triánta ennéa.

91 6 115
                                    

—Tengo que irme.

Las palabras de Sophia cayeron como un jarro de agua fría sobre Eros, que estaba descansando sobre la cama doble de la habitación que Harvey les había asignado. Intentó incorporarse y su herida se quejó, haciéndolo gemir. Vio como Sophia se acercaba a él y lo ayudaba a tumbarse de nuevo, pasando sus dedos por su cabello desordenado como ya era una costumbre en ella.

—No vas a ir a ningún sitio sin mí—respondió él después de suspirar, cerrando los ojos y dejando caer la cabeza contra la mullida almohada.

—Tú no puedes moverte y yo tengo... —empezó Sophia, arrepintiéndose de hablar en cuanto Eros frunció el ceño y clavó sus orbes en ella—. Tengo que irme.

—Me quisiera disculpar de antemano por lo que va a salir por mi boca pero te prohíbo que te muevas de esta casa—soltó y Sophia lo miró alzando las cejas—. Ya, sí, tú eres la chica super poderosa y nadie manda sobre ti, bla, bla, y no quiero mandarte pero Clemente ha intentado matarnos hace ¿qué? ¿Un día? ¿Quién te dice a ti que no tiene a un sinfín de hombres buscándonos? Buscándote. No me voy a arriesgar.

—Clemente está bajo custodia y no creo que haya compartido su vergüenza más grande con alguien más que los dos tíos esos que son tus aliados así que estoy a salvo—respondió ella—. Y aunque no fuera así, nunca me he escondido de nada, Eros. No voy a empezar ahora.

—Soph...

—No, Eros. Mi padre está todavía por ahí vendiendo chicas y no puedo quedarme de brazos cruzados aquí viendo el atardecer.

—¿Necesitas que te lo suplique? Porque si es así, me arrodillo y lo hago.

—No lo hagas más difícil, por favor...

—¡ eres quien lo está haciendo difícil! No quiero perderte, ¿no te das cuenta? Me da pánico pensar en lo que te pueden hacer—exclamó, incorporándose a pesar del dolor que le atravesaba—. Siento que se me paraliza el cuerpo completo ante el terror tan crudo que me llena ante la posibilidad de perderte.

—¿Crees que yo no temo por ti? —preguntó ella, pasándose las manos por el pelo con desesperación—. Por todos, pero sobre todo por ti y es por eso que quiero que te quedes aquí donde estás protegido por Harvey y todos esos armarios empotrados que tiene por soldados.

—Son mercenarios, no soldados.

—¿Tienes que corregirme cada vez que hable?

—Perdóname. Sigue hablando sobre cómo te preocupa mi seguridad, me estaba gustando.

Sophia sonrió sin poder evitarlo. Era un idiota pero era suyo y estaba completamente enamorada de él.

—Te quiero—le dijo, sin pensarlo. Eros la miró y sus ojos se ablandaron, brillando relucientes.

—Y yo a ti, te quiero tanto como Cal a tu tía.

—¿Tú también te has dado cuenta? —preguntó Sophia, dejándose caer en la cama y pasando su brazo por el cuello de Eros, moviendo con cuidado su cuerpo para colocarlo contra su pecho. Eros se relajó contra ella.

—Es imposible no notarlo, Leoncilla—respondió—. Y ella, por más que se haga la dura, también está enamorada de él. Me recuerdan a alguien.

—¿A quién? —cuestionó la chica, frunciendo el ceño. Eros bufó.

—¿Es en serio?

—Sí. Si no, no te preguntaría. No te hace falta que te acaricie más el ego, amor.

—A nosotros—se rio Eros—. Me recuerdan a nosotros. Pero más feos.

—No nos parecemos en nada.

The Grimmest DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora