Viajes y locura (parte 3).

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Los muertos continuaron arrojándose al acantilado, desesperados en un inútil intento de conseguir carne humana. Primero, en grandes cantidades; luego, el número fue disminuyendo hasta que, finalmente, ya no quedaron más muertos. Unos, murieron ahogados en las aguas del río; otros, se estrellaron violentamente contra las rocas y murieron en el acto, o quedaron demasiado heridos para continuar en nuestra persecución.
Nosotros esperamos en la seguridad de la roca hasta que cayese el último de ellos, antes empezar a buscar el camino más seguro para volver a la orilla. Finalmente, cuando las cosas se hubieron calmado, el paisaje, que antes era tan hermoso, había quedado horriblemente contaminado; las aguas, se habían vuelto de un color turbio, entre rojizo y morado; las rocas, estaban inundadas de cadáveres que le daban al lugar una apariencia dantesca; arriba en el cielo, las aves marinas comenzaron a dar vueltas sobre nuestras cabezas, al contemplar el posible alimento.
—Espero que las aves no se coman a los muertos vivientes —Dije—. No quiero tener que vérmelas con aves zombies en el futuro.
—Sólo rezaré para que el don de la profecía no esté en tu lengua —Dijo Tigre.
Entonces, ya estando a salvo, buscamos una forma de volver a tierra firme. Afortunadamente, las rocas formaban una especie de hilera que nos permitió ir saltando, de piedra en piedra, hasta dar con la orilla.
Cuando volvimos a estar en terreno firme notamos que, en la orilla de todo el río, se extendía una especie de playa, con arenas blancas, que ahora estaba lúgubremente decorada por los cadáveres de los muertos.
Nos sentamos a descansar un rato y, en el instante, recordé que no habíamos venido a buscar maletines a esa bodega, y una rabia muy grande comenzó a crecer en mí.
— ¿Qué diablos fue eso? —Le pregunté a mi compañero.
—Había muertos en el almacén —Contestó Tigre.
— ¿En serio? ¡No me digas! —Dije con ironía.
En ese momento, recordé un pequeño detalle que antes había pasado por alto: cuando Tigre había estado enfermo me dijo que no fuéramos al Este; después, cuando insistió en ir al Este. Pensé que había escuchado mal, pero ahora todo el asunto del maletín me hacía volver a ese recuerdo.
— ¿Por qué, si antes no querías venir en esta dirección, insististe en venir al Este?
Él guardó un silencio sepulcral, como pensando en cómo desviar el tema, pero no lo conseguía.
— ¡Responde! ¿Qué hay en el portafolio? —Le dije.
—Es algo mío… —Dijo al fin.
—Por supuesto que no —Debatí, tomando el maletín para abrirlo—; es nuestro.
Él intentó tirar de su lado; pero yo me mantuve firme, y seguí aferrado.
— ¡Suéltalo! —Dijo.
— ¡No! ¡Quiero ver por qué nos jugamos el cuello en el salto de la muerte!
En ese momento, sentí un nuevo tirón, esta vez tan fuerte que me hizo saltar hacia él, y casi me hace soltar el objeto; pero no cedí. Justo ahí, cuando estábamos luchando entre jalones, fue que el maletín ya no soportó tanta violencia y, sin previo aviso, se abrió…
Yo salí impulsado hacia atrás y caí de espaldas, con los ojos abiertos como platos, incrédulo ante lo que veía: pequeñas bolsitas, con un polvo blanco dentro, salieron despedidas por el aire, en todas direcciones, y quedaron regadas por el piso.
Tigre se arrojó de inmediato sobre ellas — ¡Mira lo que has hecho! —Dijo, mientras recogía las bolsas rápidamente para devolverlas al portafolio.
En ese momento me levanté, mientras él permanecía de rodillas, intentando no perder ninguna de las bolsas.
— ¿Eso es droga? ¡Me has engañado! —Le dije— ¡Yo confié en ti y me engañaste!
Él permaneció en silencio. Al fin había terminado de recolectar sus cosas.
— ¡volveré al campamento por mi cuenta! —Le dije furioso—. Después de esto, no sé si podamos seguir en esto juntos.
Entonces, me volteé y comencé a caminar a través de la playa, alejándome de su lado. No podía creer que me hubiera hecho caminar por días y hubiera puesto en riesgo mi vida sólo para conseguir su droga.
— ¿En serio? —Me gritó desde la distancia—. ¡¿Acaso crees que eres el único que ha sufrido en este tiempo?! ¡¿Crees que eres quien peor lo ha pasado?!
Me volteé y le apunté con el dedo en señal de que se callase. — ¡Lo hablaremos en la noche! —Le grité al fin. Luego, di la vuelta enojado y comencé a caminar. Sabía que en ese momento estaba demasiado enojado y no podría razonar bien.
Era difícil describir lo que había sentido: tan grande había sido mi decepción y mi tristeza al darme cuenta de las cosas, que se me hacía difícil admitir la realidad. Mi mente volvía una y otra vez a los recuerdos del pasado; a lo ansioso que se veía Tigre durante toda la mañana… y ahora que lo recordaba mejor, justo cuando destruí la casa con el gas Tigre buscaba algo desesperadamente, y luego me reclamaba por algo: “lo destruiste todo, la comida, el licor, la c…”, había dicho en aquel momento, Posiblemente se refería a la droga. Ahora que lo pienso… fue justo después de que la casa explotase que Tigre comenzó a sentirse mal… desde ahí fue enfermando cada vez más. ¿Acaso aquella enfermedad era síndrome de abstinencia? Todo daba vueltas por mi mente, llenando mi cabeza de dudas.
Seguí caminando por la apacible playa, alejándome más y más del lugar, hasta que lo perdí de vista. El río fluía con un apacible caudal y el sol avanzaba lentamente por el cielo. Cuando hubo pasado un buen rato, llegó el calor, me sentí cansado, me quité la ropa mojada y la dejé al sol, y luego me senté a la sombra de un árbol. Ahí me puse a contemplar la tranquilidad que se sentía al borde de la corriente.
—Ojalá pudiese instalarme y vivir aquí para siempre —Me dije en tono soñador—. Ahí, lejos de la humedad, plantaría unos tomates; justo al lado del río, los árboles de aguacate, que consumen más líquidos; y un poco más lejos de la arena, lanzaría las semillas de lechuga. Por las mañanas, tomaría una pala y limpiaría la mala hierba y, por la tarde, regaría toda la huerta.
Era lindo soñar en aquel lugar. Pensar que podría encontrar un lugar donde todo iba a estar bien tenía un efecto terapéutico, era como sostener una esperanza… ridícula esperanza; pero esperanza al fin y al cabo. De pronto, apareció una bandada de pájaros en el cielo y, lentamente, fueron descendiendo hasta posarse sobre las aguas quietas. Ahí se quedaron, bebiendo y mojando sus plumas con sus delgados picos; sin embargo, uno de ellos se separó del grupo y se paró a unos metros de mí. Estaba parado, moviéndose de lado a lado, de seguro buscando su alimento.
—Es increíble lo mucho que subestimamos la paz, cuando la tenemos a nuestra disposición —le dije al pájaro, al tiempo que una lágrima comenzaba a correr por mi mejilla. Imaginaba que me escuchaba y me comprendía, como si a través de él pudiera hablar con Dios en persona—. Cuando tenemos la paz, la menospreciamos, pensamos que es algo banal y hasta aburrido. Dentro de nosotros mismos, incluso esperamos que pase algo novedoso que acabe con la monotonía; sin embargo, estas son las interrupciones de la paz que siempre existen: las tragedias. Y cuando llegan las tragedias siempre nos arrepentimos, y deseamos con todas nuestras fuerzas que vuelva la paz, la monotonía… la rutina. ¿Qué más desearía yo ahora… que tener una tarde pacífica con mi madre? O estar sentado en el mostrador de mi tienda… esperando a que lleguen los clientes y me hagan rico.
Cuando me volteé de nuevo a ver al ave, ésta había atrapado un gusano, parecía luchar con él, picoteándolo una y otra vez, hasta que el gusano ya no se movió. Luego, lo tomó en su pico y se lo llevó al vuelo… de seguro para comer en privado, o para dárselo a sus crías.
¬¬—Ahora que estoy aquí, cuando todo lo bueno quedó en el pasado, es que me arrepiento de algunas las cosas: me arrepiento de haber malgastado mi vida intentando encontrar la fortuna… sin saber que la fortuna estaba en mis seres queridos, me arrepiento de no haber pasado el suficiente tiempo con las personas que amaba, me arrepiento de no haber tenido suficientes buenos momentos y, cuando los tuve, de no haberlos aprovechado a concho, me arrepiento de aquella muchacha a la que no le hice el amor… pese a notar, una y otra vez, que yo le gustaba.
»en resumen: me arrepiento de haber vivido… sin vivir.
La tarde pasaba lentamente, y luego me levanté, me puse mis ropas, ahora más secas, y busqué un camino de regreso al campamento. Tigre tenía razón en algo, la montaña donde dejamos nuestras cosas resaltaba fácilmente del resto; el sauce, cerca de la cima, le daba un toque único y servía perfectamente de punto de guía. Caminé de vuelta por la playa, pensando en qué hacer ahora… ¿Seguiría siendo compañero de Tigre ahora que sabía su verdad? ¿No había faltado mi confianza al hacerme esto? Creo que dentro de mí… la decisión ya estaba tomada: debía separarme de él. Lo complicado sería decírselo.
Justo en ese momento, escuché su voz que me llamaba con tono angustiado:
— ¡Gacela! —decía una y otra vez desde la lejanía.
Pensé en guardar silencio, evitarlo e irme directamente por mí mochila y escapar solo; pero, pensé que sería mejor afrontar la situación y dar la cara.
—Tigre, creo que es mejor que nos separemos por ahora… —Ensayaba mientras caminaba a su encuentro, siguiendo sus gritos.
Cuando me vio corrió a mi encuentro… se notaba que había vuelto al campamento, pues traía su escudo y tenía el maletín amarrado al cuerpo, como si fuera un bolso.
— ¡Gacela! —Me gritó desde lejos. Luego corrió hacia mí, intentando administrar el aire en sus pulmones y se notaba algo cansado—. ¡Tengo algo que decirte…!
—Sí. Yo también tengo algo que decirte… —Le dije.
— ¡Nos han robado! —Me soltó.
— ¿Qué?
— ¡Se han llevado las cosas que dejamos escondidas en la hierba! —Dijo—. ¡La comida, las mochilas, tu arma de repuesto… todo ha desaparecido!
La noticia me dejó en blanco, no entendía nada de lo que estaba pasando. ¿Había más personas con vida? ¿Acaso era posible que algún superviviente nos robe nuestras cosas? ¿Por qué nos pasaba esto justo ahora?
Corrimos subiendo el cerro, intentando llegar lo antes posible a la cima. Cuando llegamos, estaba Vincent tranquilo, aún amarrado al árbol, lo demás estaba todo deshecho y desordenado. Buscamos en la hierba, en las cercanías, sin encontrar absolutamente nada.
—Yo había vuelto, pues pensaba irme por mi camino —Dijo Tigre—; pero al descubrir que las cosas no estaban ya no pude, pues si todo desaparecía y yo también me iba… tú pensarías que yo me robe todo. Por eso, fui a buscarte antes de empezar una búsqueda.
— ¿Qué más da? —Dije llevándome las manos a la cabeza—. Ya deben estar lejos… No podremos encontrarlos jamás.
—No estés tan seguro —Dijo Tigre, echándose sobre la hierba y comenzando a observar el terreno con atención.
Estuvo así un buen rato. Luego dijo: —Se fue hacia el Norte. Sus huellas quedaron marcadas en el terreno firme.
Yo miré el lugar que él observaba. — ¿Estás seguro? —Le pregunté un tanto confundido—. A mí me parece solamente una marca sin forma en el piso.
—Sí, estoy seguro —Dijo—. La parte onda y delgada de la huella, indica donde estaba el talón de la persona; la parte ancha, es la parte delantera del pié. Eso quiere decir que nuestro sospechoso se fue en aquella dirección —dijo apuntando al Noroeste—. Gracias a los dioses el terreno no está completamente seco, y aún es posible identificar sus huellas.
—Eso tiene sentido; llovió hace menos de una semana.
—Comenzaremos con la cacería —Dijo—. Espero que no te moleste, pero tenemos mucho que caminar antes de dar con el responsable. Sólo espero que demos con él antes de que se termine las provisiones. ¡En marcha!
—Pero… ¿Qué hacemos con Vincent? —Pregunté.
—Tendremos que llevarlo, no podemos dejarlo aquí.
—Va a ser algo muy molesto.
—Sí. Será mejor que lo lleves tú —Me dijo—. No puedo llevarlo y revisar el terreno en busca de huellas, podría destruir el rastro y confundirnos.
—Está bien —Dije exhalando aire de forma desanimada, pues sabía que se nos venía encima un suplicio.
No veía más alternativa que emprender aquella larga búsqueda; sin embargo, un extraño sentido de desconfianza se había apoderado de mí. ¿Será posible que Tigre haya inventado toda esta situación? Aquello me parecía en extremo extraño, pues justamente después de discutir nuestras cosas desaparecen…
Bajamos por la cuesta de la montaña, lo más rápido posible. Tigre iba adelante, atento al terreno, avanzaba y se detenía a ratos para observar alguna huella o rama rota; yo iba detrás, apurando a Vincent para que nos siguiera el paso, esperando recuperar algo de la mochila.
— ¿Tienes tus binoculares? —Preguntó Tigre.
—No, los dejé en la mochila —Le dije—. No esperaba necesitarlos.
— ¡Diablos! Nos hubieran sido útiles ahora.
Finalmente me cansé de callar. —Los tendría aún, de no haber ido a buscar drogas a un almacén abandonado —Le dije enojado.
—Sí, tienes razón… fue mi culpa —Dijo avergonzado—. Pero prometo hacer todo lo que esté en mi poder para recuperar nuestras provisiones.
—Solo promete que, mientras estemos juntos, no usarás las drogas —Le impuse—. Después, cuando terminemos esta búsqueda, puedes hacer lo que quieras.
—Lo juro —Dijo de manera seria.
Luego, siguió adelante buscando las huellas. Guiándonos por los estrechos senderos del bosque, tomando distintos caminos enrevesados, a izquierda y derecha.
El resto del día siguió esa rutina hasta que, cuando llegó la tarde, el sol comenzó a caer, y Tigre se reusó a seguir el rastro en la noche.
—Si quisiéramos seguir buscando, tendríamos que encender una luz, una antorcha, y cuando lo hagamos nuestra presa nos verá a kilómetros de distancia —Dijo—. Además, es difícil ver las huellas en la oscuridad; corremos el riesgo de perder el rastro, tomar el camino incorrecto y pasar de largo. Deberíamos descansar, por ahora, y continuar la búsqueda a primera hora de la mañana.
Por mi parte decidí no discutir, pues estaba cansado, molesto y pensaba que el descanso tal vez me hiciera bien. Amarré a Vincent a un matorral, me senté en el suelo pastoso debajo de un árbol y me dispuse a descansar.
—Veré si encuentro algo para comer —Me dijo. Luego, se perdió de vista entre la vegetación del lugar.
En el momento, los parpados se me hicieron pesados, comencé a entrecerrar los ojos… hasta que me dormí.

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