októ.

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La fiesta en la playa duró hasta un poco más de las tres de la madrugada y después, las dos parejas que conformaban el grupo se retiraron cada una hacia una tienda de campaña dispuestos a aprovechar lo que quedaba de noche en privado.

Sophia y Eros se quedaron en el mismo lugar donde estaban, sentados sobre las toallas blancas que rodeaban la hoguera, terminándose sus respectivas cervezas en silencio, observando las altas llamas con la fijación de todo el que ve fuego. Como si entre las lenguas ardientes se encontraran las respuestas a las múltiples preguntas que plagaban sus mentes.

El arrullo del mar era el único sonido que acompañaba al chisporroteo de la hoguera, haciendo ya un buen rato desde que apagaron los altavoces y dejándose envolver por la paz de esos sonidos más naturales.

—Juguemos a algo—propuso Eros, rompiendo la calma. Sophia tardó unos segundos en reaccionar, demasiado sumida en su caos interno como para reparar en las palabras de su interlocutor. Frunció el ceño y entrecerró los ojos, mirándolo por encima de las llamas—. Un «verdad o reto» diferente.

Eros se puso de pie y caminó hasta estar al lado de la rubia, sentándose en la toalla junto a ella pero evitando que sus cuerpos entrasen en contacto. Sabía bien que tocarla sin permiso podía desencadenar algo que no estaba dispuesto a hacerle pasar por más que dentro de él quedasen resquicios del daño que su desconfianza le había provocado.

—¿Contigo todo es un juego?

La pregunta de Sophia había dado más en el clavo de lo que ella pensaba, aunque lo cierto era que Sophia siempre meditaba sus palabras para que, cuando las disparase, no errasen el tiro.

Tal vez Eros llevaba el nombre, pero Sophia era la arquera que nunca fallaba en dar a la diana.

—Lo hace todo un poco más fácil—confesó, finalmente.

—También hace que nadie te tome en serio.

—Quizás es justo eso lo que busco, ¿no te parece?

—¿Por qué alguien iba a buscar que no se lo tomasen en serio? Es absurdo.

—Porque cuando lo hacen, quieren profundizar, ver más allá de lo que estás dispuesto a mostrar y cuando creen que todo lo que tienes para ofrecer son bromas y risas, prefieren quedarse en eso y nada más.

Sophia lo miró como si con sus ojos pudiese desentrañar la verdadera esencia de Eros y aunque nunca había sido de los que agachan la cabeza, en ese momento necesito apartar su mirada de la de ella. No quería —no podía— que Sophia supiese más de él de lo que debería.

—¿Cómo se juega? —preguntó ella después de unos minutos en los que no dejó de observarlo. Estaba abrazada a sus rodillas, con la cabeza apoyada en los huesos que le sobresalían gracias a la postura y la cerveza medio vacía colgando lánguida de una de sus manos. Su pelo rubio ondulado cayendo por su espalda como la manta más cálida del mundo y Eros no pudo evitar pensar en lo guapa que estaba cuando se retiraba la melena de la cara, cuando dejaba de ocultarse a plena vista.

—En realidad no tiene nada que ver con «verdad o reto». Es más bien que yo te digo una palabra y tú tienes que contestar lo primero que te viene a la mente.

—Es un juego peripatético.

Eros rodó los ojos pero no se dejó hundir por la apatía de Sophia, ni por su intento de demostrar que era más lista que él usando palabras complejas. Sabía que era una chica cuya vida le había impedido ser una niña durante mucho tiempo y por ello, quería ayudarla a dejarse ir. A soltar. A vibrar alto.

—No seas amargada, Leoncilla. Juega conmigo.

Esta vez fue Sophia quien rodó los ojos. Sin embargo, su gesto perdió todo el hastío al dibujarse en su rostro una pequeña sonrisa tímida. Apenas era perceptible pero cuando has pasado por un entrenamiento en el que cualquier mínimo detalle es crucial para tu supervivencia, te haces un experto en notarlo todo y para Eros, no pasó desapercibida.

The Grimmest DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora