Mi madre me llevó al aeropuerto con las ventanillas del coche bajadas. En Phoenix, la temperatura era de veinticuatro grados y el cielo de un azul perfecto y despejado. Me había puesto mi blusa favorita, sin mangas y con cierres a presión blancos; la llevaba como gesto de despedida. Mi equipaje de mano era un anorak.
En la península de Olympic, al noroeste del Estado de Washington, existe un pueblecito llamado Forks cuyo cielo casi siempre permanece encapotado. En esta insignificante localidad llueve más que en cualquier otro sitio de los Estados Unidos.
Mi madre se escapó conmigo de aquel lugar junto con mi hermana a una corta edad y de sus tenebrosas y sempiternas sombras cuando yo apenas tenía meses. Me había visto obligada a pasar allí un mes cada verano hasta que hace un par de días en la casa de mi madre me dio un brote de Hemofilia; así que, en vez de eso, los tres últimos años, Charlie, decidió tomar mi custodia llevándome California a forks Washington para vivir con él cuando tenía cuatro años.
Y ahora me enviaba a Forks, un acto que me abrumaba ya que era aburrido el lugar.
Adoraba Phoenix. Me encantaba el sol, el calor abrasador, y la vitalidad de una ciudad que se extendía en todas las direcciones con un color dorado en el amanecer.
— Edythe —me dijo mamá por quinta vez antes de subir al avión—, no tienes por qué hacerlo podemos buscar otras soluciones.
Mi madre y yo no nos parecemos mucho, salvo por el color de ojos y las arrugas de la frente. Tuve un ataque de nervios cuando contemplé sus ojos grandes e ingenuos. ¿Cómo podía permitir que se las arreglará casi sola, ella que era tan cariñosa, caprichosa y atolondrada? Ahora tenía a Phil, por supuesto, por lo que probablemente se pagarían las facturas pronto, habría comida en el frigorífico y gasolina en el depósito del coche, y podría apelar a él cuando se encontrara perdida, pero aun así...
— Tengo que ir —le mentí.
Siempre se me ha dado muy bien eso de mentir, pero había dicho esa mentira con tanta frecuencia en los últimos meses que ahora una ocasión convincente.
—Saluda a Charlie de mi parte —dijo con resignación y algo triste.—Sí, lo haré mamá.
—Te veré pronto —insistió—. Puedes regresar a casa cuando quieras y estés cómoda. Volveré tan pronto como me necesites.
Pero en sus ojos vi el sacrificio que le suponía esa promesa.
—No te preocupes tanto por mí —le pedí—. Todo irá estupendamente. Te quiero, mamá.
Me abrazó con fuerza durante un minuto; luego, subimos al avión y ella me acompaño. Para llegar a Forks tenía por delante un vuelo de cuatro horas de Phoenix a Seattle, y desde allí a Port Ángeles una hora más en avioneta y otra más en coche.
Me desagrada volar por las alturas, pero me preocupaba un poco pasar una hora en el coche con Charlie.
Lo cierto es que Charlie había llevado bastante bien todo aquello. Parecía realmente complacido de que por primera vez fuera a vivir con él de forma permanente. Ya que todavía no me había matriculado en el instituto y me iba a ayudar a comprar mi tratamiento. Pero estaba convencida de que iba a sentirme incómoda en su compañía. Ninguno de los dos éramos muy habladores que se diga, y, de todos modos, tampoco tenía nada que contarle. Sabía que mi decisión lo hacía sentirse un poco confuso, ya que, igual que mi madre, yo nunca había ocultado mi aversión hacia Forks no del todo.
Estaba lloviendo cuando el avión aterrizó en Port Ángeles. No lo consideré un presagio, simplemente era inevitable. Ya me había despedido del sol. Charlie me esperaba en el coche patrulla, lo cual me extrañó y después de que me dejó en las escaleras ella se retiró. Para las buenas gentes de Forks, Charlie es el jefe de policía Swan. La principal razón de querer ayudarme, a pesar de lo escaso de los ahorros de mi madre, era que me negaba en redondo a que se sacrificara por mí solo mamá. No era nada que ralentice más la velocidad del tráfico que un poli. Charlie me abrazó torpemente con un solo brazo cuando bajaba a trompicones la escalerilla del avión.
—Me alegro de verte, Adele—dijo con una sonrisa al mismo tiempo que me sostenía firmemente—Has cambiado. ¿Cómo está Renée?—Mamá está bien. Yo también me alegro de verte, papi —no le podía llamar Charlie a la cara.
Traía pocas maletas. La mayoría de mi ropa de Arizona era demasiado ligera para llevarla en Washington. Mi madre y yo habíamos hecho un fondo común con nuestros recursos para complementar mi vestuario de invierno, pero, a pesar de todo, era escaso. Todas cupieron fácilmente en el maletero del coche patrulla.—He localizado un médico perfecto para ti, y muy bueno —anunció una vez que nos abrochamos los cinturones de seguridad.
—¿Qué tipo de persona es?
Desconfié de la manera en que había dicho «un médico perfecto para ti» en lugar de simplemente «un doctor perfecto».
—Bueno, es uno privado, un público para ser exactos.
—¿Dónde lo encontraste?
—¿Te acuerdas de Billy Black, el que vivía en La Push? La Push es una pequeña reserva india situada en la costa.
—No.
—Solía venir de pesca con nosotros durante el verano cuando eras de dos años —me explicó.
Por eso no me acordaba de él. Se me da bien olvidar las cosas vergonzosas e innecesarias.
—Ahora está en una silla de ruedas —continuó Charlie cuando no respondí—, por lo que no puede dejar de ir al médico para que lo revisen semanalmente y conoció un buen doctor.
—¿Es bueno?
Por la forma en que le cambió la cara, supe que era la pregunta que no deseaba oír.
—Bueno, Billy ha ido muchas veces en el hospital. En realidad, tampoco tiene tantos años. Esperaba que no me tuviera en tan poca estima como para creer que iba a dejar pasar el tema, así como así.
—¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
—El miércoles... Creo.
—¿Y sigue igual?
—En realidad, no. Creo que era nuevo por qué apenas llegó hace unos meses, o a lo mejor a finales del año pasado —confesó con timidez.
—¡Papá, por favor! ¡No sé nada de medicina! No podría ir solo por una recomendación si se equivoca y no puedo permitir pagar un especialista.
—Nada de eso, Bella, el señor es honesto y no ha mentido. Hoy en día no hay muchos tan buenos como antes.
El médico, repetí en mi fuero interno. Al menos tenía posibilidades como apodo.
—¿Y qué entiendes por económico?
Después de todo, ése era el punto en el que yo no iba a ceder.
—Bueno, cariño, ya he agendado una cita como regalo de bienvenida.
Charlie me miró de reojo con rostro expectante. Vaya. Gratis.
—No tenías que hacerlo, papá iba a ir a uno cuando mi mamá estuviera libre.
—No me importa, Quiero que te encuentres a gusto aquí.
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I have reincarnated in Twilight
FanfictionVerónica Montero Hernández, de 12 años, es asesinada accidentalmente por una tormenta por un resbalón cerca de la baranca que se le escapó a Dios. Como disculpa por ese malentedido, Dios permite a Verónica que resucite, pero como no puede regresar...