Confesiones de la muerte (parte 3).

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Luego del juego, recogimos la fruta y preparamos el almuerzo, adornado por los aguacates más hermosos que pudimos recoger. Nos encontramos descansando y riendo de las consecuencias de nuestro recreo; el patio había quedado regado de fruta y ya podía sentir en mi espalda los futuros moretones.
Vincent, se había empeñado en atrapar una mariposa, y corría detrás de ella por todo el patio. Nuestro ánimo era mejor que nunca. Hacía mucho tiempo que no nos relajábamos de ese modo, y dejar atrás las preocupaciones, aunque sea por un segundo, era un descanso tremendo para nuestras mentes.
—Qué curioso resultó todo —Dijo Julia—: al fin llegó la plaga que acabó con todas las plagas… ¿Quién diría que aquella peste apocalíptica sería la peste de los muertos?
—Sí, nadie lo hubiera pensado —dijo Tigre—; sin embargo, no creas que es el fin… aún hay otra epidemia que puede luchar y no ha dicho su última palabra, una infección que es tan perseverante y devastadora como la de los zombies…
— ¿Y cuál es esa plaga?
—La humanidad…
Luego, comencé a contarle a los demás de dónde venía: cuanto había recorrido y mis aventuras antes de encontrarme con alguien vivo. Y mientras más iba contando, sentía que Tigre más se impresionaba, hasta que de pronto dijo:
—No puedo creerlo: la humanidad acaba de volver a tiempo en que era nómade.
Nos reímos un poco de su aseveración; luego, al ver su cara de perplejidad ante nuestra risa, nos dimos cuenta de que estaba hablando en serio.
—No se rían —nos pidió—. Es sólo que acabo de tener uno de esos momentos de revelación al oír la historia de Gacela, dónde te das cuenta de algo que habías estado haciendo. Sólo que antes lo hacías por inercia; en cambio ahora, lo harás a sabiendas. ¿Pueden creerlo? Yo había estado viviendo así desde hacía ya un buen tiempo, yendo y viniendo por el mundo; pero, en mi mente, no había asimilado mi situación. Recién ahora es que me doy cuenta de lo que significaba.
—Creo que le llaman “momento eureka” —Dijo Julia.
—Eso pasa muy a menudo —Le dije—. Muchas veces uno hace cosas sin siquiera darse cuenta, solo al tiempo después, cuando tienes el tiempo para pensar, es que te das cuenta de lo que significaba todo. Es un efecto común en la supervivencia humana: el actuar y después pensar.
—Lo que más me aterra —Dijo Julia—, es que los muertos no tienen miedo a nada; en cambio, cualquier persona, está llena de miedos y dudas.
—Yo no tengo miedo —Aseguró Tigre.
— ¿En serio, no les aterra lo que acaba de suceder? —Preguntó Julia—. Si hay algo que me daba una tranquilidad necesaria para poder vivir en el mundo, eso era la ley; las reglas. Saber que podía buscar la justicia por medio de algún organismo, en vez de tener que buscarla por mano propia; pero ahora no existe nada de eso. Siento que no hay ley, ni divina ni de hombres, que valga. Hemos estado viviendo en la confusión total, y que cada uno hace lo que le place… y eso me aterra.
—Entiendo —Dijo Tigre—. Viví solo entre los muertos por un tiempo, al igual que todos ustedes, y pensé en eso. “Si quisiera, podría volver a decir que el mundo es plano”, me decía. Siempre pensé en todo lo que ha perdido la humanidad: la moral, la conciencia, la filosofía, la ciencia… todo lo que habíamos avanzado ha quedado en la nada. Creo que nuestros hijos jamás sabrán lo que es un televisor, y ni siquiera podrán llegar a imaginar lo que es un celular. Algún día, le contaremos a un niño que el ser humano llegó a la luna, y aquel niño nos imaginará yendo en una carreta tirada por aves, en vez de un cohete.
—Sí, exacto —Dijo Julia—. Para mí la ley es una de las cosas más importantes para empezar, pues las leyes son lo que les dan forma a las personas. Teníamos una ley donde cada cosa tenía una penitencia o una recompensa; pero ahora no tenemos nada, cada cual puede hacer lo que quiere… y eso es lo que más me aterra.
—Bueno… todos están muertos, al parecer —Intervine—. Y no hay ley que se les pueda imponer a los difuntos.
—Son los vivos los que me preocupan… —Respondió ella.
— ¡Ojo por ojo, diente por diente! —Dijo Tigre—. Fue la primera ley que se implantó en el mundo, quizá esa nos sirva por ahora.
—Me gustaría encontrar algo un poco más moderno —dijo Julia—. Pero me temo que no aplique; en la biblia por ejemplo, hay muchas leyes que se podrían tener de opciones.
— ¿Te parece la ley que dice que las mujeres deben estar sometidas a los hombres? —Preguntó Tigre—. ¿O la ley que dice que debemos apedrearlas si nos son infieles?
— ¡No, por supuesto que no! —Dijo ella enojada—. Me refería a leyes más piadosas y benevolentes.
—Yo conozco algunos versículos de la “benevolencia” de Dios —Afirmó Tigre—. Como números, capítulo treinta y uno: donde Dios manda a Moisés a vengarse de Madián, y matan a todos los hombres en el campo de batalla; luego, van al país y roban todas sus riquezas, sus animales, queman todas sus casas y se llevan a todas las mujeres, los niños y las niñas de prisioneros; después, cuando ya están en el campamento, deciden matar a todos los niños y todas las mujeres, y finalmente se reparten a las vírgenes como esclavas entre ellos.
>He ahí un claro ejemplo de la “benevolencia” de Dios, y del pueblo de Israel.
— ¿Qué quieres decir con eso? —Preguntó ella enojada.
Él, levantó las manos intentando calmar la situación. —Tranquila, Julia —Le dijo—. Sólo quería señalar que incluso aquellos que creíamos santos… quizá no lo eran tanto.
Ella se levantó y se fue por su lado; yo no podía creer que nuestro agradable almuerzo hubiera terminado así.
— ¿Qué sabes de buena voluntad; tú que andas con un muerto y lo tratas como tu juguete? —Preguntó ella desde la distancia, irritada. Luego se fue.
Tigre se levantó y alzó el puño al viento. — ¡No es ningún juguete! —Le contestó con un grito. Después se volvió a sentar. Por extraño que parezca, parece que las palabras de Julia lo habían lastimado.
Permanecimos en silencio un largo rato. Vincent, por su parte, seguía entretenido corriendo detrás de unas mariposas o unas aves. Pero al ver que Julia se alejaba en la distancia fue tras ella.
—No es ningún juguete —Me dijo, aun turbado por la palabras de Julia—. Cada vez que veo que un muerto no es como los demás, tiendo a tener esperanza; por eso no maté a la niña zombie que hablaba, o a Vincent —Aseguró.
—Tranquilo —Le animé—. Ella habló sin pensar, movida por su enojo. “Las palabras que se dicen en esos estados deben ser ignoradas”, según decía mi padre…
—Tu padre era un hombre sabio, al parecer —Me contestó—. El mío, por otro lado, no era la gran cosa. Apenas supe de él durante la niñez, y menos durante la adolescencia. En aquellos tiempos pensaba que, en toda mi vida, jamás tendría alguien que pudiera guiarme, que tendría que hacerlo todo solo. Ya casi me había resignado a vivir de esa manera; hasta que conocí a mi maestro. Él me enseñó todo lo que sé, y me dio enseñanzas que quizá jamás entenderé. Lo conocí a mis diecinueve años y, desde entonces, cada día me mostró nuevas verdades.
»Cuando la ciudad cayó, mi maestro ya era viejo. Lo primero que pensé entre el caos de la situación fue en salvarlo. Corrí hacia su casa, entré por la fuerza y lo saqué echándomelo en la espalda. Entre la muerte, la sangre y la desesperación en las calles… corrí… y corrí, sin mirar atrás.
»De pronto, varios muertos aparecieron delante de mí, impidiéndome seguir con mi escape. Luché con ellos desesperadamente, intentando que no hiriesen a mi Sensei, pero, sin darme cuenta, uno lo mordió en la mano. Sabía que la situación era crítica; sin embargo, me negué a abandonarlo. Nos escondimos en una cueva por un día, hasta que la enfermedad lo consumió por completo.
»Cuando desperté al día siguiente ya no razonaba; estaba agonizando. A la hora después se transformó en un muerto, y ya no supe qué hacer. Se levantó y me miró, con una furia implacable en los ojos; yo pensé en entregarme, en dejar que me comiese. Tanto era mi afecto por él, que nunca podría levantarle la mano, ni siquiera aunque fuera un zombie. Permanecí de rodillas frente a él… esperando que diera el golpe definitivo.
»Pero él, simplemente me observó, se dio vuelta y se sentó en posición de loto, como meditando. Ahí se quedó por tres días y tres noches, sin prestar atención a dada de lo que le rodease. Entendí que, en el fondo, él estaba luchando… parte de él seguía siendo consiente, y luchaba con encontrar una respuesta.
»Por eso… por eso yo… —Dijo al borde de las lágrimas—, tengo la firme esperanza de que; si Vincent logra recuperarse, también habrá esperanzas para mi viejo maestro. Pues pienso que ambos están en un estado parecido.
—Entiendo… yo también tengo fe en que hay esperanza —Confesé.
Permanecimos en silencio un buen rato, observando tranquilamente el paisaje, las nubes y las montañas a lo lejos.
De pronto… algo extraño pasó: disparos en dirección a la casa, en la dirección en que habían ido Julia y Vincent. El ruido seco y sordo de los balazos perturbó el ambiente y una bandada de pájaros salió volando, escapando del peligro.
— ¿Qué diablos fue eso? —Pregunté sorprendido, levantándome de mi puesto.
Salimos corriendo lo más rápido que pudimos. De pronto, se escuchó una ráfaga de disparos, como salidos de una metralla.
—Nosotros no tenemos armas como esa —Dijo Tigre—. Tengo un mal presentimiento.
—Yo también —Le aseguré, mientras seguíamos corriendo entre la vegetación…

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