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Siempre había sido una niña curiosa, eso era algo indiscutible para todo su entorno.

En su décimo cumpleaños, su tía Phoebe le había comprado un juego de mesa que consistía en investigar quién había cometido un asesinato, en qué lugar y con qué arma y Sophia había jugado con todo aquel que cedió ante sus plegarias.

No es que el juego fuese el más adecuado para una niña de su edad, pero Sophia sabía que su Tata Phoebe la consideraba preparada para eso y más. Desde que tenía uso de razón, la había tratado de manera adulta, nunca le había hablado con ese tono estúpido que los adultos usan con los bebés, como si hacerse imbéciles ante sus ojos los fuese hacer aprender las cosas más rápido.

Cuando Victoria y Cordelia se marcharon, siendo las últimas en la celebración del cumpleaños, Sophia aún quería seguir jugando al Cluedo por lo que fue en busca de su adorada tía para que juntas, comenzaran una nueva partida. Sophia tenía la certeza absoluta de que Phoebe no le negaría una ronda más. No a ella, desde luego, que era la niña de sus ojos.

Recorrió los pasillos de su casa, que estaba en inquietante silencio y un alarido que llegó a sus oídos desde la cocina le puso los vellos de punta. No sabía por qué, no había visto nada y ese chillido podía ser por cualquier cosa pero el tinte de desespero que desprendía el aullido, era imposible de ignorar a pesar de que ella quería hacerlo con todas sus fuerzas.

A pesar del miedo que sentía, su mirada estaba clavada en el final del pasillo, en la puerta que llevaba a la cocina. ¿Debería aventurarse? ¿Y si ocurría algo de gravedad? Decidió que las dudas no podían quedarse sin respuesta y avanzó poco a poco, poniendo un pie delante del otro en una caminata lenta y cuidadosa, temerosa.

Los gritos se escucharon cada vez con más fuerza y a esa voz femenina, que ahora de cerca podía reconocer como la de tía Phoebe, le siguió la temible de su padre.

Él no gritaba. Nunca lo había hecho.

Blane Callahan hablaba y su tonalidad ronca era suficiente para hacerse escuchar. Era suficiente para conseguir que los que estaban a su alrededor se esforzaran por escuchar lo que él tenía que decir.

La vibración de su voz grave la hizo temblar. No discernía lo que decía a través de la puerta y con los chillidos de Tata Phoebe sonando por encima en un canto desesperado e inteligible pero lo que escuchaba era suficiente para aterrarla.

Continuó el camino, llegando hasta la puerta y, armándose del valor que había podido ir perdiendo en el transcurso de su paseo, abrió la hoja. Sus ojos azules no eran capaces de asimilar la situación que se estaba dando frente a ella, con Tata Phoebe tirada en el suelo desnuda de cintura hacia arriba y con rojeces salpicando su piel de porcelana.

Su largo pelo rubio estaba extendido en las baldosas blancas de la cocina y sus ojos azules, tan similares a los de Sophia, abiertos y clavados en el techo, llenos de humedad.

Su padre tenía las manos metidas en la cinturilla de los vaqueros de su tía y tiraba sin piedad de la tela, ansiando quebrarla.

Era una niña aún pero sus ojos infantiles habían leído lo suficiente como para saber que lo que estaba sucediendo allí, era obra de una bestia.

El par de adultos no se percató de su presencia, concentrados cada uno en sus plegarias correspondientes; uno preso del deseo y la otra rogando por la salvación. Sophia ojeó la cocina y cuando vislumbró el jarrón lleno de flores del árbol frangipani, su mente dibujó un nuevo tablero de ese juego de mesa que su tata le había regalado.

Fue hasta allí, intentando que sus oídos dejasen de escuchar los sollozos desesperados de Phoebe o los gruñidos viriles de su padre. Cogió las flores por el tallo y las sacó del jarrón de un tirón, agarrando la porcelana con la mano. Caminó con el paso más firme que tenía, mientras se preguntaba si iría a la cárcel y nunca más vería a Deli y Tor.

The Grimmest DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora