triánta októ.

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Si alguna vez había sentido tanto frío como en aquel mismísimo instante, Sophia no era capaz de recordarlo.

Estaba envuelta en mantas, con una taza de chocolate caliente recién hecho que le había servido ese tal Harvey hacía unos minutos; ropa limpia y almidonada que no le pertenecía cubriendo su cuerpo y unos calcetines bien gruesos en sus pies descalzos, arrebujados bajo su trasero en el sofá.

A pesar de ello, el frío instalado en sus huesos la hacía querer tiritar.

Sabía el motivo, sabía que la sangre que corría por sus venas normalmente tibia, estaba congelada desde que había puesto sus ojos sobre Phoebe Campbell. Su tía. Su Tata.

La había salvado de Marco Clemente y un final bastante gore pero ¿cuáles eran sus motivos reales? ¿Qué había motivado a alguien tan egoísta como Phoebe a actuar así? No habría sido la primera vez que la dejaba sola para enfrentarse a los monstruos.

La madera del suelo de la cabaña en la que estaban crujió de nuevo, como cuando Harvey había llevado el chocolate y Sophia giró la cabeza para ver a Eros en el marco de la puerta, pálido aún pero con mucho mejor aspecto que cuando habían llegado.

—No deberías estar de pie—lo regañó, poniéndose ella también en pie de un salto y corriendo hacia él para ayudarlo a llegar hasta el sofá que había estado ocupando con anterioridad.

Avanzaron con lentitud, con el brazo de Eros sobre los hombros de Sophia, haciendo por ella lo que ni un centenar de prendas habrían conseguido, y otorgándole una calidez única que solo él podría darle.

Llegaron y pronto se dejaron caer sobre el mullido sofá de piel marrón cobrizo. Eros suspiró, haciendo una mueca ante el dolor que aún sentía cuando respiraba y, cuando se sintió más recompuesto, enfocó su mirada donde Sophia la había tenido clavada tan solo minutos atrás.

Phoebe estaba sentada en la butaca frente a ellos, hecha de madera robusta y abultados cojines tapizados a cuadros, con tonalidades ocres, marrones y destacables mostazas. La cabaña de Cal —o Natch, como Harvey les había dicho que solían llamarle— era acogedora y confortable, sorprendiendo con el amplio interior que desde fuera era inapreciable.

Habían llegado al refugio horas atrás, Eros había perdido la cuenta; tal vez incluso había pasado un día completo desde que pusieron un pie allí y aunque no tenía forma de saberlo, tampoco le importaba demasiado. Para él, lo primordial en ese momento era saber que Sophia estaba a salvo.

Cuando abrió los ojos y se encontró con unos que parecían sacados de un glaciar, se inquietó profundamente. Erjon Dushku no era un desconocido para él pero había esperado encontrar a Sophia a su lado. Se intentó incorporar pero Erjon lo detuvo, indicándole que debía esperar un poco más, permitir que los medicamentos que le habían administrado hicieran todo su efecto antes de comenzar a movilizarse por la cabaña como si no le acabasen de pegar un tiro.

Ahora, sentado junto a ella, esperaba que Phoebe comenzase a hablar y que su presencia sirviese de escudo y bálsamo a la vez para el corazón de su Leoncilla. Sophia había tenido que pasar por mucho ella sola —a pesar de tener a sus infatigables amigas a su lado— pero eso se había acabado. De eso se iba a asegurar él.

—Nunca fue mi intención dejarte sola con Blane y Nora —comenzó Phoebe y Sophia bufó—. Puedes creerme o no, es decisión tuya, pero lo cierto es que te iba a adoptar y te iba a llevar conmigo bien lejos del desgraciado que tienes por padre. Las cosas, como ves, no salieron como yo quería y al final, lo único que pude hacer fue un acuerdo con él que te proporcionaría a ti estabilidad, la mejor formación posible y una vida alejada de la inmundicia.

The Grimmest DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora