El Ataque (parte 2).

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Arriba en la fortaleza, Gacela se movía discretamente, se le había hecho muy fácil entrar por el segundo piso usando el techo de la casa de al lado. Los guardias habían estado distraídos en la discusión con Tigre, así que se dio el trabajo de ir directo al pasillo principal, se escondió unos momentos para encontrar los puntos vulnerables y luego había disparado al foco. Después volvió a esconderse, y cuando salió se encontró al tipo del foco sujetándose el estómago. Finalmente, el sujeto cayó mortalmente herido; al parecer, víctima de uno de los disparos de Tigre. Después, cuando lo vio siendo devorado por los muertos, pensó en la mejor opción para deshacerse de la mayor cantidad de guardias posibles… corrió hacia una de las escaleras metálicas que estaba amarrada con cadenas, la desató y la bajó haciendo el mayor ruido posible; su intención había sido atraer a los muertos a que subieran en vez de que saliesen del recinto, y había funcionado. Ahora los guardias se defendían de una carnicería, luchando angustiosamente contra los muertos que deberían ser sus esbirros. Había provocado la rebelión, el caos, y ahora debería aprovechar el momento para rescatar a Julia.
Corrió por el recinto, intentando encontrar la habitación del jefe; pero era un lugar bastante grande y no lograba encontrar el lugar preciso. Aun así, sabía que la habitación del líder debería estar en alguna parte de lo que parecía ser el centro del segundo piso. Se acercó al lugar que parecía ser el indicado, pero las puertas seguían teniendo las enumeraciones comunes de un jardín, adornadas con símbolos de caricaturas.
— ¡Ayuda, ayuda! —Gritó un hombre desde el otro lado del edificio.
Gacela escuchó unos pasos apresurados que venían del frente, y se escondió entre las sombras, detrás de un escritorio que estaba a un lado del pasillo. Unos hombres armados pasaron corriendo a un metro de él, sin darse cuenta de su presencia. Sabía que Julia debía estar cerca… un presentimiento… su corazón se lo decía.
Entonces… un hombre, muy asustado, pasó corriendo en la dirección contraria: usaba una gorra poco ajustada en la cabeza, y parecía que llevaba un pantalón demasiado grande para él, se veía agitado, confundido y temeroso. Pasó a toda prisa por el pasillo, siguió adelante y luego giró hacia la derecha por el corredor.
De alguna manera, algo en la mente de Gacela le dijo que debía seguirlo. Corrió sigilosamente, manteniéndose en las sombras, hasta llegar a la intersección. Se apoyó en la pared, controló su respiración y se asomó para ver al hombre por el pasillo. El tipo tocaba fuertemente una puerta con el puño…
— ¡Jefe, hemos perdido el control de los gusanos! —Gritó hacia dentro.
“Gusanos”, al parecer así apodaban a los muertos.
Desde dentro de la habitación no se oyó ruido alguno. El hombre tocó la puerta de nuevo y repitió:
— ¡Señor, perdimos el control; además, alguien nos ataca desde fuera de la muralla— Aclaró.
En ese momento, Gacela se acercó por detrás, sacó su cuchillo, y se dispuso a sorprender al sujeto. Rápidamente, le tapó la boca al hombre, lo sujetó con fuerza, le metió el arma blanca entre las costillas y revolvió la hoja aún dentro de su cuerpo. La sangre salió a borbotones por la herida, al contacto con la piel se sentía cálida y temperada. El tipo intentó gritar, pero un chorro de sangre le salió por la boca, aun firmemente tapada… luego se desvaneció, y fue cayendo lentamente al piso, con la ayuda sigilosa se Gacela.
Dentro de la habitación, es escuchó una voz gruesa que gritaba. — ¿Qué demonios pasa? —Dijo—. ¡Nuestras defensas con impenetrables! Esto no debería ser un problema.
El pestillo de la puerta se escuchó crujir, luego giró la manija desde adentro y, al abrir la puerta, Gacela y él se vieron cara a cara.
Gacela se abalanzó sobre él, cuchilla en mano; pero el hombre se defendió, interponiendo sus brazos. Forcejearon un rato… luego cayeron al piso, lanzándose todo tipo de golpes y pataleando, luchando desquiciadamente. El líder era fuerte, se defendía bien y, aún desde el suelo, parecía que siempre encontraba la manera adecuada de quedar en una situación conveniente. Varias veces golpeó salvajemente a Gacela, sin que este supiera bien cómo… se podía deducir fácilmente que sabía algún tipo de defensa personal, y que era muy bueno en ella. Si no fuera por el cuchillo estaría totalmente perdido.
De pronto, el hombre hizo una extraña contorción, pareció que sus extremidades se convertían en serpientes que se movían en torno a los brazos de su rival. De la nada, en menos de un segundo, Gacela había quedado envuelto en una extraña llave que le apretaba el cuerpo y lo inmovilizaba.
En ese momento recordó: «¡Tengo un cuchillo», pensó. Y agitó el arma desesperadamente, intentando encontrar la carne de su rival.
El hombre, sin dejar su posición, tomó su muñeca y azotó fuertemente su mano contra el piso… una… dos… ¡tres veces! Hasta que el dolor le hizo soltar el arma. Luego lo soltó, se dio una extraña voltereta en el piso, y salió disparado en la dirección del arma blanca.
Gacela estaba en el piso, aun se sentía algo aturdido con la paliza que le estaban dando; el hombre se levantó con el cuchillo en mano, y se preparó para finiquitar a su oponente.
— ¡Ahora te mataré, hijo de puta! —Gritó lleno de ira.
El sujeto se abalanzó para dar el golpe mortal, pero un tiro en el cuerpo lo hizo caer hacia la izquierda, sujetándose el estómago con ambas manos. Gacela lo miró, luego se dio vuelta al otro lado de la habitación; era Julia quien había disparado, tenía las manos atadas con una soga, y una pistola humeante en su mano.
Gacela corrió hacia ella, la abrazó y comenzó a desatarla. —Me había amarrado las manos a la espalda —Dijo ella temblando—; pero logré pasar las muñecas por debajo de mis pies y tomar el arma del cajón.
—Tenemos que salir de aquí —Le dijo Gacela, sujetando sus mejillas con ambas manos. Luego la tomó de la muñeca y la dirigió hacia la salida.
— ¡Espera! —Dijo de pronto ella. Se soltó de su mano, se dirigió hacia una esquina oscura del cuarto y luego volvió con su rifle—. El maldito quería quedarse con mi rifle de trofeo —Gruñó para luego escupir al líder herido.
Salieron afuera, y el lugar se había vuelto una autentica carnicería o pandemonio; gritos y llantos angustiados se escuchaban del lado derecho del edificio, disparos, aullidos y signos inequívocos de un lucha sangrienta.
— ¿Sabes por dónde es la salida? —Preguntó Gacela.
—Sí —Respondió julia—: es por allá —Dijo apuntando al lugar donde se escuchaba la masacre.
—Bueno… nos buscaremos otra.
Se fueron del otro lado del edificio, rompieron una ventana, quitaron los vidrios del borde y se dispusieron a saltar.
— ¿Estás seguro que es la única forma? —Interrogó Julia, al sentir miedo por la altura.
—Es la caída o pasar por entre de los muertos —Dijo Gacela.
—Entonces… la caída.
Ambos saltaron… dejándose llevar hacia el vacío…
Gacela cayó con los pies por delante, y la fuerza de la inercia lo hizo irse de espaldas. Luego, escuchó un sonido a su lado derecho, como las ramas de un árbol que son desgarradas por un tirón repentino.
— ¡Ouch! Creo que me hice daño —Dijo Julia desde la dirección del sonido.
— ¿Estás bien? —Preguntó Gacela.
—Creo que no me rompí nada… y eso ya es algo. Pero estoy atrapada.
—Iré a ayudarte.
Se levantó del suelo intentando apurar su cuerpo adolorido, se puso de pié y se dirigió hacia ella; había caído sobre un matorral, parecía estar echada sobre él como en un sillón. La tomo de la mano y, con un tirón fuerte y a la vez gentil, le ayudó a ponerse de pié.
Miraron a su alrededor y se dieron cuenta de que estaban en el patio del jardín: el pasto, los pequeños arbustos y flores, ahora secas por la falta de riego, adornaban un patio bastante amplio. Corrieron ocultándose en las sombras y, con cuidado de no hacer ruido, saltaron la cerca.
Antes de salir definitivamente del lugar, Gacela se dio un segundo para mirar hacia atrás: el lugar ahora era un caos, disparos y gritos desesperados se escuchaban entre la inmensidad de la noche.
Avanzaron un par de calles, corriendo con cuidado, escondiéndose entre los autos, los postes del alumbrado público y los tarros de basura. Huían en silencio, sigilosamente, entre las sombras. Al llegar a una esquina, Gacela se detuvo, hizo un gesto de “alto” con la mano y se asomó cuidadosamente para ver lo que estaba ocurriendo.
—Hay zombies tirados en el piso —Advirtió con un susurro—. No sé si están vivos o muertos.
De pronto, un sonido de alguien haciendo un enorme esfuerzo le dio esperanza, pues reconocía la voz; era Tigre.
Comenzaron a caminar por la calle, entre los cadáveres de los zombies mutilados, contemplando la destrucción de la lucha. Al final de la calle lo encontraron: estaba cubierto de sangre, machacando a un muerto usando el escudo.
— ¡Eh! ¡Tigre! ¿Todo bien? —Preguntó Gacela.
—Quien lo diría… los malditos usaban a los muertos como si fueran un arma —Contestó él.
Julia miró atrás y contempló como, dentro del siniestro jardín, los disparos disminuían en proporción a los gritos de los muertos; los hombres estaban perdiendo la pelea.
—Bueno… ya no volverán a cometer ese error —Dijo, con una voz un tanto sombría y a la vez fría.
—Ha funcionado bien… ¿verdad? —Dijo Tigre mirando el edificio en un caos total—. ¡Que arda! ¡Que arda Troya! —Luego rió maquiavélicamente…

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