2. EL PROFESOR WOODS, UN DIOS GRIEGO

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Los rayos de la luz cegadora de la mañana penetran a través de la fina tela de las cortinas de un color semioscuro. El murmullo del flujo de estudiantes del campus se oye con nitidez y sería imposible para cualquier mortal seguir en la cama. Esto de despertarse el primer día del curso no es precisamente mi fuerte después de un largo verano, por lo tanto me estiro con pereza y a continuación me pregunto cuánto quedará hasta que el despertador haga acto de presencia.

Extiendo la mano hacia la mesita de noche y veo que quedan solamente cinco minutos hasta la hora fijada. Siempre me pasa lo mismo, despierto antes de que el despertador lo haga, aunque luego no me lleve muy bien con la puntualidad.

Tras aquellas típicas cosas rutinarias de por la mañana, tipo cepillarte los dientes y manchar el lavabo entero, entrar en el servicio al menos dos veces e ir con prisas porque se te están quemando las tostadas, consigo alistarme y saltar encima de Bert, que todavía sigue en la cama. No muy inusual por su parte.

—Berta —La llamo y la fijo con mi vista— ¡Se te van a enfriar las tostadas!

Mi amiga está lascivamente tendida sobre la cama, con la fresca sábana tapándole hasta las orejas e incluso me da la impresión de que está inmersa en un sueño placentero.

—¡Berta! —insisto y me inclino sobre ella—. Es la hora.

Me froto los ojos y tiro de la sábana, odiándola con amor de que a veces me parezca más a su madre que a su amiga y compañera de habitación.

—Uffff... —Se queja— ¡Voy ya!—articula con voz borracha y casi derrumba el despertador que yace en la mesita que se encuentra en medio de nuestras camas.

No me sorprende cuando veo que vuelve a taparse con la dichosa sábana hasta la coronilla.

—Es temprano, unos minutos más... —Suspira.

Pongo los ojos en blanco. Ya empezamos.

—¿Cómo que temprano?¡Te estoy llamando por enésima vez! —regaño a mi amiga enseguida—No creo que quieras empezar el primer día tardando.

Tras soltarle mi discurso de chica responsable y puntual —lo soy más que ella—, me alejo hacia la diminuta cocina, a solo dos pasos. Nuestro apartamento del campus es básicamente una habitación con un rincón que es lo más parecido a una cocina, amplios armarios y un cuarto de baño. Nada espectacular, de hecho, lo más asequible que pudimos reservar.

—Vale, ¡tú ganas! —dice dormida y, tras dignarse en levantarse, se me acerca bostezando.

Roberta se sienta en la silla con cara adormecida y cabello revuelto, mueve su silla para colocarse a mi lado y me mira extrañada desde la cabeza a los pies.

—Dios mío Lyn, ¡estás hasta vestida y todo! —Mueve la cucharilla en su taza de café.

—¿Qué quieres, que espere el fin del mundo para vestirme? —contesto con brusquedad, mientras que le doy un sorbo a mi café con leche fría —. Queda nada más que media hora para que empiecen las clases.

—Pero si tardamos menos de cinco minutos, Lyn... ¡La universidad está enfrente! —Frunce el ceño mientras le da un mordisco a su tostada, previamente preparada por mi.

—¡Dáte prisa, porfis! Todavía te queda vestirte —le recuerdo.

¡Dios mío, dame paciencia!, pienso angustiada.

Me podría dar las gracias, al menos. El carácter de Berta por la mañana hace que me entren unas terribles ganas de patearle ese trasero tan bonito que tiene. Aún así, me muerdo la lengua y permanezco callada por tal de no fastidiarla a primera hora de la mañana. No cabe duda de que necesito conservar mis energías para lo que me venga encima con las nuevas clases, que no es poco.

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