado por el intercomunicador—. ¡Atento… alfa bravo trece! ¡Solicita equipo de rescate!
  —No vendrán —Le dije, sin siquiera voltearme a verlo.
  — ¡¿Por qué lo dices?!
  —Porque ahora tú… eres el lastre.
  Estas últimas palabras parecieron destrozar su alma, comenzó a llorar arrepentido. En otro tiempo lo hubiera salvado, pero ya no podía hacer ese tipo de obras por alguien como él. Entonces… me alejé del lugar, sin mirar atrás.
  El resto del día transcurrió en una relativa calma…

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