Primera parte: Adormecimiento.

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El sonido de los cubiertos entrechocando con la porcelana de la vajilla era la única melodía que ponía ambiente a la velada.

La alargada mesa, llena de comensales que no se atrevían a levantar la cabeza más allá de lo necesario para obtener los alimentos y masticarlos, estaba decorada con sutileza: jarrones bajos y ovalados llenos de peonías rosas sobre un mantel de fino hilo egipcio de color blanco que iba de extremo a extremo.

Cada uno de los hombres que se sentaba en esa dichosa mesa, había disfrutado de la hospitalidad de su anfitrión. Varios pisos por debajo de ellos, escondidas bajo tierra como si no fueran más que larvas, descansaban ahora las chicas que sufrían condena perpetua bajo el mando de Marco Clemente. Mujeres que habían tenido que soportar que estos desgraciados las tocaran a placer.

Sophia Callahan sintió la respuesta nauseosa de su cuerpo activarse, intentándola hacer expulsar la poca comida que había ingerido durante la cena que estaba teniendo lugar.

Estaba sola y no se refería en única instancia a la mesa, cuya predominancia era puramente masculina sino en general. En la misión, en su día a día. El verano había llegado con novedades que aún estaba asimilando.

Antes de comenzar junio, Cordelia había dejado la ciudad para irse a la playa con su flamante novio, Percival Rykes. El chico, que desde todo el fiasco con Atenea había decidido tomarse una excedencia del trabajo en la policía, era el único que sabía en qué estaba trabajando Sophia y al marcharse con Cordelia, ella se había visto sin nadie que le cubriese las espaldas.

Pero no le importaba demasiado. Estaba acostumbrada a trabajar por su cuenta y bien sabía que ese par necesitaba un tiempo alejados del resto del mundo para terminar de consolidar su relación.

Por otro lado se encontraba Victoria, que desde que una autopsia post-exhumación había dictaminado que Zinov Bestack estaba vivito y coleando, veía peligrar su relación con Helheim Zane y prácticamente se había mudado a su loft con la intención de controlar que no maquinase ningún nuevo plan de venganza como el que los llevó a conocerse.

Y luego estaba ella, comiendo un insípido pescado en la compañía más insípida aún de un montón de degenerados.

Dio un pequeño respingo cuando una mano se posó sobre la suya. No esperaba ese contacto y sentir la piel de Marco contra la suya, desató un sinfín de emociones negativas dentro de su cuerpo.

Bebé—llamó Marco en español, usando ese apelativo que ella tanto odiaba. ¿Era necesario recordarle cada vez que la llamaba que era un puto pedófilo? Sophia se tragó todo su rencor y una sonrisa se dibujó en sus labios de manera instantánea—. Estás muy callada.

—Solo triste porque tengas que viajar —se justificó ella, mintiendo como una bellaca porque su yo interior bailaba hasta el hula-hula ante la perspectiva de estar una larga temporada sin las zarpas de Marco Clemente cerca de su anatomía.

Tan solo había cedido un par de veces ante los insistentes avances del hombre y se sentía la peor escoria del mundo pero, cuando se planteaba renunciar, abandonar la misión, pensaba en esas chicas que estaban sufriendo algo mucho peor que lo suyo y las fuerzas se le renovaban.

Aprovechando que Marco la había encontrado llorando en el baño después de que accediera a acostarse con él, le explicó que sus creencias religiosas le exigían esperar hasta el matrimonio pero que, como estaba tan enamorada de él, había sacrificado su promesa por Marco.

El imbécil la creyó a pies juntillas y le juró esperar hasta que estuvieran casados para volver a hacerla suya. Sin embargo, le dijo, no podría disgustarse porque él se saciase con otras mujeres mientras tanto. A fin de cuentas, era un hombre y era bien sabido que sus necesidades eran ineludibles.

The Grimmest DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora