triánta tría.

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—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.

—Sácala de aquí antes de que le de un ataque de pánico ¿quieres? —. La voz de Eros dejaba clara la molestia que le suponía que Victoria no parara de repetir una y otra vez las mismas palabras.

La chica aún seguía en shock ante la perspectiva de ver a su amiga atravesada por una bala que no estaba destinada para ella. Otra vez.

El cuerpo sin vida de Meyer había caído al suelo con un golpe seco y las extensiones aún se enredaban entre sus dedos, dejando en evidencia su enorme error: infravalorar a una mujer.

—¿Y tú? —preguntó Sophia, con la respiración entrecortada, acelerada todavía por los eventos recién acontecidos.

—Me ocuparé de todo esto y te buscaré—aseguró el chico, acercándose a ella y cogiéndola por la nuca para acercarla a él y besarle la frente. Cerró los ojos mientras lo hacía, inhalando el aroma de su cabello aún perceptible—. Vamos, marchaos.

Sophia, que se había aferrado a las muñecas de Eros mientras él la despedía, clavó sus ojos azules en los de él, buscando un ápice de duda en su mirada que no encontró. Era todo decisión y negocios. Era el agente de la CIA y no su... ¿qué? ¿Novio? Le parecía una palabra sumamente insulsa para lo que ellos tenían.

No habían tenido una conversación al respecto —no habían tenido tiempo de nada después de salir de la habitación en la que había transpirado el momento más intenso de su vida—pero Sophia sabía que Eros estaría de acuerdo con ella. Que ninguna etiqueta sería suficiente para definir la intensidad de su conexión.

Le dedicó una última mirada al chico antes de girarse con Victoria abrazada y avanzar por el pasillo. Imaginaba que Eros contactaría con la CIA para que se deshicieran de los cuerpos y limpiaran el escenario del crimen. Tendría que responder muchas preguntas pero no habría ningún problema en cuanto descubrieran la identidad del asesinado. Dawson Meyer tenía un buen historial de crímenes bien encubiertos y Sophia sabía bien que la CIA tenía ganas de echarle el guante.

Ahora ellos lo habían sacado del terreno de juego pero habían ganado gracias a ello a un testigo fundamental.

—¿Encontraste a una chica rubia de ojos claros que parecía un ciervo en mitad de la carretera? —le preguntó a Victoria y esta asintió.

—Más bien ella encontró a Cordelia, cuando se estamparon en un pasillo—contó la morena—. Nos dijo que Sophia la había enviado a buscar a una ninfa así que asumimos que estabas en peligro. Cordelia quería venir a socorrerte pero yo soy malísima tranquilizando a la gente, ya lo sabes, así que la obligué a quedarse con la chica y ser yo tu salvadora. En mi cabeza había quedado genial.

Sophia sonrió sin poder evitarlo. Victoria llevaba una de sus manos puestas en la zona de los riñones, claramente sufriendo el dolor que el impacto contra la pared le había provocado a su menudo cuerpo y aunque el alivio le invadía el suyo, sabiendo que podía haberle ocurrido algo peor por su inconsciencia, se sentía culpable por haber permitido que Meyer la tocase siquiera.

Victoria estaba asustada todavía y su verborrea no dejaba lugar a dudas de ello. Había vivido muchas cosas en su vida, incluido el ver como un policía disparaba en el pecho a su padre y este terminaba devorado por el río a sus espaldas pero incluso esa imagen no era comparable a ser testigo de cómo le volaban la cabeza a alguien.

Sintió calor recorrerle el cuerpo.

Meyer era el segundo hombre al que Eros mataba por ella. El segundo al que disparaba en la cabeza sin dudar solo por haberle hecho daño y, a sabiendas de que no era demasiado sano sentirse así, era incapaz de resistir la oleada de alegría que la llenaba al pensar que alguien la protegía de un modo tan crudo.

The Grimmest DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora