4. ME GUSTAN LAS COSAS BIEN HECHAS

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—Pase. 

Se escucha una voz masculina de dentro. Acabo de terminar de almorzar y me encuentro en el despacho del señor Woods. 

—Cierre la puerta. 

La cierro despacio y rezo de que todo vaya muy bien y que no cometa algún que otro fallo. 

—Siéntese.

Me siento, y a la vez miro a mi alrededor con curiosidad. Es la típica oficina de catedrático, con muchos libros, es más,  hay hasta un globo terráqueo. Y es raro. Observo también un habitáculo a la derecha del despacho, donde hay un sofá, una ventana amplia, y no estoy muy segura, pero hay hasta una botella de whiskey con cuatro vasos ¿Es que se puede beber en la universidad? Cuando vuelvo a mirar en dirección al señor Woods, noto que en la pared que hay encima de su cabeza reposan varios diplomas enmarcados, todos a su nombre. 

—¿Qué le parece el despacho? —pregunta al ver la manera en la que escaneo "sus aposentos".

—Realmente... imponente —musito. 

En general las oficinas de los demás profesores en las que había estado son más "normalitas". Claramente, el señor Woods es una estrella de Harvard y lo están consintiendo. 

—Bueno, pasemos a lo nuestro. Como bien sabe, gran parte de mi labor es dedicarme a la investigación. Ahora mismo estoy escribiendo un libro que voy a intitular "Binomio rentabilidad-riesgo", y me parece que usted es la más adecuada para encargarse de este trabajo. Tendrá reconocimiento público por mi parte, al igual que su calificación en Finanzas aumentará de manera considerable si desempeña bien su trabajo. 

—Me parece estupendo. Debo agradecerle por esta oportunidad. 

—Sígame — se levanta y al mismo tiempo me está haciendo una señal con la mano. Yo también lo hago y cuando me quiero mover, no me doy cuenta y piso encima de la pata de su escritorio estilo victoriano. Entonces, mi cuerpo se desequilibra pero afortunadamente, él me sujeta del brazo para no caerme. 

—Tenga cuidado —dice con cautela, mientras que sus facciones siguen igual de duras. 

Este hombre parece de acero, así es de duro. Y más duros son mis pezones ahora mismo. Mis pechos son muy grande y por esa razón uso sujetadores sin relleno, de aquellos de tela fina. Para mi sorpresa y vergüenza, noto que mis pezones abultados quedan marcados a través de mi vestido. Y no lo estoy notando yo nada más, sino él también, porque mira hacia abajo y no es precisamente mi cara. El profesor no dice nada más, solo carraspea y camina delante de mí. 

—Señorita Vega, aquí trabajará usted — me indica una mesa que pega a la ventana, con una silla que parece cómoda y unos archivadores. La mesa está enfrente de su imponente escritorio. 

—Perfecto. 

—¿Quiere usted una copa? —pregunta y se echa dos dedos de whiskey en un vaso, el cual bebe de un trago. 

—No... acostumbro beber. Y menos en la universidad. 

—Su jornada ha terminado hace más de una hora. 

—No, gracias —recalco convencida. 

Dios mío, eso me faltaría, beber alcohol.

—De acuerdo. 

—Entonces si está disponible, me haría falta que me hiciera un favor, y en media hora así habrá terminado y se podrá ir a la casa. 

—Sí, por supuesto —contesto mientras que me siento en la silla de mi mesa. 

—Aquí tiene una lista de correos, necesito que mande usted los informes que tiene en este pen a estos correos. Se presenta y les dice que envía los informes a mi nombre. Así también hará contactos. 

El ProfesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora