Capítulo 2. Mi madre no me enseñó a chantajear, llamémoslo talento natural

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No tuve tiempo ni de frenar, pinté una mueca preocupada, cuando caí en cuenta el golpe seco casi le había arrancado la cabeza al pobre chico

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No tuve tiempo ni de frenar, pinté una mueca preocupada, cuando caí en cuenta el golpe seco casi le había arrancado la cabeza al pobre chico. Cubrí mi boca asustada al escuchar su quejido de dolor que alarmó a varios de los comensales. 

—Perdón, perdón, perdón —me disculpé por mi mal tino.

Una punzada de culpa me atravesó completa. En un impulso intenté apartar sus palmas para estudiar el daño que escondía tras sus manos, mas no lo conseguí. El tipo era una jirafa. Bien, tal vez exageré un poco, pero yo frente a él debía parecer una pulga colgándome de un labrador. Fácil me sacaba más de una cabeza, aunque no literalmente como yo casi lo había logrado.

—No pa-pasa nada —soltó, retrocedió con torpeza impidiendo lo alcanzara pese a alzarme de puntillas. Eso es justo lo que diría alguien al que sí le sucede algo, concluí angustiada.

A sabiendas jamás podría ganarle decidí usar una estrategia más efectiva. Pegó un respingo cuando mis manos lo empujaron levemente para obligarlo a ocupar una silla de la primera mesa libre que hallé a mi paso. El lío fue que en mi intento volví a darle duro con el filo del mueble en la pierna. «Dios, a este paso voy a entregártelo en partes», lamenté alzando la mirada al cielo cuando soltó otro quejido.

—Disculpa por todos los intentos de asesinato, son involuntarios —aseguré muerta de la vergüenza viéndolo luchar por reprimir otra queja.

Esta vez, por su propio bien se sentó sobándose disimuladamente la zona. Decidí concentrarme en lo más grave, busqué un indicio de daño en su frente. Por desgracia, lo hallé. «Ay, no», pensé, se me revolvió el estómago cuando noté una sustancia espesa carmesí. A él la sangre le había subido a la cabeza y a mí me bajó a los pies.

—Dios mío, es sangre —me alarmé, palideciendo. Pasé desesperada los dedos por mi cabello rubio. «¡Le había partida la cabeza a un hombre!» El sobresalto fue tal que tuve que sostenerme la mesa para no ser yo la que terminara en el suelo.

Mamá tenía razón, era un peligro para la sociedad.

El hombre se alarmó al verme mareada, no esperó una explicación, ante mi visible pánico sus dedos buscaron la respuesta. Abrió los ojos al percibir algo extraño, pero tras un instante de confusión sus facciones se relajaron.

—Mer-mermelada —concluyó al examinar lo que pintó su índice.

Volví a respirar. Aliviada dejé escapar el aire que apretó mis pulmones. Supongo que mi suspiro de alivio le causó gracia porque una discreta sonrisa brotó de sus labios. No lo juzgué, también liberé una tonta risa al meditar mi drama. La gente siguió mirándonos, pero no me importó, jamás me mortificaba llamar la atención.

Él quiso ponerse de pie, creyendo había pasado el peligro, pero se congeló en su sitio cuando volví a romper su burbuja de seguridad y sin aviso me incliné para examinarlo de cerca. Sus ojos quedaron a unos centímetros de los míos. 

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora