Abel terminó de leer el extraño diario, eran las cuatro de la mañana y, de nuevo, no había podido dormir. Se sentó levantó un momento de su silla y contempló el silencioso y oscuro paisaje que se veía por la ventana. Afuera, entre la noche, el aullido de un muerto resonaba de manera lúgubre, y una delgada luna adornaba el cielo junto a las estrellas titilantes; en la tierra, las tinieblas gobernaban todo, y cubrían el paisaje.
«Alguien está vivo…», pensó. «Alguien está vivo y está luchando contra los muertos.
Miró a los hombres que cuidaban el muro. Estaban todos en sus puestos, haciendo sus rondas y empuñando sus armas. Todos ellos dependían de él, habían venido a él cuando todo se había ido al carajo y le hicieron juramentos de lealtad. Él los había sacado de los aprietos en donde estaban y, ahora, hacían las cosas según su voluntad.
Se dirigió a la puerta y comenzó a pensar metódicamente antes de sacar sus conclusiones; luego, la abrió y salió a acompañar a los hombres del turno nocturno. Bajó por las disparejas escaleras de madera cuidadosamente, caminó por el largo pasillo adornado intermitentemente con una que otra ampolleta, y luego entró en el comedor, donde se reunían los hombres.
—Hay algo que quiero preguntarles… —Le dijo a todos.
Los cuatro hombres se voltearon hacia él, dirigiendo unas miradas curiosas… parecía que algunos estaban un tanto enojados; otros, sostenían una mirada de lento sopor.
—Quiero que esparzan el mensaje entre ustedes —Dijo—. Mañana habrá una votación: deberemos decidir… si vamos a vengarnos por lo que le pasó al campamento de Peter Pan; o nos preocupamos de nosotros mismos y seguimos con las cosas tal cual están.
Sus muchachos lo miraron intrigados, parecían bastante seguros de qué hacer. Uno, al final de la mesa, se rasgó la abundante barba y puso un gesto de reprobación.
—Mañana en la mañana será la votación —Continuó Abel—, quiero que todos, hombres y mujeres, participen en el asunto para tener las opiniones en cuenta.
— ¿Sabes ya lo que pasó en el campamento? —Preguntó una voz imponente y dura.
—Sí. El diario no lo decía textualmente, pero tengo una buena idea de qué fue lo que pasó, Caín.
— ¡Cuéntanos! —Impuso Caín.
—Fueron asesinados…
— ¿En serio? ¡No me digas! ¡En verdad eres todo un puto Sherlock Holmes!—Exclamó Caín irónicamente—. Eso era más que obvio, nosotros mismos fuimos al lugar, los encontramos a todos muertos o… convertidos en putos zombies. ¿No hay nada más que puedas decirnos?
—Los asesinó el dueño del diario.
— ¡Imposible! —Exclamó Caín—. ¿Uno?
—Dos… —Corrigió Abel.
—Eso no tiene ningún sentido. Cuando vi ese destrozo pensé que lo había hecho un puto ejército… y tú me estás diciendo… ¿Qué lo hicieron dos personas?
—Sí, es cierto, no tiene ningún sentido; y sin embargo, es verdad: el dueño del diario, junto con otro sujeto, mataron a todos los del campamento.
— ¡Eh! No tenemos por qué exagerar —interrumpió Caín—. Todos sabemos que los tipos del campamento usaban técnicas de defensa un tanto… “riesgosas”. ¿No será posible que hayan perdido en control y sus propias defensas se hubieran vuelto contra ellos?
—No lo creo: en diario hay descripciones muy exactas que dan a entender que el campamento estaba intacto hace un par de días. Eso quiere decir: que, quien quiera que fuera, atacó el campamento y desató el caos.
—Todo esto que nos dices… suena un tanto extraño.
— ¿Por qué?
—Pareciera que siempre estuvieses intentando armar un mapa o puzle en tu cabeza, y las cosas no siempre son así; muchas veces, los accidentes simplemente pasan.
—Y sin embargo, así fue como pasó: ellos destruyeron el campamento.
—Pero… no logro entenderlo. ¿Con qué motivo?
—Recuperar a una mujer.
— ¡Ah! Eso lo explica todo: “mujeres: la casusa y solución de todos los problemas”.
— ¿No era la cerveza? —Preguntó uno entre el grupo.
— ¡Da lo mismo! —Dijo Caín—. El punto en esta conversación es que estamos barajando posibilidades sin sentido, y no estamos sacando nada en concreto.
—Yo discrepo con lo que dices; el diario existe, dice cosas coherentes y no hay ninguna razón para negar que sea la verdad.
—Entonces, ¿qué otra prueba puedes encontrar?
—Necesito volver al lugar, creo poder explicar, más o menos, como fue el ataque.
—Está bien, haré como que creo todas tus tonterías e iremos al lugar nuevamente, pero si no están aquellas pruebas dejaremos el asunto y no volveremos a hablar del suceso.
—Trato hecho —Apuró Abel, tendiendo su mano en un saludo.
—Partiremos al amanecer —Anunció Caín, estrechando la mano de Abel.
Los hombres se levantaron y comenzaron a extender los rumores por todo el lugar, tanto hombres como mujeres sabrían de la votación en cuanto saliese el sol. Ellos eran buenos expandiendo rumores, parecían pajaritos cantores en plena primavera, era como si todas las mujeres del barrio se juntasen en un tumulto a hablar de sus vidas. La infección había hecho de la vida algo aburrido, y el nuevo pasatiempo preferido de las personas era escuchar rumores e historias locas y contarlo todo.
De todos ellos, Abel era el más indicado para ser líder; desde mucho antes del ataque de los muertos había sido gran fanático de los libros y, ahora que las cosas se turbaron por completo, creía firmemente que al salvar un libro con una historia, podría estar salvando al mundo de la ignorancia. Por eso se esmeraba en conservar la mayor cantidad en su refugio, y cuidaba de que nadie los destruyese. De esa manera, tuvo la idea de llamar al campamento: “Alejandría”. La biblioteca del futuro. Aunque en realidad, faltaba mucho para que fuese una biblioteca en sí, la mitad de los libros estaban en mal estado, y la otra mitad tenía libros con temas banales y sin sentido. Pero lo importante era que estaban ahí… a salvo…
A Caín, por otro lado, le interesaba el poder, intentaba siempre obtener la mayor cantidad de armas a donde quiera que fuera. Su habitación era una colección de cuchillos de combate y armas de fuego, todas listas para su uso. Según él; sólo el poder podría darle la seguridad que necesitaba, así se construían las naciones.
Por eso Alejandría era una mezcla de poder y conocimiento, el poder necesitaba el conocimiento para seguir siendo el poder, y el conocimiento necesitaba el poder para perseverar. Ambos se aceptaban, e incluso se respetaban, aún con sus diferencias.
Abel volvió a su cuarto, se recostó en el sillón y se puso a ojear de nuevo el diario; buscando las partes importantes, que le habían llamado la atención. Aquellos sujetos eran pacíficos, pero temibles. Se preguntó si sería mejor mentirle a Caín y dejar las cosas como están; si le mentía, podrían seguir con sus vidas sin altercados; si le decía la verdad, de seguro Caín y el resto de los hombres pensaría en ir a buscar venganza. Nada costaría decirle: “no es nada, me equivoqué. Fue todo culpa de ellos mismos; fueron unos estúpidos, perdieron el control de sus defensas y murieron”. Pero si lo hacía perdería su compromiso con la verdad.
«¿Será mejor sostener una mentira que mantenga la paz, o debemos aceptar una verdad violenta?», pensó. Y aquel pensamiento se mantuvo fijo en su mente, ante la duda gigante que se le avecinaba encima. «¿Cuántos morirían? ¿Cuántos vivirían?», se preguntaba una y otra vez, sin encontrar una respuesta. Se levantó y buscó entre los libros, intentando desviar su mente del problema, verlo desde otro punto de vista… quizá. Pero nada lo distraía, el problema estaba tan fijo y metido al fondo de su mente que nada podría extirparlo.
«Que difícil es ser uno de los líderes», pensó. «Cuando eres uno de los de abajo, piensas que este trabajo es fácil; un “has esto… has aquello” y todo solucionado. Pero la realidad es que ellos tenían en su cargo la vida de las personas que dirigían, y esa responsabilidad era algo increíblemente pesado; sobre todo ahora que la humanidad se había ido al demonio.
Cuando por fin pudo distraer un poco su mente, los primeros rayos del sol ya entraban por la ventana. Era una luz tenue y cálida que se entremezclaba con el polvo de la habitación, y dejaba claro que había llegado la hora de tomar una decisión. Sin embargo, permaneció en su cuarto, echado sobre aquel sillón un momento más. No quería salir, no quería ser parte de lo que vendría. Estaba sumergido en esos pensamientos cuando alguien golpeó la puerta con rudeza.
—Abel, tenemos que irnos —Dijo la voz de Caín desde el otro lado de la puerta.
—De inmediato salgo —Contestó.
Se puso su abrigo, se amarró una bufanda al cuello y salió por la puerta, intranquilo. Afuera, cuando bajó al patio, había un grupo de varios hombres armados rodeando dos camionetas, entre ellos Caín sentado en el asiento del copiloto del vehículo de adelante.
Abel se subió en la camioneta de atrás. De inmediato los hombres comenzaron a acomodarse en los asientos, y en la parte trasera, sentados en la batea, en el dura lata. Los autos avanzaron raudos, apenas se abrieron las puertas y salieron al camino polvoriento.
La velocidad se mantuvo por un buen rato: una media hora, aproximadamente. Mientras tanto, Abel se mantenía mirando el paisaje, contemplando la infinidad del cielo. No muchas veces se le daba ocasión de salir y, sin importar donde iba, disfrutaba el trayecto y no el fin. Se acomodó en el asiento, miró al otro lado y contempló maravillado como la luz del sol se reflejaba en la montaña a lo lejos, del lado contrario al amanecer. Finalmente, el camino dio una larga curva y luego se podía ver una ciudad. Era el destino al que se dirigían.
Los autos bajaron la velocidad al tiempo que el ruido de los motores disminuía hasta parecer un suave ronroneo. Entraron por una calle en ruinas, avanzaron derecho y luego giraron a la izquierda. Dos calles más adelante, estaba la base… hecha pedazos.
Las camionetas se detuvieron, Abel se bajó del vehículo y, rápidamente, comenzó a contemplar las similitudes de lo que veía con lo que había leído en el diario. Estaba listo para empezar a hacer calzar las partes del rompecabezas…

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PODRIDOS
HorreurUn hombre común deberá recurrir a medidas extremas y desesperadas, para poder sobrevivir a la peor de las pandemias. Un mal que se lleva toda la vida y la inocencia y solo deja muerte y desgracia a su paso.