Capítulo 14: Viejos amigos y nuevos enemigos

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El resultado de mi noche de insomnio fue quedarme dormida de último minuto, así que no tuve tiempo ni de desayunar antes de correr a la cafetería

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El resultado de mi noche de insomnio fue quedarme dormida de último minuto, así que no tuve tiempo ni de desayunar antes de correr a la cafetería. De todos modos, no me quejé, estaba demasiado feliz para verle algo malo a la vida.

Así que llegué al local con una gran sonrisa y apenas tuve un minuto libre, tras terminar de acomodar mis cosas, le conté de principio a fin mi aventura a un sorprendido Andy que no podía creer mi golpe de suerte.

—¡Así que voy a ver a Chayanne! —le compartí mi alegría dando un par de saltitos incontrolables. Él sonrió ante mi genuina felicidad—. Andy, estoy tan contenta que creo que cuando me lo entreguen me pondré a llorar —confesé.

Andy no me juzgó, jamás lo hacía.

—Me alegro mucho por ti, Dulce —mencionó sincero. Él, mejor que nadie, conocía lo que luchaba por ganar cada moneda, lo importante que era para mí. Por eso viendo en sus ojos aquella honestidad no pude evitar rodear su cuerpo con mis brazos en un fuerte abrazo que atestiguó el huracán de emociones en mi interior. Era un gracias en silencio, por siempre estar, por escucharme. Pensé que me explotaría el corazón de dicha. Fue un roce fugaz, ni siquiera pudo corresponderme, pero bastó—. Vas a tener que contarme todo lo que pase en el concierto —me animó cuando me aparté sin darle tiempo de reaccionar.

—Terminaré mareándote —le advertí porque cuando algo me emocionaba mi lengua no podía quedarse quieta.

—Creo que ya estoy acostumbrándome —aceptó, encogiéndose de hombros, haciéndome reír.

No exageraba, Andy soportaba mis charlas con una paciencia admirable.

Un sonido me distrajo.

La vida pintaba tan brillante para mí que no pude evitar regalarle mi mejor sonrisa al chico que entró, sobre todo cuando preguntó mi nombre. Supe de inmediato de quién se trataba. De baja estatura, piel moreno, ojos café chocolate y una carpeta debajo del brazo. No era une ejecutivo, vestía un suéter sencillo y unos pantalones claros, pero había algo en la confianza con la que se movía que dejó claro venía a hacer negocios. Andy lo entendió, me deseó suerte en una discreta mirada, cómplice, antes de volver a ocuparse en la cocina.

—Hola —lo saludé entusiasta ofreciéndole mi mano apenas nos dejaron solos. Él me dio una sonrisa—. Dulce Palacios.

Él no me dijo su nombre, pero sobró apenas abrió la boca.

—Silverio me habló de ti y de tu problema —comenzó—. No suelo hacer esto, pero me dijo que se puede confiar en ti. —Asentí dándole la razón. Yo tenía muchos defectos, pero era honesta—. Aquí te traje los boletos disponibles para que me digas cuál escogerías —dijo, sacando de su carpeta una hoja donde se apreciaban las butacas del recinto. La zona gris era la ocupada, quedaban pocos lugares disponibles.

Me tenté a elegir un sitio donde pudiera estar más cerca, poder ver su cara con mayor nitidez y tal vez con un poco de suerte hasta ganar una de sus sonrisas, pero decidí ser realista. No debía olvidar tenía que pagar y mi situación económica aún no daba para darme esos lujos. Más valía algo sencillo que no me diera pesadillas.

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora