Bosque.

340 16 0
                                    


Charlie mantenía la vista fija en la carretera mientras hablaba. Se sentía incómodo al expresar sus emociones en voz alta. Yo lo había heredado de él, de ahí que también mirara hacia la carretera cuando le respondí:

—Es estupendo, papá. Gracias. Te lo agradezco de veras.

Resultaba innecesario añadir que era imposible estar a gusto en Forks, pero él no tenía por qué sufrir conmigo. Y a caballo regalado no le mires el diente, ni el lugar.

—Bueno, de nada. Eres bienvenida —masculló, avergonzado por mis palabras de agradecimiento.

Intercambiamos unos pocos comentarios más sobre el tiempo, que era húmedo, y básicamente ésa fue toda la conversación. Miramos a través de las ventanillas en silencio.

El paisaje era hermoso, por supuesto, no podía negarlo. Todo era de color verde: los árboles, los troncos cubiertos de musgo, el dosel de ramas que colgaba de los mismos, el suelo cubierto de helechos. Incluso el aire que se filtraba entre las hojas tenía un matiz de verdor.
Era demasiado verde, un planeta alienígena. Finalmente llegamos al hogar de Charlie. Vivía en una casa pequeña de dos dormitorios que compró con mi madre durante los primeros días de su matrimonio.

Ésos fueron los únicos días de su matrimonio, los primeros. Allí, aparcado en la calle delante de una casa que nunca cambiaba.

El columpio era de un verde desvaído, con un grande asiento y aspecto un poco antiguo. Para mi enorme sorpresa, me encantó. No sabía si funcionaría aun, pero podía imaginarme encima de él. Además, era uno de esos modelos de hierro sólido que jamás sufren daños, la clase de cosas que ves en una casa de pasado de los noventas con la pintura intacta y rodeado de adornos de flores.


—¡Caramba, papá! ¡Me encanta! ¡Gracias! Ahora, el día de mañana parecía bastante menos terrorífico. No me vería en la tesitura de elegir entre andar bajo la lluvia en el porche o dejar que me quede en casa.

—Me alegra que te guste —dijo Charlie con voz áspera, nuevamente avergonzado.

Subir mis cosas con ayuda de Charlie hasta el primer piso requirió un solo viaje escaleras arriba. Tenía el dormitorio de la cara oeste, el que daba al patio delantero. Conocía bien la habitación; había sido la mía desde que nací a acompañada de mi hermana. El suelo de madera, las paredes pintadas de verde agua claro, el techo a dos aguas, las cortinas de encaje ya amarillentas flanqueando las ventanas...

Todo aquello formaba parte de mi antigua estadía. Los únicos cambios que había introducido Charlie se limitaron a sustituir la cuna por una cama y añadir un escritorio para cuando lo necesite. Encima de éste había ahora un ordenador de segunda mano con el cable del módem grapado al suelo hasta la toma de teléfono más próxima.

Mi madre lo había estipulado de ese modo para que estuviéramos en contacto con facilidad. La mecedora que tenía desde hace mucho aún seguía en el rincón. Sólo había un pequeño cuarto de baño en lo alto de las escaleras que debería compartir con Charlie. Intenté no darle muchas vueltas al asunto.

Una de las cosas buenas que tiene Charlie es que no se queda revoloteando a tu alrededor. Me dejó sola para que deshiciera mis maletas y me instalara, una hazaña que hubiera sido del todo imposible para mí. Resultaba estupendo estar sola en cierta forma, no tener que sonreír ni poner buena cara; fue un respiro que me permitió contemplar a través del cristal la cortina de lluvia con desaliento y derramar algunas lágrimas.

No estaba de humor para una gran llantina. Eso podía esperar hasta que me acostara y me pusiera a reflexionar sobre lo que me aguardaba al día siguiente. El aterrador conjunto de habitantes del pueblo de Forks era de tres mil ciento veinte personas, ahora tres mil ciento veintiuno.

I have reincarnated in  TwilightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora