saránta éna.

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—Nos vamos de aquí.

La voz de Kymani resonó por la mazmorra como si hubiese hablado a través de un megáfono. Ninguna de las chicas lo había oído nunca hablar de una manera tan estoica, tan seguro de sí mismo y aunque sorprendidas, se acercaron veloces a los barrotes de sus celdas.

Austin —el guardia que normalmente hacía sus rondas con Héctor— se plantó frente a Kymani y le puso una mano en el pecho, frenando su avance.

—A Thawke no le va a gustar este comportamiento.

—Me importa una mierda tu Thawke y te advierto que si no me quitas la mano de encima, a partir de hoy te podrás beneficiar de una ayuda por minusvalía.

—¿Me estás amenazando?

—¡Joder! —se escuchó una nueva voz en el lugar—. Cualquiera diría que tiene un mono con platillos en el cerebro. ¡Claro que era una amenaza, tío! Te está diciendo que te va a dejar manco.

—Daemon—saludó Kymani, sin dejar de mirar a Austin.

—Señoritas, nos vamos de paseo. 

El recién llegado avanzó hasta la pared de donde colgaban las llaves de las celdas que mantenían prisioneras a las chicas y raudo, estuvo delante de las puertas, abriéndolas y dejando libre el paso para que ellas, poco a poco, saliesen por su propio pie.

No quería avasallarlas, entrar en el cubículo y sacarlas de un tirón, haciendo más mal que bien a sus ya inestables mentes por lo que tendrían que aceptar el ritmo de cada una de ellas.

Austin gruñó varias veces pero Kymani y Daemon lo ignoraron, viendo como algunas de las prisioneras se ayudaban entre sí para por fin, abandonar el infierno al que habían sido sometidas durante más tiempo de la cuenta.

Daemon las guio por el largo pasillo hasta donde Erjon esperaba con paciencia, junto a una puerta mucho más refinada que la que cerraba la mazmorra. Estaba claro que esa puerta conectaba con algún lugar de mayor prestigio y que era necesario que mantuviese las apariencias.

Al atravesar dicha puerta, se encontraban con una casa de gran tamaño y una mujer menuda y temblorosa envuelta en una gran chaqueta de lana que, igual que Erjon, esperaba junto a otra puerta que esta vez, no daba a otro lugar más que a la calle.

—Vamos, no sé cuánto tiempo tenemos—instó la mujer y las chicas fueron avanzando hasta que estuvieron de nuevo bajo el cielo oscuro iluminado por las pocas estrellas que la contaminación de Filadelfia permitía vislumbrar.

Allí, un gran autobús estaba aparcado. Oscuro y con los vidrios tintados, daba la impresión de ser una bestia salida del bosque más que un vehículo y ninguna de ellas se atrevió a avanzar hasta allí hasta que una chica de cabello castaño y ojos grandes y claros descendió de él.

—Sé que estáis aterrorizadas pero hemos venido a poneros a salvo—les dijo, acercándose a ellas seguida de otra chica de rasgos similares, aunque más alta que ella.

—Os llevaremos a un lugar seguro—añadió esta.

Subieron poco a poco al autobús, siendo ayudadas por un chico al que las desconocidas habían llamado Tim. Tras el volante, se encontraba otro hombre que ni siquiera les dedicó una segunda mirada mientras ellas subían y se sentaban.

—Esa era la última—dijo Kymani llegando hasta Erjon, que asintió.

—¿Y Daemon?

—Dejándole a Austin un recado.

—Le está dando una paliza.

—Le está dando una paliza.

—No tenemos tiempo para esto—gruñó el rubio y Kymani se encogió de hombros.

The Grimmest DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora