Capítulo 20: Existe una canción para todo

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Tal como imaginé cuando le comenté a Don Julio mi propuesta, respondió que era la idea más tonta que había escuchado en sus casi cincuenta años de vida, que no convertiría Dulce Encanto en un centro de espectáculos, pero adivinen quién fue el prim...

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Tal como imaginé cuando le comenté a Don Julio mi propuesta, respondió que era la idea más tonta que había escuchado en sus casi cincuenta años de vida, que no convertiría Dulce Encanto en un centro de espectáculos, pero adivinen quién fue el primero en probar el karaoke. Mi risa y la de Andy se mezclaron con nuestra ola de aplausos después de su increíble interpretación de Grease.

Dándole un vistazo al local, iluminado con luces neón, la música retro escapando de la bocina, el olor a malteada y sodas de sabores, tuve la impresión había sido absorbida por una máquina de tiempo y lanzada a otra época. ¿Cuál? Esa era una buena pregunta, porque con nuestro limitado presupuesto Don Julio nos dijo que trajéramos todo lo viejo a nuestro alcance, daba igual la fecha. Así que terminamos siendo un arcoíris de faldas de los noventa, chaquetas de los cincuenta y algunos peinados alocados de los ochenta. De todos modos, por suerte nadie nos reclamó nuestros errores en cultura general y lo innovador del concepto logró captar la atención y llenar el local, en el que no cabía un alma más.

Andy y yo apenas podíamos respirar entre la cocina y mi camino por las mesas, ahora que Celia estaba ocupada cobrando la entrada, pero incluso cuando una hora después no sentía los brazos no pude quejarme porque cada que la sonrisa amenazaba con borrarse por culpa del cansancio veía el bote de propinas repleto y reaparecía con más ganas. 

Una brillante sonrisa se pintó en los labios de Nael mientras estudiaba sorprendido los detalles de nuestro experimento. Pareció concluir en una mirada que era mi idea cuando se acercó a la barra. Percibí varias miradas indiscretas fijarse en él con especial interés, y tal vez uno que otro suspiro revolotear el aire. Tampoco podía culparlas, aunque estaba claro no se había preparado para la ocasión, la chaqueta de cuero calzó perfecto y lo hizo parecer un protagonista de película romántica.

—¿Qué época es? —me preguntó animado, estudiando con interés mi vestuario de arriba abajo. Mis zapatillas, el vestido negro, las mallas rosas y la blusa de manga larga debajo. Me hubiera gustado tener la respuesta correcta. Tal vez lo asustó la forma en que esponjé mis rizos, ya sabía yo que había exagerado el volumen.

—Es una mezcla entre los ochenta, creatividad y mi pobreza extrema —resumí divertida. Nael negó con una sonrisa antes de saludar a Andy que se había acercado a la barra a entregar un pedido.

—Pues te quedó increíble —me halagó, y cuando pasó su mirada por el local supe que no se refería solo a mí—. Así que tienes aptitudes para organizar eventos.

—Qué te digo. Puedo ser muchas cosas cuando me encuentro con un problema...

Pero tuve que admitir que me llevaba tiempo porque tardé en reaccionar cuando contemplé a la mujer que cruzó la puerta.

Dejé caer la mandíbula. Incrédula me acerqué hasta que fue imposible negarlo, se trataba de ella. Sonreí como una niña cuando su cariñosa mirada se halló con la mía, de un momento a otro me envolvió en un abrazo.

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora