El despertar inesperado.

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—Vale, como tú quieras. Y, ahora que el asunto está aclarado, me apartaré de vuestro camino... —empecé a deslizarme a lo largo de la valla     lo más despacio que fui capaz de moverme sin parecer nerviosa.

—Detente.

Era el calvo quien había hablado, aun apuntándome con la pistola. Me quedé petrificada del miedo.

—¿Qué haces? —le dijo el bajito. Habló en voz baja, pero la calle estaba muy tranquila y no me costó escucharlo.

—No le creo —dijo el alto.
La mujer sonrió.

—¿Cómo dice la canción del pirata? «Las mujeres muertas no cuentan mentiras».
—¿Qué? — grasné —. No, oye... En serio, eso no es necesario. No os estoy mintiendo en nada. No tengo nada que ocultar de verdad.

—Está bien —concordó ella. Alzó la vista al hombre alto y asintió.

—Tengo la cartera aquí, en mi mochila —les ofrecí—. No llevo mucho, pero si queréis se los doy... —empecé a buscar en mi mochila, pero a sus ojos fue un movimiento en falso.

La pistola se elevó un par de centímetros lo suficiente para alcanzar mi cráneo. Levanté la mano de nuevo.
—Tenemos que ser discretos —advirtió el bajito, y se agachó a recoger un trozo de tubería rota que había junto a una alcantarilla.

—Guarda la pistola o de lo contrario no habrá pasta.

En cuanto bajaron la pistola, me dispuse a huir, y el calvo parecía consciente de ello. Dudó un segundo mientras el tatuado se encaminaba hacia mí con una cuerda entre sus manos.
En zigzag. Eso era lo que mi padre me había dicho más de una vez. Es complicado alcanzar un objetivo en movimiento más si corría, sobre todo si no se mueve en línea recta. Supuse que eso sería de ayuda si no estuviera condenada a tropezar y cosas así. Solo por una vez, pedí mantenerme en pie. ¿Podría hacerlo, aunque solo fuera una vez? Una única vez..., en la que mi vida dependía de ello. ¿Cuánto dolería un disparo que no resultara fatal? ¿Podría seguir corriendo a pesar del dolor? Eso esperaba. Intenté que mis rodillas se desbloquearan. Ahora el hombre de la tubería estaba a unos cuantos pasos de distancia de mí, pero no me podía mover hasta que mis rodillas cedieron ante el miedo y caí al piso.
Un montón de emociones cruzaron por mi cabeza, unas de ellas era el pánico, miedo, dolor, desprecio.
Mi vista cada vez era mas era borrosa y se oscurecía para después aparecieran en varias tonalidades de color rojo del mas claro hasta el mas oscuro cercanos al negro.
Casi consumida por la ira, segada por el color que tanto me gustaba parecido a un sueño, cuando un agudo chirrido me dejó paralizada en el sitio. Todos a excepción de mí, dirigieron la vista hacia la dirección de la que provenía el sonido, a medida que este se iba tornando cada vez más penetrante en mis oídos despejándome de ese horrible trance.
Súbitamente, unos faros aparecieron a la vuelta de la esquina y luego me enfocaron a mí mientras estaba a punto de golpear a el tipo de cabello largo haciendo que lo soltara con un montón de heridas en mi cuerpo con en el del tipo. El coche era un Mercedes que casi atropelló al de los tatuajes, obligándole a apartarse de su camino de un salto. La valla metálica tintineó cuando el vehículo la embistió. Yo me di media vuelta atónita para empezar a correr, pero, de forma inesperada, el coche derrapó hasta detenerse con la puerta del copiloto abierta a menos de un metro.

—Entra —siseó una voz furiosa.

Me lancé al interior del Mercedes sin tan siquiera preguntarme cómo había llegado el coche hasta allí, invadido por un torrente de sensaciones que era al mismo tiempo de alivio y de pánico como de confusión. ¿Y si resultaba herido? Cerré la puerta con un fuerte tirón con mis manos llenas de sangre detrás de mí mientras gritaba:

—¡Arranca, rápido! ¡Salgamos de aquí! ¡Tiene una pistola!

Pero el coche no se movió.

—Agacha la cabeza —me ordenó una voz dentro del coche, y escuché cómo se abría la puerta del conductor.

I have reincarnated in  TwilightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora