No fui consciente en qué momento me quedé dormida, perdí el hilo en algún punto de la noche y no volví a saber del mundo hasta que un sonido sutil me devolvió a la realidad. Aletargada arrugué la nariz, hice un esfuerzo por abrir mis párpados que pesaban como rocas, y al ceder fui capaz de distinguir una mancha que fue tomando forma poco a poco. Pegué un salto, por el que casi terminé en el suelo al identificarla. Sentí una mano sostenerme del brazo para mantenerme a su lado, pero al caer en cuenta de quién se trataba en un impulso lo empujé, planteando distancia, ante la mirada crítica de su abuela que nos estudiaba de uno a otro, con la ceja alzada y los brazos cruzados a la altura del pecho.
—No. No —repetí deprisa para que no lo malinterpretara. Tal vez me hubiera creído, pero percibí la atención que le puso a la ropa que llevaba puesta. Sentí las mejillas calientes ante la forma en que afiló la mirada—. No pasó lo que está pensando.
—De lo que estoy pensando —murmuró, mitad pregunta, mitad afirmación.
—O tal vez no está pensándolo —admití para mí, meditándolo—, yo tampoco —aclaré rápido—. Es decir, sería lo último que imaginaría porque jamás pasará —decreté tajante. Aunque pronto caí en cuenta había sonado demasiado ruda, así que me giré buscando a Andy—. No creas que he dicho ese jamás porque hay algo malo en ti —le expliqué sin deseos de herirlo—. Vamos, eres el chico más bueno del mundo, cualquier mujer desearía estar contigo, claro que con cualquiera no me refiero a mí —remarqué para no confundirlo—, tampoco significa que... Dios, qué estoy diciendo —me regañé agobiada.
Resoplé ante mi enredo, me cubrí el rostro con ambas manos dejándome caer en el sofá. Tenía una maestría en regalarla. Por suerte, Andy no se ofendió, incluso escondió una débil sonrisa.
—Dulce, llegó anoche... —comenzó a explicarle, tranquilo, pero lo interrumpió. Lo correcto era que yo me encargara.
—Ayer discutí con mi familia —conté dispuesta a decirle la verdad. Su abuela, frunció las cejas, escuchándome ahora que había captado su atención—, y escapé de casa... Estuvo mal, pero estuvo peor olvidar mi dinero —me reprendí de mi descuido en voz baja—. No tenía a dónde ir, ni sabía qué hacer... Entonces le pedí a Andy me dejara pasar la noche aquí —dije dándole un vistazo. Sobraba decir la respuesta—. Prometí irme temprano, es solo que me quedé dormida, pero ya me desperté así que... —mencioné poniéndome de pie, sin tener claro el siguiente paso.
—¿A dónde piensas ir? —me cuestionó, intrigada, como si le interesara el capítulo de una novela.
Hubiera dado lo que fuera por tener una respuesta.
Replanté mis opciones.
—Pues... Iré por mi dinero —acepté, aunque odiaba la idea de pararme de nuevo ahí, sobre todo estando tan reciente el altercado. Además, apostaba que me toparía con Jade porque era su día libre—. Después buscaré un hotel donde quedarme —planté, aunque haciendo cuentas descubrí que eso sería suficiente solo para unos días—. O también puedo alquilar un pequeño cuarto.
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Un dulce y encantador dilema
Novela JuvenilDulce ama a Chayanne. Después de sus intentos fallidos por convertirse en su esposa, su asistente y la cuidadora de su perro, decide ponerse una meta más realista: asistir a uno de sus conciertos. Con el tiempo en contra y determinada a cumplir su s...