eíkosi ennéa.

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—¡Joder!

—Aprende a conducir, Kike. —La voz de Phoebe se oyó alta y clara a través del walkie que el hombre llevaba instalado en el vehículo. Cambió de marchas, llevando al coche a una velocidad superior mientras observaba por el retrovisor la cara de pánico de las dos chicas que ahora eran su responsabilidad.

Estaban abrazadas entre sí, llorando desconsoladas y mirándolo todo con el terror desdibujando sus bonitas y redondeadas caras. Eran tan pequeñas...

Habían logrado su cometido gracias a Ariadna, que había pasado la información, pero Corona no iba a estar contento. No iba a estarlo y con motivos e incluso Kike, que no se consideraba un tipo especialmente inteligente, tenía que reconocer que aquello iba a empezar a resultarle sospechoso a su jefe.

Dos misiones arruinadas que incluían a los mismos corredores. Dos misiones en las que el enlace con Estados Unidos se convierte en alguien irrastreable.

Se preguntaba cuánto tiempo más conseguirían mantenerse con vida a ellos mismos y a las chicas. Cuánto tiempo más podrían mantener la mentira antes de que todo estallara por los aires. Cuánto tiempo tardarían en descubrir que esa mercancía que tanto apreciaban, ellos la liberaban en un nuevo lado de la frontera, donde gracias a Tego, terminaban sanas y salvas en un programa de protección.

Sospechaba que ese ni siquiera era su verdadero nombre pero Kike no iba a inmiscuirse de más siempre y cuando le dieran su parte del dinero. No se arriesgaba por nada y es que gracias a estas operaciones encubiertas, estaba amasando una buena cifra que lo ayudaría a desaparecer si es que Corona los descubría.

Se largaría tan lejos que nadie volvería a encontrarlo jamás.

—Señor—oyó que lo llamaba una de las dos niñas—. Señor, ¿dónde nos lleva?

—Os estamos poniendo a salvo—respondió—. A vosotras y a las demás.

—Es nuestro héroe—le dijo la otra y Kike podría decir que hasta llegó a sentir que el estómago se le encogía.

Siempre había visto a esas crías como un medio para un fin, nada más. Totalmente desconectado de ellas, no las veía como personas porque nunca se había molestado en mediar una sola palabra con ninguna pero ahora, estas dos lo veían como algo que no era y aunque no era su estilo, una punzada de arrepentimiento lo atravesó.

—En la siguiente salida —indicó Tego a través del walkie y Kike volvió al momento que vivía. De nada servía arrepentirse de lo hecho.

Unos minutos después, estaba parado en mitad de la nada una vez más, con unos cuantos coches a su alrededor y su extraño equipo haciéndole compañía. Mantuvieron silencio, escuchando tan solo los sollozos de alguna de las niñas hasta que el ruido de neumáticos pesados llenó el ambiente. La grava crujió bajo el peso del furgón que acababa de llegar.

Las puertas delanteras se abrieron y de la cabina bajó un chico bastante joven con el pelo largo y castaño. Tenía los ojos marrones y la boca ancha y carnosa. Su mirada buscó entre los presentes y cuando se encontró con Tego, esbozó una sonrisa.

—Me cago en la puta, hermano, ¡cuánto tiempo sin verte! —dijo, echando a andar hacia Tego, que lo recibió con un abrazo intenso. Se separaron y se quedaron con las manos en los brazos del otro.

—¿Dónde está el jefe? —preguntó.

—Las cosas se están complicando en la ciudad y ha tenido que venir al rescate el equipo B.

El otro hombre que lo acompañaba sería unos diez centímetros más alto, casi tanto como Tego y su cabello era del mismo tono que el del primer hombre que descendió del camión. Tenía los ojos claros y un gesto bondadoso en el rostro. Se acercó hasta ellos pero él no abrazó a Tego, tan solo le puso una mano en la parte posterior del cuello y apretó sutilmente, como gesto de saludo.

The Grimmest DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora