16. AZUL OCÉANO

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Una tenue luz está penetrando a través del fino cristal de mi habitación, y se escuchan unas risas en la habitación de al lado. Las ruidosas voces hacen que despierte y empiezo a moverme en la cama inquieta. Esto es lo que más odio de las residencias, en el fondo. Hoy es viernes, y hay compañeros míos que han estado divirtiéndose toda la noche. En la universidad es así. Todas las noches representan una oportunidad para juntarse en la casa de alguna fraternidad y ponerse pedo hasta las tantas de la madrugada. Alcohol, drogas, sexo y rock and roll.  Y Harvard no va a ser diferente. 

El estruendo de unos cristales rompiéndose en el cuarto de al lado, hacen que aparte mi edredón y me levante de la cama adormilada. La alarma todavía no ha sonado, eso quiere decir que son menos de las 8:15, y Berta no está. ¡Qué raro en ella! Ha ido a clases. Sonrío complacida y pienso que cuando quiere, puede ser muy responsable. En general, yo soy la que la suelo despertar y tirar de ella. 

Escucho unos gemidos  y levanto una ceja. Sí, que se lo están montando bien los vecinos de al lado. Además, escucho varias voces, una de mujer y sin duda son dos voces de hombre ¿o tres? Entre gemido y gemido me pongo de mal humor y desganada, me pongo de pie y doy unos golpes en la pared que hay en la cabecera de la cama, con rabia. 

—¿No sabéis que son las ocho de la mañana, joder? ¡La gente está durmiendo! —y vuelvo a golpear esa pared muy tenaz. 

Interrumpo los gemidos. Me han escuchado, y eso es porque las paredes son básicamente papel de fumar, tan finas son. 

—¡Métete en tus asuntos niña! —escucho una voz varonil impetuosa. 

Y aquellos ruidos de sexo puro y duro se vuelven a escuchar. Vuelvo a golpear aquella pared blanca, agrietada, y estoy con ganas de demolerla. Pues sí que estoy muy encabronada por las mañanas. 

De nuevo silencio y tras unos segundos, vuelvo a escuchar una voz, pero diferente de la del hombre de antes. 

—¡Para ya, amargada! ¿O es que necesitas un meneo? 

—¡Idiota! ¡Tu cara sí que necesita un meneo! —grito demasiado turbada por la situación y estoy deseando darle dos puñetazos en toda la cara a aquel juerguista.  

—¡Chica, tú lo que necesitas es que te la metan! —vocifera la primera voz—. ¡Vente para acá y te tranquilizamos! 

Y empiezo a escuchar unas carcajadas horribles a través de la pared. Despego mi oído de aquella pared un poco humillada y le doy una patada a mi almohada enfurecida. Esta cae sobre el suelo de parqué de la habitación.

—¡Imbéciles! —grito al mismo tiempo a todo pulmón. Para que me escuchen. 

¡Mierda! Estoy aquí discutiendo con unos idiotas, cuando lo que debería hacer es ducharme y prepararme para el vuelo. Queda ya menos de una hora hasta la hora de quedada. 

¿Tan obvio es que necesito que me la metan? Una verdad tan grande como un templo. O como el miembro del profesor. Mi mente no puede borrar la imagen de aquel inmenso y erecto falo que se asomaba por el cierre de su pantalón de traje en su despacho... aquel fatídico día.  

Verdaderamente, no sé qué me está ocurriendo esta mañana, pero se me ha ido la cabeza totalmente y lo achaco a mis jodidos nervios. Mientras que intento encontrar la razón, me acerco al mueble de cocina y me doy cuenta de que Berta me ha hecho café, y al lado hay una nota "¡Pásalo bien EX-santurrona! A la vuelta nos vemos. Te quiero". 

¡Bert es un amor! 

Le doy un sorbo al café, cojo un trozo de pan y caigo en la cuenta de que me queda media hora. Y los malditos gritos de placer de la habitación de al lado no cesan.

El ProfesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora