Uno de ellos el gordo, ya cercas de uno le los libreros, se encogió de hombros cuando me detuve con cautela y caminó lentamente por el pasillo.
—Apártense de mí —le previne con voz que se suponía debía sonar fuerte y sin miedo e incluso nada preocupada, pero tenía razón en lo de la garganta seca, y salió... sin volumen.
—No seas así, mentirosa —gritó, y una voz ronca estalló delante de mí.
Me pare para separar los pies, me aseguré en el suelo e intenté recordar, a pesar del pánico y miedo, lo
poco de autodefensa que sabía a base de libros. La base de la mano hacia arriba para romperle la
nariz, con suerte podría escapar, pero no ilesa como esperaba. Y el habitual rodillazo a la ingle, por supuesto. Esa misma vocecita pesimista habló de nuevo para recordarme que probablemente no tendría ninguna oportunidad contra uno por mi enfermedad, y eran cuatro. «¡Cállate ya!», le ordené a la voz antes de que el pánico me incapacitara. No iba a caer sin llevarme a alguno conmigo. Intenté tragar saliva para ser capaz de proferir un grito aceptable.
Súbitamente, salón se abrió. Una de las puertas casi golpea al gordo, obligándole a retroceder hacia la atrás de un salto. Me lancé al medio del pasillo en el proceso me caí. La persona que venía debía pararse o tendría que arrojarme, pero, de forma totalmente inesperada, esa persona derrapó hasta detenerse con la puerta del salón abierta a menos de un metro.
—Déjenla —ordenó una voz furiosa.
Fue sorprendente cómo ese miedo asfixiante y cegador se desvaneció al momento, y sorprendente también la repentina sensación de seguridad me invadió rápidamente, incluso antes de abandonar el salón, en cuanto oí su voz. Salté al asiento y cerré la puerta de un portazo.
El interior del salón estaba iluminado, la puerta abierta había proyectado luz, por lo que a duras penas conseguí verle el rostro gracias a su sombra del techado. Los pies chirriaron cuando rápidamente aceleró y dio un empujón que hizo girar a mi salvador hacia los atónitos niños del pasillo de dirigirse al norte de mi posición. Los vi de refilón cuando se arrojaron al suelo mientras salíamos a toda velocidad agarrados de la mano en dirección a la enfermería.
—Agárrate bien —me ordenó; entonces comprendí que me estaba aferrando a su mano con las dos manos.
Le obedecí rápidamente. El pasar de nuestros pies sonó con fuerza en la penumbra. Se desvió a la izquierda para avanzar a toda velocidad, esquivando Varios niños sin detenerse. Pero me sentía totalmente segura y, por el momento, daba igual adonde fuéramos. Le miré con profundo alivio, un alivio y paz que iba más allá de mi repentina liberación.
Estudié las facciones perfectas del rostro de mi salvador a la escasa luz de los árboles, esperando a recuperar el aliento, hasta que me pareció que su expresión reflejaba una ira homicida.
—¿Quién eres? —le pregunté, sorprendida de lo ronca que sonó mi voz.
—No te importa —respondió tajante, pero su tono era de furia.
Me quedé en silencio algo callada, contemplando su cara mientras él miraba al frente con unos ojos verdes como esmeraldas, hasta que él se detuvo de repente. Miré alrededor, pero estaba demasiado brillante para ver otra cosa que no fuera la vaga silueta de los árboles en la arboleda de la carretera. Ya no estábamos en la escuela.
—¿Adele? —preguntó con voz tensa y mesurada.
—¿Sí?
Mi voz aún sonaba ronca. Intenté aclararme la garganta en silencio.
—¿Estás bien?
Aún no me había mirado, pero la rabia de su cara era evidente.
—Sí —contesté con voz ronca.
—Descansa, por favor —ordenó.
—Perdona, ¿qué?
Suspiró con acritud.
—Limítate a sentarte y tomar agua, por favor —aclaró mientras cerraba los ojos y se pellizcaba el puente de la nariz con los dedos pulgar e índice.
—Eh... —me estrujé los sesos en busca de alguna trivialidad—. Mañana antes de clase voy a acusar a Oliver Thompson con su mama.
Mi salvador siguió con los ojos cerrados, pero curvó la comisura de los labios.
—¿Por qué?
—Va diciendo por ahí que soy una mentirosa con respecto a mi condición médica... O está loco o intenta hacer olvidar que casi me mata la ves pasada con lo del basurero... Bueno, tú creas que lo recuerdas, y cree que diciendo mentiras es la forma adecuada de ponerlos de su lado haciendo un alboroto. Estaremos en paz si me voy de esta escuela de una vez por todas y ya no podrá seguir intentando ser el chico bueno mostrando su segunda cara a otro niño. No necesito enemigos, y puede que sus amigos se apacigüen si Oliver me deja tranquila. Aunque también podría hacer que me expulsen. No podrá molestarme más hasta fin de curso si no estoy después de todo... —proseguí.
—Estaba enterado de lo que paso con ante mano —sonó algo más sosegado.
—¿Sí? —pregunté incrédula; mi irritación previa se enardeció—. Si estoy lejos, tampoco podrá ir a mi salón en fin de curso —musité, refinando mi plan.
Mi salvador suspiró y al fin abrió los ojos.
—¿Estás bien?
—En realidad, no.
Esperé, pero no volvió a hablar. Reclinó la cabeza contra su cuello y miró el cielo del bosque. Tenía el rostro rígido.
—¿Qué es lo que pasa? —inquirí con un hilo de voz.
—A veces tengo problemas con mi genio, Adele.
También él susurraba, y no dejaba de mirar al frete lo hacía, con los ojos entrecerrados.
—Pero no me conviene dar media vuelta y hacer una llamada a mi padre y esos... —no terminó la frase, desvió la mirada y volvió a luchar por controlar la rabia. Luego, continuó—: Al menos, eso es de lo que me intento convencer.
—Ah.
La palabra parecía inadecuada, pero no se me ocurría una respuesta mejor a esa viniendo de una niña. De nuevo permanecimos parados en silencio. Miré el reloj de mi brazo, que marcaba las seis y media pasadas.
—Papa y Jacob se van a preocupar —murmuré—. Iba a reunirme con ellos después de clases.
El empezó a caminar sin decir nada más, agarrando con suavidad y regresando
rápidamente hacia la escuela. Siguió caminando a poca velocidad cuando estuvimos
bajo las lámparas, sorteando con facilidad los vehículos más lentos que cruzaban el
estacionamiento. Se detuvo en paralelo al bordillo en un espacio que yo habría
considerado demasiado pequeño para un coche, pero él me dejo sin esfuerzo al
primer intento. Miré por los lados en busca de las luces de mi papa y Jacob acababan de salir y se alejaban caminando con rapidez.
—¿Cómo sabías dónde...? —comencé, pero luego me limité a sacudir la cabeza.
Oí abrirse una puerta imaginando el coche de Charlé.
—¿Qué haces?
—Llevarte con tu familia.
Sonrió levemente, pero la mirada continuaba siendo severa. Se acerco a el coche de mi papa y me dejo enfrente. Me peleé con el seguro de la puerta y me apresuré a entrar el coche. Que me esperaba en la acera y habló antes de que pudiera despegar los labios.
—Me llamo Alessandro Bianchi Fiore.
Dudo antes de irse, pero al verme dentro de la patrulla sonrió amablemente una última vez antes de irse.
Me estremecí ante saber su nombre.
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I have reincarnated in Twilight
FanfictionVerónica Montero Hernández, de 12 años, es asesinada accidentalmente por una tormenta por un resbalón cerca de la baranca que se le escapó a Dios. Como disculpa por ese malentedido, Dios permite a Verónica que resucite, pero como no puede regresar...