El grito de Tigre la alertó de que algo no andaba bien: “nos atacan”, había dicho su compañero, con una voz que mezclaba la desesperación y el miedo a la perfección. Inmediatamente se asomó a la ventana, miró hacia el riachuelo, usando el telescopio de su rifle, donde vio a Tigre siendo apaleado por unos sujetos. Luego observó el resto del paisaje: dos sujetos venían subiendo silenciosamente por el sendero, de seguro con la intención de emboscarlos en la casa. Entonces, sin más preámbulos, disparó. Intentó sorprenderlos, pero el grito de su compañero ya los había puesto en guardia, ambos se arrojaron al piso y lograron evadir sus disparos. Luego, uno de ellos apuntó hacia la ventana donde estaba y contestó el fuego. No había posibilidad de ganar, la metralleta disparaba a un ritmo enloquecedor, y estaban demasiado cerca; su rifle, en cambio, era lento y funcionaba mejor en distancias largas.
—Debemos salir de aquí, o nos atraparán —Advirtió a Gacela, quien apenas podía moverse.
Corrió hacia él, lo levantó con cuidado y se echó un brazo por sobre el cuello, intentando cargarlo lo mejor posible. Caminó lo más rápido que pudo hacia la parte trasera de la casa, pateó la puerta logrando abrirla en el segundo intento. Salieron al patio, y al pasar por la pequeña escalera que había en la salida tropezaron y cayeron. Ella se hirió en los brazos y los codos; él, pareció no hacer el menor gesto por intentar detener su propia caída; se estrelló con el pecho y la cara directo en el suelo. Nuevamente, Julia lo levantó y lo cargó, echándose un brazo sobre el cuello.
Pasaron el patio, bajaron por la parte opuesta de la ladera, y escucharon algunos gritos detrás de ellos; eran los dos sujetos que habían descubierto que huían. De inmediato, y sin mediar palabra alguna, Julia se dio vuelta y disparó todas las balas de su fusil, hasta quedar sin balas en el cargador. Sabía que no podría apuntarles bien llevando a su compañero, pero quería retrasarlos y parecer amenazante. Miró hacia delante y pensó:
«El bosque, si llegamos ahí… tendremos una oportunidad». Y siguió caminando con su compañero. Miró atrás y los sujetos que la seguían aún estaban tirados en el piso, temerosos de sus disparos en la distancia; sin embargo, sabía que la seguirían, estaba en una completa desventaja y lo sabía…
Julia lo cargó tanto como pudo, caminó por el sendero, alejándose de la casa; pasando por la ladera, atravesando el prado, yendo directo hacia el bosque. Gacela seguía con mal aspecto, los ojos se le cerraban solos y casi no parecía consciente.
Llegaron a donde terminaba el prado, ahora comenzaba el bosque y el camino se dividía en dos: uno, seguía derecho; el otro, subía por la montaña. Se decidió por el segundo, pues ahí los árboles eran más espesos. El terreno no era muy empinado, pero el peso de su compañero la hacía avanzar a paso lento y tortuoso.
«Casi peso muerto, por decirlo de alguna manera», pensó. Pero al instante intentó quitarse aquel pensamiento funesto de su mente; no quería ni pensarlo, ni siquiera de broma. Aquel era el primer hombre al que de verdad había querido, y lo había encontrado después del apocalipsis. No podía ser que Dios fuera tan cruel que se lo arrebatase justo ahora.
En un momento, Gacela se sintió débil, se inclinó hacia el lado y vomitó. El líquido era amarillento, asqueroso y tenía un hedor fétido. A duras penas, lo levantó y echó su brazo por sobre su cuello. Caminaron otro rato y subieron cuanto pudieron. Pero el avance seguía siendo infernalmente lento y cada vez más cansador.
Llegaron a un lugar donde el camino se empinaba aún más; ahora comenzaba el terreno escarpado, y de seguro habría que escalar. El sendero se dividía nuevamente en dos caminos que comenzaban a bordear, a derecha e izquierda, el terreno escarpado.
—Alto… —Pidió Gacela, débilmente.
—Debemos continuar… nos encontrarán si nos quedamos aquí —Objetó ella.
—No podré seguir…
—No digas eso —Suplicó ella.
—Es la verdad. Lo lamento mucho, no quise mentirles… pero ya estoy muerto.
— ¿Por qué lo dices?
Gacela se quitó la venda de su herida y le mostró su mano: negra, hinchada y supurante por el lado de la herida. —No es un corte… me han mordido —Confesó.
Ella guardó un silencio profundo, doloroso y lleno de angustia. Luego lo tomó y le sentó apoyándolo en una gran roca.
—Debes ir a ayudar a Tigre —Dijo él.
Ella seguía en silencio mientras una lágrima comenzaba a rodar por su mejilla.
—No dejes que te atrapen —Continuó Gacela—. Si ves que puedes ayudar desde la distancia, hazlo; si ves que es imposible, sólo corre.
—Pero… tú… —Objetó Julia, intentando contener su sollozo que quería estallar desde su garganta.
—Yo ya estoy muerto…
Ella se pasó los dedos índice y medio por los labios, los besó y luego estiró el brazo, tocando con los mismos dedos los labios de su amado; él los besó débilmente, y luego exhaló un suspiro cansado.
—No quiero que vuelvan por mí —Ordenó Gacela—. No quiero que me vean en ese estado tan deplorable.
—Pero… te transformarás… —Replicó ella.
—No lo creas —dijo Gacela, metiendo la mano en su bolsillo y sacando su pistola—. No pienso morir solo; voy a llevarme conmigo a todos los canallas que pueda. Después, mi vida terminará de una manera u otra.
—Lo lamento tanto… —chilló Julia, con una voz dominada por la ansiedad. Luego, conteniendo sus lágrimas, se levantó con un gesto fúnebre, se puso su fusil al hombro y le dio la espalda a su compañero—. ¿Me esperarás a donde quiera que vayas?
—Te esperaré —aseguró él.
Entonces, Julia salió corriendo por medio del bosque, tomando la dirección más corta posible hasta la casa, donde habían sorprendido a su compañero. El corazón le dolía, sentía una gran frustración y las manos le temblaban. Por un segundo sintió deseos de volver, de pasar los últimos momentos junto a Gacela; pero debía ayudar a Tigre, o por lo menos… intentarlo.
Pasó junto a unos enormes árboles, protegida de la vista por unos matorrales muy altos y, por algún motivo se sintió segura allí, escondida en medio de la enorme naturaleza. En ese momento, un disparo repentino se escuchó y unos pájaros salieron volando asustados. Asustada se volvió hacia atrás pensando en su compañero, pero al instante se dio cuenta de que el sonido no venía de esa dirección; parecía que venía desde el sendero que habían tomado para subir.
« ¿Qué habrá pasado?», se preguntó. Pero su mente no le devolvió respuesta alguna, sólo silencio. Entonces, respiró… profundamente: adentro… afuera… adentro… afuera… y sus pensamientos aparecieron ahora más claros. Tenía un deber que cumplir, y lo haría lo mejor posible.
Se volvió una última vez hacia atrás, dio un beso al aire, fingió tomarlo con la mano y arrojarlo hacia la cima de la montaña, donde estaba su amado muriendo.
— ¡Adiós, querido! —Se despidió. Luego, comenzó a correr por el bosque, sin mirar atrás.
Ambos caminaron por el sendero, Abel caminando adelante, revisando las huellas y observando el camino; Caín, iba atrás vigilando atentamente con el arma levantada, lista para disparar en cualquier dirección. De pronto, el sendero se dividió en dos: uno seguía bordeando la loma del cerro; el otro, subía por la colina, como buscando la cima.
Abel se detuvo un momento, observó ambos caminos y se quedó en silencio un rato, como haciendo una profunda meditación.
—Se fueron por la colina —Dijo al fin—. Estoy seguro.
— ¿Cómo lo sabes? —Preguntó Caín.
—El sendero que sigue derecho tiene pequeñas hierbas, y no logro encontrar ninguna huella ahí o maleza que haya sido pisoteada. Eso me parece en extremo difícil. Por eso creo que se fueron por el otro camino.
—Entiendo… ¡continuemos! —Indicó Caín.
Continuaron por el sendero, subiendo por la colina, atentos a todos los detalles que podrían encontrarse en el camino. Abel avanzaba sin perder detalle de cualquier pista que podría darle la tierra.
—Ahora estoy cien por ciento seguro —Dijo Abel, agachándose para mirar algo que había al lado del camino—. Esto parece ser un pequeño vómito, y es reciente…
— ¿En serio? —Preguntó Caín, mientras le apuntaba con su arma a su compañero—. ¿Estás seguro?
—Sí. Deben estar cerca y sospecho que… —Dijo sin terminar de decir la frase, pues había notado que su compañero le apuntaba—. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué…?
— ¿Por qué quiero matarte? —Interrumpió Caín con una sonrisa—. Eres tan inteligente… ¿y no puedes entenderlo? Yo siempre había esperado el momento indicado para matarte; pero no había podido hacerlo porque no me convenía ganarme el odio de todos los que te seguían en Alejandría.
»Pero ahora, han muerto tantos soldados… y todos los que me acompañan están de mi lado; mentirían mil veces por mí. Apuesto que a nadie en Alejandría le causaría extrañeza que tú también murieses en esta expedición tan peligrosa, después de que hubiese tantas bajas; algunos, incluso me aplaudirán cuando les cuente como “vengué tu muerte” —Aseguró riendo—. Además, si están tan cerca como dices, eso quiere decir que los puedo encontrar por mí mismo. Ya no eres necesario, Abel.
—Esto no saldrá como tú quieres.
—Eso es lo que tú crees —Replicó Caín—. Ahora… ¡date la vuelta y prepárate!
—No lo haré —Dijo valientemente Abel—. Te arrepentirás por esto.
Entonces, un disparo se escuchó en el ambiente y a lo lejos... un grupo de pájaros emprendió el vuelo, asustados.

ESTÁS LEYENDO
PODRIDOS
TerrorUn hombre común deberá recurrir a medidas extremas y desesperadas, para poder sobrevivir a la peor de las pandemias. Un mal que se lleva toda la vida y la inocencia y solo deja muerte y desgracia a su paso.